Al dar a mis libros esta forma definitiva, y algo testamentaria, de Colección de obras completas, con que me sobrevivirán de seguro (aunque no sea más que apolillándose, por falta de venta, en almacenes y librerías), me he propuesto escribir, al frente de cada tomo, en señal de cariño y de gratitud, el nombre de alguno de los buenos amigos que me han acompañado y alentado con su afecto en esta peregrinación de la vida, a cuyo término voy ya tocando.

Correspóndete a ti, mi querido Ivón —y perdona que te designe con el que fue tu nombre de guerra en nuestras juventudes— figurar como padrino de La pródiga, librejo que hoy he acabado de escribir, y que tal vez sea el último que escriba. Por consiguiente, vengo a dedicarte, como si dijéramos, el Benjamín de mis libros, mi más amado engendro literario, el orgullo y regocijo de mis canas, o acaso, acaso, la debilidad de mi chochez.

Así procedía en justicia, tratándose de ti, mi más íntimo amigo y mejor maestro, que tanto sientes, piensas y sabes, y que toda la vida te has complacido en aclarar y corregir entendimientos como el mío, menos lúcidos que jactanciosos, antes que en afianzar tu propia gloria. No has logrado, empero, con toda esa abnegación y modestia, ocultar al mundo tus extraordinarias dotes de artista, de poeta, de filósofo y de orador; y, aunque perseveres en la manía de no escribir para el público, tú, que manejas la pluma con el vigor, pureza y elegancia de un Fray Luis de León, de un Hurtado de Mendoza o de un Solís, seguro estoy de que tu nombre pasará a la posteridad, como ha llegado hasta nosotros el de poetas y artistas cuyas obras se perdieron hace miles de años. De ello hará punto de honra la generación que ha tenido la dicha de conocerte y de oírte; que tanta enseñanza te debe, y que tanto te ha admirado y aplaudido; y ¡bien sabe Dios que, si por algo pudiera yo apetecer que esta humilde dedicatoria se leyese en edades fuUiras, sería por contribuir a la duración de tu justa fama!...

Pero veo que te ponen colorado mis elogios... Dejémonos ya de lo que, en suma, es vano y contingente, como todo lo tocante a grandezas humanas, y recibe al contado, por de pronto, un abrazo de fraternal cariño de Ui paisano, amigo y compadre,

Pedro
Madrid 10 de Febrero de 1882.

LIBRO PRIMERO: CAMPAÑA ELECTORAL

I. Política recreativa

ace ya de esto quince ó veinte años.

Preparábase en nuestra siempre revuelta España una elección general de Diputados á Cortes. La batalla debía reñirse aquella vez por circunscripciones, y los tres candidatos de oposición embozada que aspiraban á representar la parte Nordeste de cierta provincia andaluza, donde eran mucho menos conocidos que en Madrid, bien que tuviesen en ella tal ó cuál pariente y alguna finca, andaban recorriendo, juntos y á caballo, villas, lugares, aldeas y cortijos, en busca de votos contrarios al Ministerio;— oficio divertidísimo si los hay, cuando uno es todavía joven y poco ambicioso, aficionado á montar, indiferente á los peligros ó dado á correrlos, más devoto de la naturaleza que de la política, y más amante de las mozas guapas, del buen vino y de las fatigas corporales que de todas las formas de gobierno habidas y por haber.

Tal acontecía en aquel entonces á los candidatos referidos, y muy especialmente al que entre ellos hacía cabeza, del cual hablaremos luego más despacio. Llevaban, pues, muchos días de asordar agrestes soledades con sus risas y bromas, reservando la formalidad para cuando entraban en poblado; de escalar y salvar montes y breñas, á todo el correr de sus alquilados corceles, en demanda de ocultos y desprevenidos lugarejos; de entrar en ellos como asoladora tromba, interrumpiendo la fastidiosa paz de la rutina y la pobreza; de comerse la matanza de alcaldes, estanqueros y otras personas de viso (que no la prueban nunca, sino que la guardan para tales casos de honra, y de dejarles en cambio la cabeza y el pueblo llenos de perturbadoras cuanto peregrinas especies madrileñas, que cada labriego traducía al tenor de sus pasiones y apetitos, con detrimento y mengua de antiguos respetos sociales....

Dicho se está que no iban solos aquellos tres futuros ministros,—así reputados cuando menos por sus partidarios, como todo candidato primerizo á la diputación....—Poderosos ó guerrilleros hijos del país, muy más interesados que ellos en la contienda, aunque nada se les alcanzase de ideas políticas ó no políticas, los acompañaban en rabicortas jacas con albardilla moruna ó en paridoras yeguas con aparejo redondo, amén de la servidumbre propia y de los espoliques voluntarios que, á pié y con escopetas, iban dando á la expedición carácter y colorido de verdadera algarada....—Renovábase casi todo este séquito en cada pueblo conquistado: allí esperaban á nuestros héroes, además de los amigos de la localidad, comisiones avanzadas del pueblo siguiente, y se despedía la que llamaremos escolta postuma del pueblo anterior; de modo que el entusiasmo y los obsequios no decaían nunca, sino que, antes bien, aquellos agasajos que los hospedadores sucesivos presenciaban en la residencia ajena, les servían de estímulo para echar la casa por la ventana en la residencia propia, habiéndose dado ya el caso de poner á los viajeros unas camas con tantos colchones, que apenas les dejaban sitio, entre las almohadas y el techo, para santiguarse después de acostados.

II: Una gran electora

En tal guisa, los tres jóvenes aspirantes á legisladores, á quienes, para entendernos de algún modo, llama- remos Enrique, Miguel y Guillermo, liegaron á un pueblecillo, de donde nadie había salido á esperarlos, y en el cual, si bien fueron decorosamente recibidos y tratados.... por el Ayuntamiento, en virtud de recomendaciones eficacísimas.... del Gobernador, que era más adicto á ellos que al Gobierno de S. M., tuvieron el disgusto de oir de boca del mismísimo Alcalde, ó, mejor dicho, de boca del Secretario (única persona que, además del Cura, sabía allí leer y escribir, y áun pudiera añadirse que hablar y pensar), las siguientes desagradables razones:

—¡Mal pleito traen Vds. por aquí, sino cuentan con la Señora Marquesa! jNi el Gobernador ni nadie conseguirá que estos electores voten ni hagan otra cosa que lo que ella diga!—Los mismos individuos del Ayuntamiento se mirarán mucho en disgustarla.... —Procuren Vds., pues, que Su Excelencia diga media palabra en favor de su candidatura, y yo me encargo de lo demás....

—¡No sabemos de qué Señora Marquesa nos habla V.!.... (respondió con mucho énfasis el llamado Enrique). Según nuestros apuntes, este pueblo,—que, efectivamente, fué de señorío en la antigüedad, y perteneció por completo al marquesado del mismo nombre,—ha pasado, con la desvinculación, y con las locuras de los últimos Marqueses, á ser propiedad de sus habitantes, ó sea de los antiguos colonos, quienes han ido comprando poco á poco las desamortizadas tierras, sin que hoy exista, ni áun de nombre, aquel ilustre título, por no haber sacado el último heredero...., ó heredera, la indispensable Carta de sucesión, previos los pagos correspondientes....—¡Ya ve V. que conocemos el distrito á palmos!

—Todo eso es verdad.... (replicó el Secretario con mansedumbre): pero no lo es menos que, de esa arruinada familia de Grandes de España de primera clase, queda una señora, á quien aquí llaman todos la Marquesa por ser la única hermana del último que llevó el título de Marqués...., el cual se pegó un tiro en Francia cuando perdió al juego el último maravedí....

Los madrileños, que, aunque de buena familia y muy acomodados por su casa y por las carreras literarias ó científicas en que habían sabido ganar honra ó provecho, no pertenecían á la aristocracia de la sangre, ni frecuentaban los círculos esencialmente elegantes de la villa y corte, se miraron con extrañeza, como diciéndose que ninguna noticia tenían de aquellas catástrofes, algo añejas y no citadas en sus apuntes; y, en tal perplejidad, el más joven de los tres, ó sea el llamado Guillermo, famoso ingeniero de caminos, y no menos célebre abogado, cabeza y alma de la expedición, por tener también mucho de poeta y de artista, y ser el de carácter más vivo y enérgico, el más valiente, el más gastador y hasta el mejor mozo, argüyó de esta manera al Licurgo de aquel municipio:

—¡Pero bien! Si esa denominada Marquesa no es tal Marquesa, ni tiene aquí labradores ni fincas, ¿por qué la obedecen todos los electores como á señora de horca y cuchillo? ¿Por qué puede más que el Gobierno?

—¡Ahí verá V.!—¡Cosas del mundo! (respondió el Secretario bajando la vista y dán-dolé vueltas á su sombrero hongo). —Yo mismo me he hecho esa pregunta muchas veces....—Porque les advierto que no participo de la adoración que todos tienen aquí á la tal señora ... Antes al contrario, creo que es digna de reprobación y desprecio, por la mala vida que ha llevado toda su juventud....— ¡Yo no soy hijo de este país, ni tan bárbaro como sus habitantes, aunque mi oficio de Secretario del Ayuntamiento me obligue á contemporizar con innumerables sandeces!....

—¿De modo (preguntó Miguel), que la Marquesa no es ya joven?

—¡Lo es.... y no lo es!.... Tendrá de treinta y cinco á cuarenta años.... Pero, si he de hablar en verdad, se conserva muy hermosa. —Pertenece á aquella clase de demonios con faldas que no envejecen nunca.

—¿Luego V. la conoce personalmente? — ¿Ha estado V. en Madrid?—interrogó con aspereza Guillermo, al ver relámpagos de mala pasión y de falsedad en los turbios ojos del Secretario.

—No, señor.... (respondió éste).—Yo no he ido todavía á la Corte.... Pero la Marquesa ha tenido que venirse á vivir aquí; y, si quieren Vds. visitarla y pedirle los votos del pueblo, yo los acompañaré y presentaré con mucho gusto....—Es muy campechana, y no se desdeña de hablar con nadie, sea rico ó pobre, tuerto ó derecho....

—Pues ¿qué hemos de hacer sino ir á su casa, supuesto que la necesitamos y que no tenemos tiempo de pedir á Madrid cartas de recomendación para Su Excelencia?.... (replicó Enrique con cierta ironía de muy mal género).— | Vamos ahora mismo!....

—Si les parece á Vds.... (observó el Secretario), lo dejaremos para mañana.—La Marquesa ve en el campo, á media legua de aquí, en un viejísimo caserón, rodeado de veinte ó treinta fanegas de tierra de riego y de un poco monte, que le producirán diez ó doce mil reales anuales, y que son el último resto dé las grandes haciendas que ha poseído y derrochado....—Mañana, de paso para la inmediata villa de...., podemos tocar en aquella especie de palacio encantado ó humilde cortijo....; pues lo que es esta tarde no habría tiempo de ir y volver con día claro, ni sería cosa de quedarse allí, donde lo pasarían Vds. muy mal....

—¿Por qué?

—Porque la antigua millonaria no tendrá hoy tres camas decentes que ofrecerles...., ni cubiertos ni platos parala mesa....

—¡Pobre mujer!—exclamó Guillermo.

—Pobre.... ¡porque ella quiere! (añadió el Secretario).— ¡Otros recogen menos trigo, y viven mejorl....—Pero, ¡es tan despilfarrada y manirota, por condición natural y por costumbre, que gasta su diminuta renta en dar sopa boba á todos los pobres ú holgazanes de la jurisdicción, en sacar de pila á cuantos niños nacen en.... sus Estados, en regalar cantareras y sartenes á las mozas que logran casarse, y en otras rarezas por el estilo!..,.—¡Con razón le pusieron.... creo que en Madrid.... el mote de «la Pródiga!»

—Pues, hombre.... ¡eso que hace ahora no es despilfarrar.... (repuso el joven), sino emplear muy santamente el dinero J—Principio á explicarme la influencia de tal mujer en la comarca....—¿Hace mucho tiempo que vive en el cortijo?

—Hará tres años....

—Y.... diga V....,—hablando aquí entre nosotros, como buenos amigos:—¿tiene.... amores?

—Lo que es por acá, no los tiene....—¡Yo soy justo!—Pero los ha tenido á docenas en Madrid, y en París, y en otras partes, desde que se divorció hasta que se arruinó, ó sea durante la mitad de su vida.—Á la edad de diez y seis años se casó con un francés, que dicen la trató muy mal, y tuvo la culpa del divorcio.—Tres años después del casamiento, y cuando llevaban uno de separación, el marido, que era General de caballería, murió en la guerra de Argel....—Por entonces falleció también el padre de doña Julia (que es como se llama la MarquesaJ, dejándole la mitad de las tierras de este pueblo, y otras muchas fincas.... no sé dónde...., creo que en Aragón: total, veinte millones de reales. —Aquí empieza una serie de viajes y aventuras que ni el diablo conoce....—En la Capital de esta provincia, que es donde yo he oído referir tales historias, cuentan que doña Julia tuvo relaciones con un Lord inglés, capitán de fragata, á quien siguió á la India, donde el pobre hombre murió, en desafío, á manos de un Barón alemán (por celos, seguramente): que luego se enamoró en Turquía de un príncipe moro, ó griego, del cual se desprendió en Londres para irse á Rusia detrás de un cantante italiano muy famoso: que en Madrid dio mucho que hablar con dos diplomáticos, con el célebre torero T.... y con un Ministro de Fomento muy joven y sabio, que se volvió loco por ella: que, rumbosa y altiva como los hombres, nunca admitió de sus cortejos regalo alguno, sino que iba por todas partes tirando á puñados el oro, en festines, apuestas, raras compras y extravagantes donativos; y, en fin, ¡qué sé yo!.... ¡hasta se dice que en Roma tuvo la culpa de que un gran predicador capuchino, muy guapo, se hiciera protestante, y que, por resultas de aquel escándalo, la echaron de allí, y se fué con un poeta polaco á Viena, donde acabó de arruinarla un republicano húngaro muy jugador, á quien ahorcaron luego en Badén Badén....

—¡Basta ! ¡ basta, señor Secretario! (interrumpió Miguel, riéndose, al ver el desconsolado rostro de Guillermo.) ¡Con la mitad de lo dicho sobra para que formemos juicio, no so* lamente de esa persona, sino también de la ciencia geográfica, de la imaginación andaluza y de la vida y milagros de V.!—¡ Quien de ese modo se explica, no debe de haber sido siempre fiel de fechos de un lugarejo!....

—¡Tiene V. mucha razón!.,.. Yo nací para algo, y ya había sido paje de un Obispo, cabo-cartero de un batallón y cómico de la legua, cuando tuve que meterme á desempeñar secretarías....—¡Amigo! me casé con una bolera, que se quedó coja, ¡ y me hundí!—¡Á ver si Vds. triunfan en estas elecciones,-y me emplean en una buena fábrica de tabacos, que es hoy toda mi ambición en el mundo!....

—Cuente V. con ello.... (respondió Enrique.)—Y, por lo que respecta á la Marquesa, mañana nos acompañará V. ásu palacio campestre, supuesto que, según vemos, es ya una mujer arrepentida y tratable....

—¡Muy tratable y muy arrepentida! (respondió el Secretario.) ¡Dijérase que toda la vida ha sido una santa!—Desde que llegó aquí hace tres años, sin dinero y enferma, no ha hecho más que cuidar sus gallinas.—El campo le ha devuelto la salud; y, si bien no está nunca alegre, cualquiera diría que es dichosa.—Las personas, muy contadas, que conocemos aquí sus antiguas locuras, nos guardamos de referirlas, primero, por.lásti-ma,y, segundo, porque estos inocentes labriegos no nos creerían, y hasta serían capaces de arrancarnos la lengua, llamándonos ingratos y calumniadores....— ¡Tiene tal don de gentes la Marquesa! ¡es tan guapa! ¡infunde tanto respeto!....—Yo mismo, cuando le hablo, que suele ser los días que viene á caballo á misa, creo que estoy delante de una reina....—Mi mujer tuvo celos al principio; pero pronto se convenció de que doña Julia, no obstante ser hoy más pobre que yo, se da el mismo tono y me desprecia de igual manera que si fuese millonaria.... —¡Demonio! ¡Si me hubiera conocido en mis buenos tiempos, cuando era yo segundo galán en Vélez-Málaga y hacía el papel de D. Luís Mejía * en Don Juan Tenorio!....

—Está bien.... Está bien....— Quedamos conformes....—Hasta mañana, que iremos á visitar á la Marquesa....—interrumpió Guillermo de muy mal humor, poniendo coto al entusiasmo de aquella mala persona.

Y, luego que el Secretario se marchó y que los tres amigos se retiraron á la habitación en que la Alcaldesa les había puesto tres túmulos por camas, exclamó el impresionable ingeniero :

—Amigos míos: ¿queréis creerme?—jMás ganas tengo ya de conocer á esa Tenoria, que de ser Diputado!—¡Por mucho que haya que rebajar en lo que nos ha dicho el antiguo cómico de la legua, todavía es indudable que mañana vamos á hablar con una mujer digna de estudio, de compasión, y quién sabe si de alguna cosa más!....

—¡Hombre! (profirió Enrique). ¡Te colocas á la altura del impertérrito D. Luís Mejía!—Lo digo, porque, en puridad de verdad, la Marquesa que nos ha descrito ese bribón no pasa de ser una aventurera....

—¡Oh, sí! ¡Pero una aventurera del corte de Semíramis, de María Stuardo y de Catalina de Rusia, que ha gastado sus millones en divertirse, sin costarle ni un maravedí á ningún amante! (replicó Guillermo con su vehemencia acostumbrada). — ¡Prefiero esa figura moral á la de la Dama de las Camelias y demás entretenidas glorificadas por el arte moderno!

—¡Pues yo prefiero á todas esas señoras y señoritas una mujer de bien, rica, guapa y de carácter dulce y sufrido, de quien ser el primer novio y con quien casarme por la Iglesia!....—repuso Enrique, escalando su cama.

—¡Tú eres un egoísta y un cobarde.... (en materia de amores, se entiende), que sólo buscas lo útil y lo cómodo!—exclamó Guillermo, acostándose también.

—No, señor; lo que yo busco es la virtud, la ley, la moral....—contestó Enrique, arropándose.

—Pero ¿y el arte? ¿y la poesía? ¿y la belleza?—redargüyó Guillermo, arreglando las almohadas.

—¡La belleza!....—¡También hay mujeres Honradas muy lindas!

—¡Y muy sosas!

—¡Mejor!

—¡Será mejor para ti!—Yo amo lo extraordinario..., Yo quiero lucha, emociones, pasión, vida del alma....

—¡Bonita alma tendrá doña Julia!

—¿Qué sabes tú?—¿Vas á juzgarla con el criterio del Secretario?—prosiguió el ingeniero, volviendo á atufarse.

—¡Maldita lagaña que tengo de juzgarla de ninguna manera, sino de que nos dé muchos votos!....— respondió Enrique, calándose hasta las cejas el gorro de dormir.

—Señores.... se suspende esta discusión.... (dijo Miguel, apagando la luz).—Mañana veremos y juzgaremos por nosotros mismos.... —Entre tanto, muy buenas noches.

III: EL CORTIJO DEL ABENCERRAJE

Serían las diez de la mañana siguiente, mañana deliciosísima de un seco y templado otoño andaluz, muy más bello y florido que todas las primaveras del mundo, cuando los tres candidatos, después de almorzar cosas muy sólidas, remojadas con los correspondientes líquidos, salieron de aquel pueblo en dirección al Cor-tijo del Abencerraje, ó sea al Palacio de la Marquesa, precedidos de una comisión de la villa inmediata en que pensaban hacer noche, acompañados del picaro Secretario que conocemos, y seguidos de muchos criados de caballería é infantería.

Estos últimos iban disparando tiros y cohetes, como para notificar á todas las aldeas, cortijadas y chozas de pastores de las cercanías, que por allí pasaban los futuros vencedores de la contienda electoral y posibles redentores de aquel pedazo de España; y, en tal disposición, entre vivas, cantos y polvareda, á eso de las once, penetró la alegre cabalgata en un diminuto y verde va-llejuelo, desconocido por los geógrafos, donde parecía que la paz había fijado su domicilio.

¡Nada más risueño que la remota vista del caserón ó Palacio de dorada piedra, rodeado de viviendas rústicas y de pomposos árboles y parras, que servía de retiro á doña Julia! jNada más gracioso que el endeble río que cruzaba el valle en toda su longitud, entre elegantes alamedas y apretados cañaverales! ¡Nada más pintoresco y rico de promesas que aquellas hazas de maíz de color de esmeralda, contrastando con las pardas tierras ya barbechadas para la sementera próxima y con los agrios riscos que circuían tan reducido y variado paisaje!

—¡Cuánto más bonito es esto que la Puerta del Sol y que el Salón de Conferencias del Congreso! (exclamó el ingeniero poeta, dirigiéndose á uno de sus camaradas).—¡Vive Dios, que ya no le tengo lástima á la Marquesa Julia ! ¡ Se diría que vamos viajando por un cuadro de Haes!—¡Decididamente, no hay delicia mayor sobre la tierra que la vida del campo!

—¡Lo mismo dicen de la vida de Madrid los que no suelen gozar de ella!—contestó Enrique.

—¡Puede que sea cierto; pero yo estoy ya harto de gozarla!....—¡Malhaya sea la Corte con todos sus encantos artificiales!

—¡Allí viene á darnos el quién vive el tío Antonio, el capataz de Su Excelencia! (profirió la irónica voz del Secretario, como para distraer á Guillermo de aquellas ideas bucólicas, tan contrarias á su propia ambición de comerse el tabaco oficial).—¡Trátenlo ustedes con mucho mimo, pues es un antiguo servidor de los difuntos Marqueses ó adecuando la casa era casa,» como acostumbra á decir santiguándose; ha visto nacer á doña Julia; cree que ha sido siempre una santa; la considera tan millonaria y tan Marquesa como á sus ilustres progenitores, «cuyos Estados no tuvieron límites conocidos....» (también textual), y á él será á quien hoy encargue la noble dama de hablar á todos los electores de la jurisdicción!....

El tío Antonio, respetuoso y respetable viejo, cuya inteligente fisonomía, rústica traje y limpias canas traían á la memoria célebres escenas del teatro de Calderón y de Tirso, acercóse, sombrero en mano, á los tres madrileños, y, enterado de lo que pretendían, púsose al frente de aquel alborotado y ruidoso escuadrón, y los condujo á la que llamó casa grande.

Carneros, bueyes, palomas, gansos, cer-dos, y, por último, gallinas y pollos, fueron encontrando nuestros viajeros, según que se acercaban al caserío del Cortijo.... Cacareaban las gallinas á aquella hora, que es la clásica de poner, y piaban gorriones y alondras, robándoles la comida sin escrúpulo alguno. —Toda aquella riqueza, y la hortaliza nacida ó sembrada, y el trigo que pudiese haber en el granero, representarían cuatro cuartos, ó sea de diez á doce mil reales de renta, como había dicho el Secretario la tarde anterior; pero eran bastantes á aumentar la envidia de Guillermo, por lo mismo que el bravo mozo no se sentía con fuerzas para renunciar á las nuevas glorias mundanales con que soñaba y que le hacían ir de aldea en aldea buscando el camino de la tribuna política.

Llegaron al fin los tres amigos al nobiliario caserón. Sus acompañantes se quedaron en la anchurosa vivienda del tío Antonio, situada en el piso bajo, y el viejo servidor, seguido de los candidatos y del fiel de fechos, comenzó á subir la destrozada escalera de granito que conducía al principal.

Melancólico por todo extremo era el antigao palacio. Donde quiera que se posaban los ojos, no se veía más que ruinas del pasado esplendor, en muebles rotos é inservibles, en artesonados incompletos, en enormes puertas, faltas de muchos cuarterones, y en las partidas losas del pavimento, que se estremecían y quejaban al ser pisadas por los vivos, perturbadores y profanadores de tanta muerte....

Después de recorrer dos galerías, que en otro tiempo tuvieron cristales, el capataz indicó á los viajeros que aguardasen en una antesala, muy espaciosa, adornada con un gran escudo heráldico de negruzca piedra, pero donde no había ni tan siquiera sillas en que sentarse; y él pasó á anunciar, ó más bien á explicar, á su ama aquella ruidosa y estupenda visita.—El Secretaria, que iba detrás de los elegantes y apuestos jóvenes, á fin át presentarlos y estaba lleno de veneración y asombro.... Conocíase que nunca había entrado allí, ni visto casas nuevas ni viejas por aquel estilo.

Volvió á comparecer el tío Antonio, y dijo á los forasteros que pasaran al salón, á donde muy luego llegaría la Señora.

El salón era vastísimo, y tenía algunos muebles. En mitad del testero principal, sumamente largo y desmantelado, había un vetusto sofá de roble con hermosas tallas, forrado hacía poco tiempo con humilde tela, y ocho sillones de espetado y angosto espaldar, formando todo ello un estrado ó aprisco, tapizado de vieja y rica alfombra. Encima del sofá veíase un gran marco sin lienzo, de donde sin duda habían arrancado algún retrato, y sobre la monumental chimenea campeaban un reloj parado en las seis, cuatro floreros y dos colosales candelabros, de hierro y bronce las siete piezas, y muy roídas por el óxido.—El resto de la estancia estaba desmueblado y sin alfombra ni estera, como espacio sobrante para las ceremonias de una casa que había venido tan á menos.

Nuestros amigos, y muy singularmente el soñador discípulo de Urania, comenzaron á participar allí de la reverencia del Secretario á la noble y decaída vivienda rural de los extinguidos Marqueses de....; y, ya se habían mirado más de una vez, con aire de conmiseración á tantos estragos de la mudable fortuna, cuando se abrió la puerta que comunicaba con los aposentos interiores, y apareció la Pródiga.

IV: LA SEÑORA MARQUESA.

Absortos y como vencidos por su in-teresante y soberana figura quedaron los tres madrileños. Ni la sencillez con que estaba vestida y peinada, ni la exquisita naturalidad con que los saludó y les invitó á sentarse en los anticuados sillones, al propio tiempo que ella ocupaba el centro del sofá, ni el tono llano y gracioso con que les pidió perdón de haberles hecho aguardar unos minutos, «á consecuencia (fueron sus «palabras) de acabar de hundirse tres peldaños de la escalera de la Torre, donde se «hallaba echando de comer á sus tórtolas, »cuando los vió asomar por lo hondo del » valle, y de donde habían tenido que bajarla »á puñados;» ni, en fin, la ingenuidad y lisura con que desde luego les dijo: — «Supongo que Vdsandan de elecciones....,»

fueron parte á que dejaran de ver inmediatamente en la noble dueña del Cortijo á la antigua dama elegante, á la mujer del gran mundo acostumbrada á dominar, á la diosa que había esclavizado tantos y tantos corazones.

Figuraos á la Venus de Milo, no de piedra, sino de carne, y llegada á los treinta y siete años de edad; figuraos una mezcla de Margarita de Valois, relegada'por su abochornado marido al castillo de Usson, y de María An-tonieta, presa en la Conserjería; figuraos todos los encantos y grandezas femeniles anulados por la desgracia; una belleza inútil y como postuma, que parecía artística urna de un espíritu muerto; una cesárea majestad sin súbditos; una suprema distinción sin galas; una munificencia olímpica sin dinero, y todavía no habréis formado idea de la hermosura, de la elegancia y del poderío señorial que habían sobrevivido á los millones y á los entusiasmos de aquella mujer.—Naciera menos orgullosa ó digna, y aún reinara en el mundo con la sola eficacia de sus hechizos.... —Hablamos así, porque quizás era entonces más bella y seductora que nunca.... Sus grandes ojos negros y su incitante boca debían á las pasadas contiendas de amor no sé qué expresión de infinito deleite, que ni el mismo arrepentimiento podía ya borrar.... Dijérase que el dios-niño, tantas veces alojado en aquellas pupilas y en aquellos labios, había dejado en ellos un reflejo inmortal de sus miradas y de sus sonrisas. Las mismas languideces de otoño que se revelaban con suave livor en sus voluptuosas ojeras y con vaga melancolía en los donaires de su gesticulación, aumentaban la tentadora gracia de aquella Eva sin Paraíso ni familia, de aquella Magdalena sin remordimientos, cuya jubilación y penitencia nada habían tenido de voluntarias.—Indudablemente, el orgullo de raza suplía en ella por la virtud, é, imposibilitada de pecar como sus iguales, no quería prostituirse como sus inferiores. — Todo el problema de quien en aquel destierro aspirase á su amor consistiría, pues, en averiguar si Julia lo consideraba ó no igual á sí misma.

Vestía, la que para ser Marquesa y Grande de España de primera clase sólo necesitaba pagar al Estado los derechos de la carta de sucesión, una sencilla y clásica bata azul turquí, muy parecida á un hábito religioso, y llevaba cuello y puños lisos, más blancos que la nieve, y que de seguro se había puesto después de echar de comer á las tórtolas y de ser bajada á puñados de la torre....—¡ En vi-diables puñados, y felices los labriegos que intervinieran en la operación!—Decírnoslo sin malicia sensual y por puro amor á la estatuaria; pues es lo cierto que nunca habrá cincelado el Creador mujer de tan acabadas y ricas proporciones como las que dejaba adivinar la bata ó túnica. — Era, no lo olvidéis, la Venus de Milo, de carne y hueso; y por nada entra en el presente homenaje el que tuviese además una historia de facilidades más que mitológicas, capaz de encender la cabeza de un santo, bien que no la de un artista como nosotros....

Sin embargo...., Guillermo era también artista, y miraba con muy pecaminosa delectación de simple mortal á la jubilada heroína de amor, al mismo tiempo que deploraba el que semejante prodigio de belleza hubiese de envejecer en aquel desierto, lejos del culto de los hombres y de la envidia de las mujeres.—No debió de oscurecérsele á tan experimentada deidad la admiración que causaba al gallardo ingeniero; pero supo hacerse la desentendida, fingiendo oir con gran interés las majaderías que había ya comenzado á ensartar el Secretario; y, cuando éste hubo concluido su discurso, en que elogió grandemente á los tres aspirantes á la diputación, y sobre todo á Guillermo, la Marquesa se echó á reir, y dijo, procurando mirarlos y dirigirse á ellos sin distinguir á uno más que á otro:

—¡Pues, señor; no me creía yo tan influyente en el pueblo vecino!.... Pero, cuando el Secretario lo dice, será verdad.—¡Así acontece siempre en el mundo! Si me hubiera propuesto tener esa influencia, no la tendría; no he aspirado á ella, y se.me mete en las manos.—Lo celebro en el alma, ya que se han molestado Vds. en venir á verme; y, partiendo del principio de que sea cierto y efectivo mi poder, tengo el gusto de decirles desde ahora «que están servidos.»—Secretario: mi capataz, el tío Antonio, se pondrá á las órdenes de V., y yo misma iré al pueblo pocos días antes de las elecciones y diré lo conveniente á cuantos se me acerquen, como de costumbre, á la salida de misa.—Conque hablemos de otra cosa, señores....—Supongo que me otorgarán Vds. el favor de quedarse á comer conmigo....

—¡Imposible, señora! (se apresuró á responder Enrique, de miedo á que Guillermo aceptara). — Hemos almorzado hace muy poco, y tenemos que llegar cuanto antes á la inmediata villa, donde nos aguarda mucha gente....

—Como Vds. quieran.... (replicó naturalí-simamente la ex-millonaria). Sólo les acónsejo que no rehúsen mi convite por miedo de ponerme en un compromiso; pues desde luego me curo en salud, diciéndoles que no habría vasos de cristal para todos, ni cubiertos de plata para remudar muchas veces.... Pero yo gusto de beber en jarra de búcaro de esta provincia, y lo que es jamón, gallinas, pollos y pichones, hay de sobra por la presente: y? si no, el tío Antonio me prestaría de los suyos; pues es mucho más rico que yo.... en matanza y en aves, por la fuerza de voluntad que tiene de no probarlas nunca....—[Siempre estoy entrampada con él en veinte ó trein- ' ta gallinas, no obstante la prisa que me doy á criarlas!—Conque ¿se resignan Vds. á hacer penitencia con esta humilde labradora?

—La persona de V., marquesa (interrumpió Miguel, movido del mismo temor que Enrique), bastaría para que su comida campestre nos pareciera un festín de Lúculo.— Pero tenemos que marcharnos....

—Es decir.... (murmuró Guillermo, saliendo de la especie de arrobo con que miraba á Julia): ¡Podemos disponer de siete horas de día para llegar á la villa inmediata, que apenas distará de aquí una legua!....

—Sin embargo, tenemos que marcharnos....—repitieron Miguel y Enrique, poniéndose de pié simultáneamente.

—¡Ah, qué fastidio! (repuso el ingeniero con verdadera angustia y sin moverse de su sillón). ¡Estoy tan cansado!....—¿Por qué no os vais vosotros, y mañana saldría yo á vuestro encuentro?—¿No es verdad, señora marquesa, que puedo disponer ampliamente de la franca hospitalidad que V. nos brinda?

—¡Es claro!.... (respondió Julia con mal encubierto desvío y muy herida por aquel atrevimiento). Pero no quisiera dar ocasión á que V. desertase ni por una hora de la batalla electoral....—Por consiguiente, siga V. la suerte de sus camaradas de armas.... Si ellos se quedan, como deseo, quédese V., y descansará, sin que nadie lo perturbe ni incomode.... Mas, si ellos insisten en que no pueden quedarse, elévese V. á igual altura de heroísmo, márchese también como bueno, y ¡Dios les asista á todos en la refriega!....

—Cedo ante la mayoría.... (suspiró Guillermo, levantándose muy humillado, y disimulando su dolor bajo una sonrisa galante}. Pero conste, señora, y dígnese V. recordarlo siquiera todo el día de hoy, que yo habría renunciado con gusto á vencer en las elecciones, con tal de sentarme á su mesa y ver á V. beber agua en la jarra de búcaro.... —¡Hubiérame parecido estar mirando á la hermosa y altiva Juno, familiarizada con la sencillez pastoril en el monte Ida!

—¡Ah!.... ¡V. es poeta!—exclamó Julia, saludándolo afablemente, como para despicarlo.

—Un poco artista, señora.... (respondió Guillermo con humildad y gracia). ¡ Lo bastante artista para no poder olvidar nunca el día de hoy!

La Pródiga sonrió levemente, y dijo, levantándose:

—También nosotros..., (permítame V. esta manera cómica de hablar) hemos amado las bellas-artes, cuando andábamos por el mundo!....—Por consiguiente, acuérdese de mí, si alguna vez visítalas Galerías de Escultura del Vaticano, ó el Museo Borbónico de Ná-poles.

—Ya los he visitado.... (contestó Guillermo, mirando de hito en hito á la aristócrata). Conozco á las Venus y Minervas del cincel griego...., y, áun así y todo, no vacilo en decir que ninguna maravilla artística llega, ni en mucho, á los prodigios naturales....

—Nosotros admiramos también á la naturaleza.... (replicó tristemente Julia), aunque no mucho á la naturaleza humana....—Pero ¡Jesús! los tengo á Vds. de pié, y les estoy haciendo perder un tiempo precioso!—Muy buen viaje, señores; y que triunfen en su empresa y lleguen los tres á Presidentes del Consejo de Ministros....

Así diciendo, los despidió con una profunda y glacial reverencia,—único rasgo ceremonioso de gran señora que se le advirtió en toda aquella entrevista.

Enrique tuvo que coger del brazo á Guillermo para hacerle apartar de Julia los ávidos ojos, hasta que al fin logró sacarlo del desmantelado aposento en que ella se quedaba sola y esquiva como sepulcral estatua de sí propia.

V: JOSÉ.

Pocos momentos después, los tres amigos montaban á caballo en el patio de la casa, no sin haberse enterado antes de que el tío Antonio había obsequiado grandemente á toda la comitiva (inclusas las bestias), por orden y cuenta de la Señora.

Cuando ya iban á echar á andar, repararon nuestros jóvenes en que un arrogante y gallardo campesino, de diez y ocho á veinte años de edad, muy bien vestido al uso de su clase y montado en un hermoso mulo, los saludaba cortésmente, quitándose el sombrero, como pidiéndoles permiso para acompañarlos.

—Es mi José.... (atrevióse á decir entonces el tío Antonio, presentándoselo á nuestros amigos).—Yaque por mis años y mis ocupaciones no voy yo con Vds., me permitirán que vaya mi hijo único....

—Es José....—murmuró epigramáticamente Enrique al oído de Miguel, metiendo espuelas.

—Es José....;el de la Biblia; el de la capa.... —dijo luego Miguel al oído de Guillermo, poniendo también su caballo al trote.

—¡Estáis muy equivocados! (exclamó éste con mal humor, alcanzándolos fuera ya del Cortijo). ¡ Os digo que no conocéis el mundo, ni el corazón de las mujeres!—¡Ni José es José) ni yo renuncio á volver á ver á la Marquesa antes de que dejemos este país!— Vosotros no os habéis parado á considerar la horrible tragedia que palpita en el corazón deesa estatua.... Hoy tiene treinta y siete años de edad y una historia de goces y sufrimientos sin límites, y todavía pueden quedarle otros treinta y siete años de vida sin historia, de tedio, de fastidio, de un martirio lento y monótono, como los que discurrió Dante ó soñó la fábula....—En fin: yo voy á hablar con José desde aquí hasta la villa; y, si las cosas que me cuente no contradicen la idea que tengo formada de esa mujer, no extrañéis que esta noche ó mañana os abandone por algunas horas, para venir á hacerle otra visita con cualquier pretexto.

—¡Mayor de veinticinco años eres! (exclamó con disimulada envidia el grave Enrique).—Procura no dar un escándalo que nos perjudique á todos; y, en lo demás, ¡celebraré que te diviertas!

—¡Y se divertirá!.... (añadió por lo bajo el calmoso Miguel); pues nosotros...., ó sea nós, ó sea yo, hemos observado que á la Señora Marquesa no le ha parecido mal nuestro Guillermo.—¡Cuidado si influye en la suerte del hombre le forma de la nariz!—¡Si yo no fuera chato, me habría dedicado á heroe de novela, en vez de dedicarme á burlón, y esta noche haría morirse de risa á doña Julia!....

Enrique, á quien iba dirigido este discurso, contestó desazonadamente:

—¡Pues lo que es á mí, no me ha gustado la Señora!

—Lo que no te gusta á ti.... (replicó Miguel) es la buena estrella de Guillermo.— Tú, mi querido Enrique, eres envidioso.

—Y tú un egoísta, enemigo del género humano....

—Pero enemigo alegre, dado que me contento con reírme de él....—Yo soy de la madera de Diógenes....

Á todo esto, la comitiva salía ya del valle-cilio, sin que Guillermo hubiese visto asomada á la Marquesa á las ventanas del caserón ninguna de las veces que miró hacia allí con tal esperanza....

Entonces se acercó á José, y le habló en estos ó parecidos términos :

—Dime tú, buen mozo: ¿cuándo entras en quintas?

El robusto mancebo se puso más encarnado que la grana, al verse obligado á echar el habla del cuerpo delante de tan distinguida persona; abrió la boca dos ó tres veces sin producir ruido alguno, como cañón de órgano falto de aire, y, por último, acertó á decir premiosamente:

—Entraré dentro de año y medio; pues en la Candelaria he cumplido los diez y ocho.— Pero, si me toca la cédula, la Señora me librará.

Esta ingenua revelación pareció á Guillermo prueba evidente de la inocencia de José. Oyóla, sin embargo, con celos ó envidia, por la seguridad que implicaba en el cariño y protección de la Marquesa, y continuó interrogando caústicamente:

—¿Ella te lo ha dicho, ó tú te lo figuras? —Ella me lo ha dicho más de una vez.... —Según eso, habláis con frecuencia....

—¡Toma! Casi todas las mañanas; y, de fijo, todas las tardes, al oscurecer, cuando vuelvo del campo; y, por supuesto, todas las noches, después que mi madre le sirve la cena....

—Y.... ¿de qué habláis.... por la noche?— preguntó capciosamente el ingeniero, no en virtud de sospechas propias, sino por darse la satisfacción de oir refutar las ajenas.

—¡Qué cosas tiene el señorito! (exclamó el rozagante labriego, poniéndose otra vez muy colorado y riéndose con malicia). ¿De qué quiere V. que hablemos?—Pero ¡vaya! se lo diré con franqueza, visto que tiene gana de oírme, para distraerse y matar el tiempo....—La Señora y yo solemos hablar de.... amores....

—¿Hola! (repuso Guillermo, brincando sobre los estribos). La Señora y tú....

—Sí, señor.... (respondió José, riéndose más fuertemente que antes; pero ya, no con malicia, sino con imbecilidad). ¡La Señora me aconseja que quiera á Brígida; y yo le digo.... que no puedo quererla!

El madrileño respiró, como si le quitaran de encima un asno que se hubiese caído sobre él, y prosiguió su interrogatorio en esta forma:

—Sepamos ante todo quién es Brígida....

—Brígida.... (contestó el Adonis del Cortijo del Abencerraje) es la hija única del mulero: una muchacha bastante guapa, aunque más amarilla que la cera (pues tiene no sé qué enfermedad que dicen que se quita casándose), de quien están enamorados todos los mozos de la jurisdicción....

—Y ¿por qué no la quieres tú como los demás?

—Porque.... porque.... — ¡Seré franco!— Porque al hombre que, como yo, habla todos los días con la Señora, no puede gustarle ninguna otra mujer....—¡Buena diferencia hay entre Brígida y doña Julia!

Guillermo volvió á alarmarse, ó más bien se indignó, al oir aquella impertinente salida del apuesto y zafio destripaterrones.

—¡De modo.... (arguyo sarcásticamente) que tú estás enamorado de la Señora!....—Y, dime: supuesto que tú padre es rico, y la pobre ha venido á menos, ¿por qué no te casas con ella?

—¡Quite V. allá, hombre! (exclamó el cortijero, lleno de terror). ¿Quién habla de semejante sacrilegio?—¿Se enamoraría V. de una reina? ¿Pensaría V. en casarse con una Santa de las que sacan en procesión?—¡Pues lo mismo es para mí la Señora!

—¡Perfectamente respondido, José! (se apresuró á contestar, muy avergonzado, el impresionable ingeniero).—¡Te he hecho esa pregunta por oirte! | Demasiado comprendo que lo que tú sientes por la Señora es admiración, respeto, reverencia!....

—Yo no sé cómo se llaman las cosas; pero sí sé lo que me pasa por dentro.... (expuso el mozo con verdadera unción).—Quince años había yo cumplido cuando la señora Marquesa se vino á vivir á su palacio.... Desde que la vi, desde que oí el metal de su voz, desde que conocí lo buena y caritativa que era, ¡Dios me perdone! creo que quise menos á mi madre, y que hasta le perdí devoción á la Santa Patrona de esta comarca.... —En fin, si doña Julia me dijera que matara á.... cualquiera que fuese.... ¡átodo el mundo!...., crea V. que lo mataría; y si me mandara tirarme por un tajo, me tiraría sin rechistar, ¡como estas son cruces y hay Dios en los cielos!—Ya tiene V. explicado mica-riño.

—¡Bravo! ¡Bravo, José!—¡Tú eres todo un hombre!—'dijo Guillermo, envidiando la inocencia de aquel bárbaro, como antes había envidiado las culpas amorosas de que le supuso reo.

—¡Mire V.! (prosiguió el fanático, con creciente ímpetu): es tanto el aquel y la ley que yo tengo á la Señora, que, cuando me habla, casi nunca me entero de lo que dice, pues su voz me entra por los oidos haciéndome cosquillas en todo el interior del cuerpo, y siento un hormigueo en la sangre y un zumbido en la cabeza, como si estuviera borracho....—Ella lo conoce, y se muere de risa, haciéndome burla, hasta que, después de repetirme mucho las cosas, consigue que la entienda.—;Oiga V. otra señal de la estimación y el respeto con que la miro!....— Hoy, cuando Vds. llegaron á la casa, se habían hundido tres escalones de la Torre, donde estaba la Señora, y yo tuve que bajarla en brazos....—Pues bien, caballero; créame V.: al sentir el peso y la suavidad de su persona: al oler la esencia de flores que despiden sus brazos, con los cuales rodeó mí cuello; al verme dueño y señor, por un instante, de tanta hermosura, y oir sus alegres risotadas sobre mi cabeza, sentí una cosa...., que estuve para morirme de gusto y felicidad....—Y ¡cuidado que la Señora pesa como un plomo!....

Guillermo había vuelto á amostazarse. ¡Estaba escrito que cada nuevo discurso de José le hiciese cambiar de humor y de sentimientos!—Pero esta vez predominó en el espíritu del artista y poeta no sé qué febril curiosidad poco noble, y, acercando más y más su caballo al mulo del empecatado labriego, preguntóle, bajando la voz:

—Dime.... ¿Y ella? ¿Te quiere mucho? ¿Te paga esa adoración que le tienes?.... ¿Te besa alguna vez?....

—¿Quiere V. callar, señorito?.... {Besarme la Señora!....—murmuró el corpulento joven con gran indignación, amortiguada felizmente por el instintivo arrobo que le produjo la misma idea que condenaba.

Es verdad!.... ¡Tú ya eres un hombre!.... (se apresuró á añadir Guillermo, temeroso de haberse enajenado la confianza de José y de que aquella embriagadora conversación no pudiera seguir adelante.)— Di-me.... (le interrogó después, para distraerlo): ¿Y la hermosa Brígida? ¿Sabe que no la quieres mucho?

—¡Vaya si lo sabe! (respondió el presumido patán). Y la prueba es que su lía, con quien mi madre trató nuestro casamiento, acude en queja á la Señora, para que la Señora me regañe á mí, porque no voy á ver á la Descolorida,—que es como aquí llaman á mi supuesta novia....

—Por consiguiente.... ¡ella te quiere á tí!....

—¡Más que á su alma, aunque me esté mal el decirlo!....

—Oye, José.... (profirió Guillermo, al cabo de algunos instantes de silencio, alargando al petulante rústico un disforme cigarro). —¿Qué hace de noche doña Julia? ¿A qué hora se acuesta?

—La señora Marquesa duerme poco....— (respondió el campesino, encendiendo el cigarro al revés).—Después de cenar, habla un rato con mi padre y conmigo sobre las cosas del campo ó sobre Brígida, y al fin se queda sola...., cuando apenas habrán pasado dos horas de noche. — Mientras dura el buen tiempo, ó sea desde Abril hasta Octubre; si hace luna, se pasea por la huerta y por un antiguo jardín que lindan con la casa; y, si no hace luna, se sienta al balcón ó en la azotea, y se pasa horas y horas pensando en sus asuntos, hasta cerca de la madrugada, que se encierra en su cuarto.—En invierno, así que nos retiramos nosotros, que es á las siete de la noche, se pone á leer al lado de la gran chimenea del salón que V. ha visto, y se está allí seis ú ocho horas mortales, sin compaña alguna....: ¡de modo, señor, que da lástima y miedo, cuando uno se levanta á las dos ó las tres de la noche, á echar pienso á las bestias, ver luz en sus balcones, y pensar que una mujer tan guapa y tan virtuosa, todavía en la flor de la edad, está sola y despierta en aquel salón tan grande, como un alma del otro mundo, ó como una enterrada en vi da!....—i Y todo por haberse casado (según dicen) con un bribón que, después de haberla tratado muy mal, la dejó completamente arruinada.... para lo que es su clase!

—De manera.... (dijo Guillermo, empalmando la conversación por el punto más conveniente á sus propósitos) que, hallándonos, como nos hallamos todavía, en el buen tiempo, y siendo hoy el plenilunio, esta noche paseará la Señora por la huerta y por el antiguo jardín....

—Puede V. jurarlo.... —¡Allí la encontraré yo cuando vuelva al Cortijo, después de dejar á Vds. acomodados en la villa inmediata!

—Y dime, José: ¿serías tú hombre de guardar un secreto que le interesa á tu ama?

—¡Le he dicho á V. que soy capaz de hacerme matar por ella!

—Pues bien: yo desearía hablarle esta noche, sin que nadie lo trasluciese.—Con tal objeto, al oscurecer, me fingiré malo en la Villa, y diré que me voy á acostar, dejando á mis amigos entenderse con los electores.... Tú me aguardarás en las afueras con mi caballo y tu mulo; yo me escaparé, como pueda, de mi alojamiento, y nos volveremos juntos al Cortijo del Abencerraje, adonde llegaremos dos horas después de oscurecido. —Me introducirás en el jardín, ó en la huerta, y le dirás á doña Julia, ó le diré yo, si desde luego la encuentro allí, que tengo que hablarle de un asunto reservado y urgente. —Terminada mi entrevista con tu señora, montaremos otra vez á caballo, y me acompañarás á la Villa, donde mañana por la mañana nadie sabrá mis aventuras de esta noche....—¿Cuento contigo para llevar á cabo este plan?

—Espere V. que lo piense....—contestó el rústico, quitándose el sombrero y rascándose la cabeza.

Y, á fe que debió pensar mucho y muy de prisa, pues á los pocos momentos exclamó:

—¡Yo creo que haría V. una obra de caridad casándose con mi señora!....

Guillermo lo miró asombrado.

—¡Es tan buena, y vive tan sola la pobre! (continuó José).—¡Ni la crea V. tan pobre como solemos decir! ¡ Todavía saca del Cortijo, entre unas cosas y otras, más de una fanega de trigo diaria!—Y ¡mire V. que una fanega de trigo tiene pedazos de pan!—¡ Así es que da tantos al año á los menesterosos! —Ella está alimentada con una friolera.... —Huevos, legumbres, patatas, leche y puchero son todo su regalo.—Los pollos y el jamón los reparte entre las paridas y otros enfermos, y, á veces, les da hasta las gallinas y tiene que comprar huevos á mi madre para su consumo....—jConque ya ve V. que es una buena proporción para un caballero que quiera vivir tranquilo, con una mujer honesta y guapa como ninguna, y que no le cueste ni dos cuartos!

—¡Doña Julia no me querría á mí; ni es de eso de lo que yo tengo que hablarle!.... (respondió Guillermo muy turbado).—Déjate, pues, de cébalas, que demuestran tu buen corazón y el cariño que tienes á tu señora, y respóndeme á la pregunta que te hice antes.

—Yo, caballero.... (contestó José, volviendo á rascarse la cabeza), haré lo que V. me diga; pues mi padre me ha encargado que los atienda á Vds. y complazca en todo y por todo....—¡ Unicamente le pido á V., por los clavos de Cristo, que no me comprometa á ayudar á nada que pueda perjudicar á la señora Marquesa!

El claro instinto de aquel alma sencilla y generosa, revelado en el vago y remoto son de amenaza que acompañó á tan humilde súplica, conturbó más y más á Guillermo, el cual tuvo que mirar hacia otra parte para responder al hijo del tío Antonio:

—Descuida, José, descuida....— i Yo soy un hombre de bien !—Conque.... ¡lo dicho! Cuando lleguemos al pueblo, arreglaremos el medio de escaparnos esta noche. —¡Que no le cuentes nada á nadie!—Ahora.... voy á hablar un rato con esos electores, para que no entren en sospechas....

Pronunciadas estas palabras, metió espuelas á su caballejo, y se incorporó á Miguel y Enrique.

Dejémosle con ellos, y retrocedamos nosotros al Cortijo del Abencerraje.

VI: RESONANCIAS DE LA VIDA..

Serían las siete de aquella noche, cuando la Pródiga, sentada delante de rústico velador, en una glorieta cubierta defrondoso emparrado, hacía como que cenaba, por no disgustar al tío Antonio y á su mujer, que le habían preguntado ya dos ó tres veces si estaba indispuesta.

La luna, llena y esplendorosa, asomaba en aquel momento sobre los altos árboles que servían de cerca al que fué jardín del Palacio, y su fulgor melancólico amortiguaba ya el de un velón de Lucena colocado sobre el velador.

—¡Pues lo que es esto va Vuecencia á probarlo! (dijo la anciana esposa del capataz, presentando á Julia una fuente de leche migada).—¡ Hasta ahora no ha cenado más que en el nombre, y al mediodía no comió nada!—¡ Se conoce que las visitas de esta ma-nana le han despertado á Vuecencia tristes recuerdos!

La Marquesa se sonrió; tomó algunas cucharadas de leche, y, levantándose para que no le instara más la tía Francisca, dijo al capataz:

—Paseemos un poco.... La noche está muy buena....—¿Conque decías, mi buen Antonio, que el del traje azul se llama don Guillermo de Loja, y que es ingeniero, abogado, y hasta pintor?

—Sí, señora: el más guapo de los tres es todo eso, según me explicó el Secretario,— contestó el campesino, siguiéndola á un paso de distancia.

—Y.... ¿son casados, ó solteros nuestros futuros Diputados á Cortes?—interrogó poco después la Pródiga, aparentando indiferencia.

—Solteros los tres, y ricos....—se apresuró á contestar el viejo servidor.

—Yo no me enteré de nada cuando me los presentó el picaro Fiel de fechos.... (añadió ella, bostezando fingidamente).— ¡Me disgusta tanto oir hablar á aquella mala persona!—Dime: ¿y crees tú que D. Guillermo saldrá diputado?

—¡O salen los tres, ó no sale ninguno!— Lo digo, porque forman una sola candidatura.... (respondió el viejo, desfigurando esta última palabra).—Pero, según me ha asegurado el Secretario, saldrán los tres.

Julia se quedó pensativa, hasta que, después de una pausa, exclamó tristemente:

—¡Me alegro! ¡Vayan con Dios!—Antonio, ayúdales todo lo que puedas, y gasta cuanto sea menester y tengamos.—¡Más han hecho ellos en venir á buscarme, que yo hago en favorecer su natural ambición!....—¡Ese don Guillermo será Ministro!. ...—Tiene cara de hombre de genio....

—¡Sí que parece persona de poco aguante y de malas pulgas!—En los breves momentos que anduve con la cabalgata, conocí que era el verdadero jefe de la expedición....—Por cierto que mi José...., vestido con su ropa de los domingos....

—Puedes retirarte, mi querido Antonio.... (interrumpió la Marquesa, volviendo de otra profunda distracción). — Hasta mañana.— Que descanses.

—Hasta mañana, si Dios quiere.... (contestó el viejo, besándole la mano).—No tome Vuecencia mucho relente, que ya están las noches húmedas.—Tres días faltan para el de San Francisco, y ya se barrunta el cordonazo....—Quiero decir, que va á llover muy pronto; ¡y bien lo necesitamos para sembrar!....—El cielo haga que este año,...

Rezando así, fué alejándose el tío Antonio, hasta que penetró en la casa, acompañado de su hacendosa mujer, que iba cargada con el velón y con los avíos de la despachada cena.

Julia se quedó sola y sentada en medio del jardín, donde había algunos bancos rústicos, rodeados de grandes matas de don-diegos-de-noche en flor, por ser aquella la encrucijada de cuatro calles y haber existido allí otra glorieta en mejores tiempos para la familia.

El i.° de Octubre, en Andalucía, cantan aún los ruiseñores cuando hace luna, y en los olmos de la inmediata huerta había muchos nidos de ellos....—Trinaban y gorjeaban, pues, en aquel instante los trovadores del amor, y su dulce y apasionada música se mezclaba en el sereno ambiente con el blando y continuo murmullo del agua siempre insomne de una rota fuente de mármol, que parecía en tan romántico paraje la lengua de lasoledad contando pasadas alegrías.... Sonaba, en fin, al otro lado de los negros olmos, el vago rumor del rápido y pedregoso riachuelo, remedando el estruendo del distante mundo; y aquellas combinadas voces lánguidas y expresivas, que hablaban única y directamente con la Pródiga, pues ninguna otra persona podía allí escucharlas ni entenderlas, sumergieron á la desgraciada en tan hondo piélago de amargura, que cruzó las manos y se las llevó á la boca, como si fuera á rezar.... Pero sólo pudo gemir, y esto.... brevísimos segundos y con demasiada altivez ó fiereza.

¡Ningún alivio debió de reportar á su corazón aquella congoja; pues, en vez de dar señales de consuelo, la antigua deidad alzó los ojos hacia la indiferente luna, y sonrió con acerba ironía, como acusándola de inconstancia, traición y olvido.

Serenóse luego poco á poco, y su sonrisa acabó por convertirse en burlona. Algo como un cuidado de aquel día ó de aquel momento animó y despejó su semblante; y, levantándose con gallardo y resuelto ademán, dirigióse á la huerta; llegó á la parte por donde la derruida tapia lindaba con el camino, y púsose á escuchar, con el oído al viento, no sin decir antes, primero á media voz, y después para sí misma:

—Mucho tarda José....—¡De seguro me trae alguna embajada del candidato de las malas pulgas, que diría Antonio; si ya no es que el mismo D. Guillermo viene á verme beber en la jarra de búcaro!—¡Esta mañana me miraba de una manera que conozco demasiado!—Todos los hombres que me han dirigido miradas semejantes.... han perdido por mí la vida ó el alma!....—Y, ¡cuánta, cuánta pasión hay en la suya!....

Por aquí iba en su monólogo mental la proscrita diosa, cuando oyó á lo lejos pisadas de caballerías que avanzaban al trote....

—¡José no viene solo!.... (se dijo en el acto, llena de pavor).—¡Otro jinete, cuando menos, cabalga con él, y no en mulo, sino á caballo!....—¡Ah! ya voy teniendo oído de cortijera.... ¡Ya siento venir al lobo á gran distancia!—¡Ahí está otra vez el Hombre, mi constante enemigo!.... ¡mi fatalidad!....— ¡Pero no! ¡no lo será esta vez!

Pasaron tres ó cuatro minutos.

El acompasado son de las dos cabalgaduras se aproximaba rápidamente....

—¡Pobre ingeniero! (pensó entonces Julia, encaminándose al jardín). ¡Cómo se conoce que está acostumbrado á tender puentes sobre los abismos! ¡Con qué valor y resolución viene á buscarme!—¡Infortunado!

La más hidalga compasión pintóse en el rostro de aquella mujer sin ventura, que, por lo visto, no era ninguna vulgar y vil pecado-ra; y, llegado que hubo á la florida encrucijada en que antes gimió desconsoladamente, se preguntó con lealtad y entereza.

—¿Qué hago, para librarme de él y para que él se libre de mí?—¿Lo recibo, y lo desengaño? ¿Ó me niego á recibirlo?—Mejor es esto último....—i Así, ni el presuntuoso conquistador, en los primeros instantes de una entrevista, ni estos pobres campesinos, fundándose luego en apariencias, supondrán cosa alguna en contrario á lo que es y ha de ser cierto!....

En virtud de tales reflexiones, Julia penetró en la casa; llamó al tío Antonio, y le dijo:

—José está llegando...., y con él viene otra persona, que podrá ser el D. Guillermo que me visitó esta mañana....—En tal caso, dile que, no sintiéndome buena, me acosté á prima noche, y que es imposible pasarme recado.—Si pretendiere quedarse á dormir en el Cortijo, niégate á ello, alegando que tienes orden de no consentir nunca á nadie pernoctar en mi finca.—En fin, procura que se marche inmediatamente...., inmediatamente....

El tío Antonio se inclinó con profundo respeto, y tomó el camino del portal.

Julia regresó en el acto al jardín; y, una vez en él, cerró la gran puerta que lo ponía en comunicación con el patio, y fué á sentarse en la emparrada glorieta que conocemos, esclarecida ya tan sólo por la apacible luna....

¡Inútil victoria acababa de alcanzar sobre su imaginación- y sus sentidos la valerosa desterrada!—En aquel mismo instante vio que dos hombres penetraban en el jardín por el lado de la huerta, y oyó la voz de José, que decía:

—¡No sé cómo no hemos tropezado ya con la Señora!....—Sin duda no ha bajado esta noche....—Espérese V. aquí, mientras voy á buscarla por la casa,...

—Aquí aguardo....—respondió el otro hombre, en cuya varonil y vibrante voz y alta y gallarda figura reconoció Julia á Guillermo.

La Pródiga no se movió, por miedo á ser oída y por considerar también muy difícil que la viesen en aquella penumbra que formaban los enverjados y pámpanos en la glorieta.

José penetró en la casa; y Guillermo, después de vacilar algunos segundos, comenzó á pasearse.... ¡oh fatalidad! en dirección al emparrado....

No tardó, pues, en descubrir á la escondida castellana. Lanzó, al verla, una leve exclamación de alegría: quitóse el sombrero; y, avanzando hacia ella reverentemente, le dijo en actitud no menos humilde que lo hubiera sido una genuflexión:

—¡Perdóneme V., señora!....— ¡Perdóneme V.I

VII: Una mujer que se conocía a sí misma.

¿Qué he de hacer sino perdonarle? (respondió Julia, riéndose con melancólica indulgencia).—¡Estaría escrito que volviéramos á vernos!—Siéntese.... (añadió en seguida, mostrándole una silla de hierro que había cerca de la suya).— Ya contaba yo con que volvería V. esta noche, y la prueba es que había dado orden en la casa de que le dijesen que estaba indispuesta y durmiendo y no podía pasárseme recado, así como de que le prohibieran á V. pernoctar en el Cortijo....

—¿Será verdad? (exclamó Guillermo con admiración y cierto júbilo).—|V. me esperaba!....

—No, señor....—Yo temía que V. viniese....; y bien claro lo demuestran las referidas órdenes dadas á mi capataz....

—Para el caso es lo mismo....—¡V. lo temía!....—Y ¿por qué? ¿Por qué temerlo?....— repuso el joven con dulzura, acercando su silla á la de la Marquesa.

—Lo temía por V. más que por mí.... (respondió ella sin moverse).—Ni crea que hay fatuidad é impertinencia en esa adivinación de que V. vendría....—Por el contrarío: hay gran humildad de mi parte, ó, más bien, conciencia perfecta de mi desventura....

—Ruego á V. que se explique....—murmuró Guillermo, dominado por la triste solemnidad de aquellas palabras;

—Fácil es la explicación.... (replicó ella con acento más llano y tranquilo).—Conozco á los hombres, sobre todo á los extraordinarios y notables como V., acostumbrados al éxito y á la lisonja, y sé que necesitan ver doblarse ante ellos toda cabeza que se haya inclinado ante otros....

—Marquesa, juro á V.....

—Déjeme concluir antes de jurar, no eas que luego se arrepienta de haber jurado en falso.—En cuanto á lo del marquesado, sepa V. que no he sacado el título....—Lláme-me,pues, Señora ó Julia....—Y vuelvo á mi discurso.—Podrá resignarse un Conquistador á que los fuertes de voluntad ó profesión no le rindan pleito-homenaje; pero á los débiles de oficio ó defama no los releva nunca del tributo de su servilismo....—¡Porque es necesario no ser menos que el héroe anterior! ¡Es necesario ufanarse, ya que no de una tan sencilla victoria, de haber pisoteado los costosos laureles ajenos!....—V. me miró y me habló esta mañana, no como hubiera hablado ó mirado á la mujer más hermosa del mundo, de quien nada desfavorable supiese, sino como se miran, en una almoneda de curiosidades históricas, las cosas que fueron caras....— Digo más: V. no habría venido á buscarme esta noche, sin contar de antemano con mi renombrada flaqueza....—Por lo tanto, señor D. Guillermo, V. ha procedido en todo y por todo como el Invasor que, yendo á la conquista de plazas fuertes, no se para á tomar y castigar la aldea indefensa que ve á un lado del camino, y desde la cual no le han hecho señales algunas de sumisión, sino que pasa de largo, por no perder un tiempo precioso en empeño tan insignificante....—Pero he aquí que, un poco más allá, sorprende la noche á los expedicionarios en despoblado y lloviendo.... Recuerda entonces nuestro héroe la pobre y silenciosa aldea que se quedó atrás, cuyo aspecto no era del todo desagradable; y, dejando acampadas sus tropas á la intemperie, retrocede con su escolta en busca de aquel alojamiento, diciéndose, ó diciendo á sus ayudantes:—«Allí pasaré mejor la noche que á campo raso, y, de camino, sabré por qué esta tarde, al divisar mi victoriosa bandera, no echaron las campanas á vuelo, como de seguro las echarán esta noche....»—Francamente, mi buen amigo, ¿no tiene todo esto visos de verdad?

—¡No, señora! (respondió gravemente Guillermo, contemplando con admiración y lástima á la terrible maestra de amor, que tan amarga idea tenía del corazón humano).— ¡No, señora! Yo no he pensado ni sentido nada de eso: pero, aunque tales hubieran sido hasta ahora mis ideas respecto de V. (cosa que niego rotundamente), ya habrían cambiado al oir las palabras que acaba V. de pronunciar.—Si V. me concede, como ha dicho, alguna más estatura que al vulgo de los hombres, admita que pueda haber adivinado, desde que la vi, y áun antes de verla, sólo por lo que de V. se refiere, que es una mujer superior y excepcional, más ó menos infortunada, digna de los complicados sentimientos que aquí me han traído esta noche. —Y ahora que la conozco mejor, pues acabo de medir toda la extensión de su prodigioso talento, crea que nadie la habrá respetado y admirado tanto como este pobre vencido por los encantos de V., á quien V. ha llamado conquistador y otras muchas cosas irónicas y crueles....

—¿De modo.... (interrogó vivamente Julia, aunque sin dejar de sonreírse) que á V. le habían ya referido mi historia cuando vino á verme esta mañana?—¡Nada más natural; y lo celebro mucho, con tal de que no se hayan enterado de ella las buenas gentes de este cortijo, para quienes soy y siempre he sido una santa!—Debo, sin embargo, advertir á V. que nadie sabe aquí ni en Madrid mi verdadera historia, grotescamente desfigurada por la dramática imaginación del vulgo, ó por la mala fe de algunas enemigas mías;—lo cual no quita que sea muy cierto que he tenido cuatro amantes después de la muerte de mi marido, como pudiera haber tenido otros cuatro esposos....—Pero, en fin, no trato de disculparme.... ¡Me interesa, por el contrario, convencer á V. de que efectivamente he sido tan liviana y tan loca como cuentan de mí los hombres de bien y las mujeres honestas!—Y no le digo que estoy arrepentida, porque la palabra arrepentimiento suena muy mal en labios de los encarcelados.... y de todos los que no tienen ya posibilidad de delinquir á su gusto y manera....—¡Yo no dejé de volar hasta que me faltaron las alas, ó sea dinero propio, único de que saben valerse mis manos!....—Conque doblemos la hoja, y volvamos á hablar de V, cuya felicidad me interesa más que la mía:—¿Tendrá la dignación de decirme á qué ha venido á buscarme de nuevo; en qué puedo serle útil, ó qué linaje de.... favor se le ha ocurrido á V. hacer á esta desgraciada?

Guillermo frunció las cejas, y no respondió.—Tenía demasiado ingenio para dejar de comprender que no era posible contestar dignamente á aquellas abrumadoras preguntas.

—¡Ese silencio es leal y caballeroso, y dice también mucho en pró de la ternura de su alma!.... (se apresuró á añadir la Pródiga).— ¡No me responde V., porque acaba de darse cuenta de que no sabe qué quiere ó debe querer, tratándose de una pecadora por mi estilo!....—¡Es claro!.... (profirió luego con exquisita burla). ¡V. no conocía más que mi cara y mi historia, y ahora empieza á sospechar que tengo también un resto de alma!— ¡No se fatigue buscando explicaciones ó disculpas!.... Yo discurriré por V., sincerándole al propio tiempo y justificando el que, dentro de un rato. noble y valientemente, coja el sombrero, me salude y se marche, como le suplico que lo haga, á fuer de persona de buen gusto, antes de caer en la tentación de entablar vulgares demandas, indignas de usted y de mi....

El discretísimo y sabio Guillermo estaba estupefacto y hasta corrido de vergüenza.... —¡No aguardaba él habérselas, ni nunca se las había habido, con mujer de aquel fuste!— Pero descubrir nuevos méritos y hechizos en lo que se desea, no es el mejor camino para dejar de desearlo.... Aguantó, pues, la adversidad de la situación; dejó caer la frente sobre una mano, y esperó á que los propios argumentos de Julia le suministrasen razones en que fundar su comprometida causa.

—Una de tres cosas (prosiguió diciendo ella) ha podido V. proponerse al venir á verme de un modo furtivo, dando que hablar en daño mío á sus compañeros de viaje y escandalizando un poco á estos mis servidores del cortijo, que tanto me respetan....; y esas tres cosas pueden formularse así:—ser mi esposo; ser mi amante, ó pedirme hospitalidad por una noche....—¡Poco hay que decir para descartar el primer supuesto!.... Ni V. había de pensar en casarse con una mujer de mi edad y de mis antecedentes, ni yo me prestaría á tal disparate, aunque V. me lo suplicara de rodillas.—¡Todo sería amargo y ridículo en semejante matrimonio...., y yo prefiero la muerte á causar la amargura ajena ó á soportar la ridiculez propia!—Vamos al segundo supuesto....—Acabo de cumplir treinta y siete años, y V. podrá tener veinticinco....

—Tengo veintiséis....

—Lo mismo da....—¿Cuánto tiempo sería yo su querida de V. sin pesarle como una carga ignominiosa?—Concedamos que cuatro años, ¡y es demasiado conceder!—Tendría V. entonces treinta, y, naturalmente, pensaría en casarse, en establecerse según las leyes del mundo y de la misma naturaleza, en crearse una familia antes de la vejez, en tener hijos, en pertenecer dignamente á la sociedad.—Nos separaríamos, pues, de buen ó mal grado.—i Sería de buen grado, atendiendo á que yo sabría sacrificarme!....—Pero, ¿y luego? ¿qué sería de mí?—Mas no es esto lo que debo preguntar, sino «¿y entretanto?....» Quiero decir: ¿Y durante nuestros amores? ¿Dónde viviríamos?—¿En la corte, ó en el cortijo?—¿En la corte, á expensas de V., siendo yo quien soy y habiendo vivido allí como una reina, ó en el cortijo, atajando la brillante carrera del ingeniero, del abogado, del político, frustrando acaso su porvenir, dando lugar á que lo adelantasen sus rivales y émulos?—Y, de un modo ó de otro.... (permítaseme inquirirlo también, supuesto que V. no será ningún tremendo egoista....), ¿qué haría yo cuando nos separáramos? ¿Me quedaría ya el recurso de vivir aquí, rodeada de la estimación de antiguos servidores, que hoy me creen calumniada por la maledicencia? ¿Podría gozar de la paz y el reposo que van penetrando en mi alma, después de tres años de castigo?—En fin: yo...., que, por la presente, en mi gran infortunio, tengo siquiera el consuelo de decirme que no me ha abandonado ningún amante, ¿he de emprender á mi edad una nueva campaña, de la que fijamente saldría repudiada y escarnecida, por vieja y estéril, y como infamante y pesado estorbo?—¡No, mil veces no!....—Pero veo que me excito demasiado.... (añadió la Pródiga, riéndose convulsivamente y poniendo una mano de nácar sobre el hombro izquierdo del joven, como si temiera caer insultada). —Prescindamos de lo imposible y absurdo, y hablemos del tercer supuesto.... ¡Hablemos del idilio de una sola noche con que ha soñado V. únicamente al venir á buscarme!....

—¡De ese idilio hablaré yo!—exclamó Guillermo con soberana arrogancia.

Y su bello y varonil semblante ostentó la aureola de una verdadera pasión, demasiado tiempo reprimida....

Julia retiró su mano del hombro del joven, y contemplóle con admiración y orgullo, como á un adversario digno de ella, fuese cualquiera el resultado de aquel combate....

—Todo lo que ha dicho V. será verdad.... (continuó el apasionado ingeniero); pero hay otra verdad superior á cuanto pudiéramos aducir para separarnos como dos seres extraños el uno al otro.... ¡Y esa verdad es eterna; es la realidad misma que estamos tocando; es V.; soy yo; es la peregrina hermosura que debe V. al cielo; es esta ansia que me devora de darle mi sér y mi vida, de llevarme sus hechizos dentro del alma, de tener la gloria de decir que Galatea se ha dignado ser criatura mortal en premio á mi adoración de artista!....—Yo no soy responsable de las desventuras de V..... jYo no la hubiese hecho tan desgraciada!.... jYo no tengo la culpa de esas dificultades que se oponen á que nuestras existencias se unan para siempre, aquí, ó en otro paraje del mundo!..,.—Yo no sé más sino que un día de mi atediada juventud, cuando desconfiaba de encontrar aquí abajo la belleza suprema, la gracia inmortal, la alma Venus de los antiguos, me he encontrado á V., arrumbada y desconocida ya por el amor, en la soledad de un cortijo, al modo de las estatuas que yacieron ocultas siglos y siglos bajo las cenizas del Volcán, hasta que un viñador descubrió á pompeya,... ¡Yo no sé más sino que, al verja á V. en este desierto, tan hermosa, tan distinguida, tan infortunada, he sentido una honda conmiseración que casi me ha hecho llorar de dolor y espanto, únicamente de pensar en que iba á dejarla á V. aquí, sola, triste, pobre, sin esperanza ni consuelo, como náufraga arrojada por el mar á una isla desierta, como el trágico soldado de nuestro siglo en el solitario peñón en que murió sin amor ni gloria!.... Yo no sé más sino que la adoro; que nadie nos mira; que todo es amor en nuestros ojos y en nuestra sangre, y en este jardín, engalanado con las últimas flores del año, y en esta noche deleitable y tranquila, y en esa luna complaciente y discreta, que nada contará al envidioso mundo, pero que nos recordará siempre á nosotros una hora de inefables delicias....—{Julia! ¡Julia! jNo piense V.! |No se oiga!.... iSienta y olvide como yo!....—[Julia! ¡No rechace V. tanta pasión como rebosa de este alma que se desvive por la suya!

—¡V. me conoce.... y, porque me conoce, me habla así!.... (exclamó la Marquesa, poniéndose de pié).—¡ Pero yo también me conozco!....—V. no me tiene lástima; ¡pero yo sí me la tengo!....—-¡Una hora!....—¡Una noche!....—¡Qué bello idilio!—Y después deesa noche...., ¿qué?—¡Ah! Sí.... ya caigo.... El silencio de la discreta luna, tal vez un durable recuerdo de la imaginación de V., allá en el mundo, entre las glorias y esplendores de Madrid, en los mismos brazos de su futura esposa...., y | nada más! ¡ nada más, como no fuera la noticia de mi muerte, que acaso no llegaría V. á saber i....—[Famoso plán, en que V. no tendría de qué avergonzarse ni arrepentirse!....—Pero, ¿y yo?—Tres años, largos como tres eternidades, llevo de convalecencia moral; tres años de dignidad relativa; tres años de acomodarme al bien, á la castidad, al estudio y mejoramiento de mi espíritu; tres años de escuchar bendiciones que van sanando las úlceras de mi conciencia, que van cicatrizando las heridas de mi corazón....—Y ¿qué me propone V.?— ¡Ah! V., desconociendo que es más inicuo atajaren la senda del arrepentimiento á una pecadora que seducir á una virgen, y aspirando al mezquino triunfo de estorbar que vuelva al redil la oveja descarriada, me propone cínicamente que, en una noche, en una hora, con el primer desconocido que cruza por aquí, desande todo lo andado, desgarre las cicatrices de mi alma, destruya el edificio de mi rehabilitación, y luego me quede otra vez sola, para volver á emprender la subida de Sísifo desde lo hondo del abismo hasta la cumbre!....—¡Una hora.... una noche de engañar á cielos y tierra, diciendo al ave de paso que soy suya, y quedarme después aquí, abandonada de nuevo por el amor, encendida todavía la cara de pasión y bochorno, pensando más en mi vilipendio que en mi dicha!....—Mas ¿qué digo una hora ni una noche?.... (prorrumpió finalmente la mujer, sobreponiéndose á la dama, y en ademán de alejarse). ¡ Insensato! ¿Cree V. que á mí se me deja? ¿Cree V. que, si no se marchase ahora mismo, se marcharía mañana?— ¡Qué sabe V. entonces quién soy yo...., ni qué es amar!

—¡Julia!.... (exclamó Guillermo, poniéndose de rodillas, y atajando con sus abiertos brazos la puerta de la glorieta, para que la terrible cuanto conmovida Pródiga no huyese de él). ¡Julia!.... ¡Yo haré lo que V. quiera!.... ¡Yo no me marcharé jamás!.... ¡Yo volveré! ¡Yo la amaré á V. mientras viva!— Porque ¿dónde he de encontrar una mujer como V.?

—¡Es que yo quiero que V. se marche y no vuelva! (respondió Julia con altanería).—¡Yo no miento ni finjo nunca!—Le he dicho á V. sinceramente cómo soy y cómo siento, á fin de que no se precipite en la sima de mi propia debilidad.... Y ahora le declaro, para satisfacción de su amor propio, y á ñn de que me recuerde sin despecho ni cólera, que, no tanto por lástima de mí, sino por lástima de V., no han repetido ya mis labios aquellas preciosas palabras, que tan bien sonaban en los suyos, de que todo es amor en este jardín, en esta noche y en esa luna...., á lo cual yo habría podido agregar: «y en esa expresiva cabeza, semejante á la de lord Byron....»— Conque i adiós! ¡adiós para siempre!

—¡Julia! ¡piedad de mí!—balbuceó Guillermo, poniéndose de pié y tendiendo hacia ella los brazos.

—¡Ya la he tenido con lo que acabo de decirle!.... (respondió Julia, mirándole con tal majestad de raza y de carácter, que el joven no se atrevió á llegar á su persona). ¡No sea V. desagradecido, y márchese sin ofenderme ni ofenderse á sí propio!—Voy á llamar á José para que lo acompañe.

—¡No me marcho, Julia!.... (pronunció el joven con entereza).—¡Nada me ofrecen la vida ni laambición,que valga ni remotamente loque V.!—Me quedo aquí para siempre....

—Me marcharé yo en ese caso, adonde V. no pueda verme ni oirme.... (replicó ella con frialdad). Y, de todos modos, voy á llamar á José, para que le disponga habitación en casa de su padre.—Buenas noches, caballero.

—¡Julia! ¡La admiración que siento por su alma, tanto como por su belleza (dijo Guillermo muy sentidamente), y mi profundo dolor de no poder librarla de pesares que me afligen más que si fueran míos, no se merecen la crueldad y el desdén con que V. me despide....!

—¡Repito á V. que es un ingrato! (contestó Julia con severidad y ternura maravillosamente aunadas). ¡Algún día reconocerá V. el favor que le hago esta noche!

—¡Piensa V., según eso, que no he de volver! (exclamó el joven con decisivo y doloroso acento).—¡Cómo se engaña y cuán mal me conoce!—Yo soy hombre de pocos, pero muy tenaces empeños; de pocas, pero muy profundas afecciones.— La amo á V. como si la hubiera tratado muchos años...., ¡y volveré, señora, volveré, cuando ya haya pasado algún tiempo de mi regreso á Madrid, para que V. no considere pasajero capricho la pasión que hoy desdeña con tanta ceguedad!

—No vendrá V., Guillermo....; de lo cual me alegraré muy mucho....—respondió Julia en son amistoso y afable.

—¡Vendré, señora!.... (repuso él con reconcentrada energía, como si fuese su propio corazón el que hablase). ¡Vendré; y mi primera palabra será pedirle á V. la mano de esposa!....—¡Yo no entiendo de esas sumas y restas de años que hacía V. hace poco! Tén-gome por más viejo que V.; sin contar con que los jóvenes.... pueden también morirse.... ó matarse....

—¡Márchese V.!—contestó lúgubremente la Marquesa, cerrando los ojos con desesperación.

Guillermo dió un paso hacia ella, comprendiendo que ya le hacía justicia, ó sea que ya no dudaba de la solidez de su afecto....

—¡Márchese V., digo! (repitió Julia sin cambiar de actitud, pero más resuelta y definitivamente).—¡José! ¡José! (gritóá continuación, encaminándose hacia la casa). ¡Alumbra! ¡Ensilla!.... que se marcha este caballero....

Pero, llegado que hubo á la encrucijada en que había algunos asientos rústicos, no pudo ya con su emoción, y se dejó caer sobre uno de ellos.

Al mismo tiempo, José apareció entre los árboles que separaban el jardín de la huerta.

—¿Ha dicho la Señora que ensille?—preguntó desde allí el discreto mozo.

—No.... ¡Julia!.,., ¡diga V* que nol....— suplicó Guillermo, cruzando las manos.

—¡Que ensilles te he dicho! (respondió

Julia valerosamente).—Y hazlo pronto; que este caballero quiere marcharse en el acto....

El mozo desapareció.

—¡Cruel!—dijo Guillermo, lleno de enojo y de amargura.

Ella guardó silencio, y se enjugó una lágrima.

Pasaron algunos minutos, al cabo de los cuales el joven, que por lo visto sentía una verdadera pasión, desoyó los gemidos de su amor propio, y se acercó á su adorada, di-ciéndole:

—Julia....! me voy....—¡Un beso! jNada más que un beso!—Y ¡hasta la vista!

La Pródiga se irguió arrogantemente, y exclamó, rechazando al condolido amante:

—¡Temerario! ¡ No se piden caricias al incendio! ¡Su lengua de fuego abrasa, aniquila, consume todo lo que toca!....

Y, hablando así, huyó hacia la casa, á punto que José salía de ella anunciando que las cabalgaduras estaban ensilladas.

Guillermo y Julia se despidieron, pues, ceremoniosamente á presencia del mozo, y á los pocos instantes caminaban juntos ambos enamorados de la Pródiga, en dirección al pueblo en que Miguel y Enrique se habían quedado conquistando electores.

VIII: DOS VENCEDORES Y UN VENCIDO.

Habían pasado tres semanas.

Guillermo, Enrique y Miguel eran ya Diputados á Cortes, gracias á la continua movilidad y sumo denuedo con que habían rechazado las arbitrariedades y violencias de su antiguo amigo el Gobernador—que, á última hora, y aunque los creía candidatos naturales y legítimos, tuvo que combatirlos á muerte, en virtud de órdenes superiores.... á su conciencia.

Nuestros amigos, de regreso en la capital de la provincia desde la noche anterior á la en que nosotros volvemos á encontrarlos, estaban alojados triunfalmente, y á puerta abierta, como lo exigíanlas circunstancias, enlas habitaciones principales de la mejor fonda, donde aún no habían conseguido descansar ni un solo momento de tantos y tantos días de cabalgar, echar discursos, apretar manos, trabucar nombres, sonreír, prometer, dar las gracias y archivar notas.... —Y era que los electores más influyentes, ó más visibles y fogueados en aquella y otras campañas, los habían seguido hasta allí, según costumbre, desde sus remotas villas y aldeas, resueltos á no dejarlos hasta el último momento, ó sea hasta verlos arrancar en dirección á la Corte; placer honrosísimo que los tres madrileños no querían retardarles en modo alguno....; por lo que ya tenían acordado arrancar aquella misma noche en el tren de las cuatro de la madrugada.

—Pues ¡hasta luego!.... (dijeron veinte ó treinta veces por cabeza, desde las once y media hasta las doce, aquellos heroes de diferentes campanarios, al ver que los futuros legisladores se iban desnudando uno por uno y metiéndose en la cama;.—¡Antes de las dos estaremos aquí, y llamaremos á Vds., para que tengan tiempo de ir á la estación!—Conque.... ¡á descansar, y acuérdense de lo dicho!

Principiaron, en fin, á marcharse; pero, á lo mejor, volvía á entrar alguno, de puntillas, como el D. Basilio de la gran ópera bufa, y, llegándose á cualquiera de las tres camas, decía: *

—¡No hay que fiarse de ese que acaba de salir!—¡Es un farsante! —¡El no ha hecho nada en aquel pueblo!.... ¡Yo lo he hecho todo!

Y, cuando éste que todo lo había hecho tor-naba á irse, regresaba á su vez el llamado farsante, mirando á izquierda y derecha, y decía exactamente lo propio de su paisano y pariente ó amigo.

No quedó al fin ninguno en el salón-alcoba, y entonces nuestros fatigados protagonistas cerraron y atrancaron puertas y ventanas, y permitiéronse lanzar varias exclamaciones de ingratitud y alegría, que nosotros, á fuer de buenos liberales, omitiremos en la presente relación.

—¡A Madrid!—exclamó, por ultimo, Enrique, resumiendo en esta mágica frase todo su triunfo y alborozo.

—¡A Madrid!.... (repitió Miguel con menos entusiasmo).—Tú dices eso, como quien grita: «¡ viva la libertad!»; pero es porque no reparas en los compromisos que llevamos á cuestas.—Las notas de que van llenos nuestros bolsillos son otros tantos obstáculos que nos estorbarán en la senda de la ambición, del patriotismo y de la gloria——¡ Si yo vuelvo á salir Diputado, lo seré cunero!

—Celebro oiros hablar de ese modo.... (dijo tristemente Guillermo desde su cama);

pues me proporcionáis ocasión de observar que el único pueblo de que no ha habido aquí esta noche representante ni peticionario; el único que no nos ha presentado la cuenta de los gastos de elección; el único que no nos ha impedido descansar hoy ni nos despedirá dentro de pocas horas al pié del estribo, es aquél á que pertenece el Cortijo del Abencerraje....—Y, sin embargo, ¡ya habéis oido lo que personas extrañas, y hasta enemigas de elogiar otros servicios que los suyos, acaban de contarnos acerca del comportamiento del tío Antonio!

—¿Hablaba V. de mi pleito? (interrumpió Enrique).—[Cada loco con su tema!— ¿Para qué necesitaba el tal lugarejo más representante ó panegirista que tú?—¡Díganos vuestra merced cuánto es su trabajo!

—¡No le quemes la sangre, Enrique! (dijo Miguel, anticipándose á las reconvenciones de Guillermo).—Confiesa, como yo, que la Pródiga se ha portado nobilísimamente, y que, en definitiva, le debemos nuestra elección.—¡Por veinte votos de mayoría hemos vencido en esta ruda y gloriosa batalla, y pasan de ciento los que aquella hermosa mujer nos ha proporcionado!—Para ello (según acabamos de oir), el tío Antonio, el inocentísimo José y todos los labriegos del Cortijo del Abencerraje han estado ocho días á caballo, recorriendo otros cortijos y varios pueblos, comprometiendo votos, proporcionando bagajes á los viejos é impedidos, gastando un dineral en comilonas y refrescos, y hasta corrompiendo un poco...., nada más que un poco, el famoso cuerpo electoral.... —¡ Cerca de mil duros dicen que le hemos costado á la pobre Señora Marquesa; esto es, casi su renta de dos años, que se ha servido adelantarle el tío Antonio!—En fin, señores; la mejor prueba de lo mucho que ha trabajado en nuestro obsequio la castellana de la bata azul, es que el picaro Secretario de la jurisdicción no se ha atrevido á venir á vendernos la fineza de que en su pueblo nos hayan votado (como sabéis que lo han hecho) hasta los niños recien nacidos y los fieles difuntos!—¡Propongo, pues, un voto de gracias á nuestra gran electora!

—Yo se las doy á Guillermo.... (repuso Enrique); pues, por él y no por nosotros, ha realizado doña Julia esos milagros...., de que ya estaba cobrada con anterioridad....

—¡Enrique! (gritó el ingeniero). ¡Te tengo dicho que no admito bromas en ese punto!—Si yo cometí una imprudencia y di un escándalo, regresando aquella noche al Cortijo del Abencerraje, para salir de él chasqueado y corrido de vergüenza, á vosotros os toca ayudarme á rehabilitar, siquiera en esto, á la infortunada que tan gallardamente nos ha complacido.—¡ Por mi honor os juro que desdeñó hasta mi mano de esposo, y que desde aquella noche no he vuelto á tener noticias suyas!—Ella misma habrá prohibido al deshonrible Secretario venir á vernos; y, sin la casualidad, verdaderamente rara á mi juicio, de habernos contado unos electores las hazañas de otros, esta sería la hora en que ignoráramos á quién debemos en realidad nuestro triunfo!—Por consiguiente, creo, mi querido Enrique,que harías mucho mejor en escribir á tu bienhechora dándole las gracias, que en discurrir donaires á su costa.

—Según eso.... (repuso el implacable Enrique), ¿ya le has escrito tú?...,

—¡Todavía no! (contestó gravemente Guillermo).—Pero le escribiré en cuanto pueda.

—¡Lo siento en el alma!

—¿Por qué?

—Porque te estimo mucho, y me duele ver que no se aparta de tu imaginación una mujer que, digas lo que quieras, sólo merece lástima y,...

—¡No concluyas la frase, si te interesa nuestra amistad! (replicó Guillermo con acritud). Ten presente que se trata de una persona con quien no me he casado porque ella no ha querido, y con quien todavía me podré casar mañana ó el otro....

—¡Pues, entonces, callemos, y no vuelvas á hablarme nunca de esos amores!—¡Así, ni yo tendré que disfrazar mis ideas á un amigo querido, cuya felicidad me importa mucho, ni correré el peligro de reñir con él!

Tal dijo Enrique, y se arropó como para ver de conciliar el sueño.

—¡Habla conmigo cuanto quieras, Guillermo del alma! (expuso, en cambio, el calmoso Miguel).—A mí me agradó también extraordinariamente aquella distinguidísima hembra....—Así, pues, cuando le escribas, ponle memorias.—Y luego, en Madrid, siempre que quieras, hablaremos de tan gentil persona,...—¡Digo! ¡porque supongo que te vienes con nosotros á la Corte, en lugar de volverte al cortijo!....

—Con vosotros me voy.... (respondió amargamente Guillermo). — ¿ Qué más se puede pedir á un hombre enamorado con toda su alma, como yo lo estoy de Julia?

—Dices bien: ¡eres un heroe!—Pero no lo serás mucho tiempo; pues todos conocemos á Madrid, y sabemos lo que allí les pasa á ios heroismos llevados de provincias. ¡Todos se hielan al llegar el invierno!—Allí se ven las cosas de distinta manera que en el campo, y podrá acontecer que, en cuanto bebas las aguas del Leteo llamado Lozoya, no vuelvas á acordarte de esa especie de Venus en Santa-Elena.... — (¡No te enfades!....— Lo de Venus lo digo solamente por la parte de divinidad y de hermosura.)—En Madrid te aguarda aquella interesante brigadiera de los ojos lánguidos, cuya berlina seguíamos en la Castellana, y que ya principiaba á hacerte caso cuando nos vinimos á buscar votos.... —Allí te aguardan también el debut parlamentario; los laureles de la tribuna; la levita larga del legislador; la cartera de Fomento, colocada en lo alto de una cucaña; el empeño de amor propio y de dignidad por cogerla; la entrada en el mundo aristocrático, ó de la sangre azul, que tanto te ha fascinado siempre; las bodas posibles con marquesitas nuevas é intactas, que añadan una corona nobiliaria á tus coronas de encina y un par de castillejos ruinosos y de majuelos de señorío á los miles de duros que ganas prosái-camente como hombre de la clase media ilustrada....—En fin, chico: Madrid es Madrid, y allí estudiaremos mejor que en parte alguna á tu ex-reina cortijera de treinta y siete años de edad.,..—Conque ¡buenas noches,pichón!

Tal habló aquel taimado, y se arropó también para dormirse.

Guillermo se mordió los labios, conociendo que estaba vencido de hecho, aunque él supusiera que no de derecho, y se abstuvo de responder ni una sola palabra. Pero, cuando vió que sus compañeros dormían profundamente, levantóse sin hacer ruido, se puso la bata, pasó al inmediato salón, y contestó á aquellos crueles discursos.... escribiendo la siguiente epístola....

IX: Á LA EXCMA. SRA. DONA JULIA DE ***— PARTIDO DE *** — TÉRMINO DE CORTIJO DE *** CORTIJO DEL ABENCERRAJE.

Mi adorada amiga:

»Con esta primera frase he dicho ya en resumen todo lo que es V. para mí y todo lo que yo soy para V.

»Sigo yo amándola con locura y creyendo que mi mayor felicidad sería vivir y morir á su lado en ese delicioso retiro, gozando de los tesoros de su bondad, de su belleza y de su talento; y V. (que equivocadamente ve en semejante unión mi desgracia, más bien que la suya, y que, si algo teme para sí, es no poderme hacer dichoso toda la vida) continúa demostrándome la hidalga amistad con que desde luego me alejó de su lado y se negó á contraer conmigo lazo ni compromiso alguno.

»Quiero decir, señora, que he sabido los grandes esfuerzos y sacrificios que ha hecho V. en las recientes elecciones, hasta conseguir mi triunfo y el de mis compañeros; ¡mi triunfo, por cuyo medio ha querido V., sin duda, poner alas á mi ambición y á mi soberbia, impelerme más y más hacia Madrid, lanzarme en la vertiginosa vida política, alejarme indefinidamente de su persona, tratar de borrarla de mi imaginación, suprimirse, en fin, heróicamente en el horizonte de mi existencia!....

»Me someto, magnánima Julia, ó más bien someto mi entrañable amor, á la prueba en que V. ha imaginado vencer siendo vencida.—Dentro de pocas horas salgo para Madrid, y dejaré pasar algún tiempo antes de volver á escribir á V., ó sea antes de decirle, como lealmente le diré, de quién va siendo la victoria; si de su amistad ó de mi amor.— Si mi amor vence, como no dudo, ¡obligación y cuidado será de la noble amistad de V. no dejarme toda la vida en garras de la desesperación que hoy me consume!....

»Ruego á V., queridísima Julia, que, en tanto llega ese día de inefable misericordia, me escriba, siquiera una vez, diciéndome que ha perdonado al imprudente y harto castigado invasor de la inolvidable noche del i.° de

Octubre. Suplicóle asimismo que nunca se juzgue ya sola en ese apartado valle, donde siempre estará acompañándola mi pobre alma; y que, al menor contratiempo que turbe la costosa paz de su vida, prescinda V. de mi pasión amorosa, y me llame á su lado, sin escrúpulo alguno, como al hermano más leal, tierno y solícito.

»No se enoje V., en fin, hermosa Julia, si concluyo como empecé, diciéndole que la adoro más, mucho más que aquella noche, y que es suyo, todo suyo, y lo será eternamente, el corazón de

»Guíllermo de Loja.

»Vivo en Madrid; calle del Barquillo, núm... »

Cuando nuestro contumaz protagonista hubo escrito, leido, copiado, vuelto á leer, cerrado y lacrado la precedente carta, ya eran las dos.... y principiaban á sonar los anunciados golpes de los electores á la puerta de la fonda, y hasta se oían algunos preludios de figle y de otros instrumentos de marca mayor, como señal de que los tres vencedores en los comicios iban á ser acompañados á la estación del ferro-carril por lo que en la villa y corte llamamos una murga

¡Apresurémonos á bajar el telón, despidiéndonos de nuestros amigos hasta Madrid, donde nos será fácil hallarlos en situación más envidiable, aunque menos triunfal y gloriosa!

Libro II: SUEÑOS DE AMOR Y FORTUNA.

I: PARA VERDADES.... MADRÍD.

Días, semanas, y hasta meses trascurrieron, sin que Guillermo, establecido de nuevo en su preciosa casa de Madrid, y rodeado de apremiantes quehaceres y obligaciones, recibiera contestación ni noticia alguna de la Pródiga; y como, por otra parte, no había vuelto á presentársele ocasión en que hablar de ella, ni de aquel viaje, ni de las elecciones, ni de nada íntimo y amistoso con los aprovechados y olvidadizos Enrique y Miguel, únicas personas en quien hubiera podido hallar eco tan rara historia, llegaban momentos en que al generoso amador le parecía un sueño todo lo relativo al Cortijo del Abencerraje, ó que aquel vallecillo y sus moradores no pertenecían ya al mundo, como dejan de perteneceré los pueblos que suprimió un temblor de tierra.

ioo la pródiga.

Porque tal es y ha sido siempre la realidad.... madrileña de las cosas.—En el andén mismo de la estación del Mediodía, y hasta creemos que sin decirse «adiós, ¡que deseansesh (i tanta prisa tenían de dejarse abrazar por sus respectivos clientes y admiradores!), disolvieron de hecho los tres amigos la sociedad ó especie de familia que habían formado durante las faenas electorales, y cada cuál se dirigió, no sólo á su particular domicilio, sino á círculos y tertulias diferentes, á fin de ostentar, íntegra é indivisible, su autonomía de triunfador, y no tener que compartir con nadie los laureles de la victoria....

Este nadie, en puridad de verdad, era Guillermo, General en jefe de toda la campaña, y á quien además se debía el apoyo enérgico de la heroica Julia.... Por consiguiente, él fué también el único perjudicado ó amargado por aquella liquidación y corte de cuentas, en que el egoismo, la ambición y la petulancia se sobrepusieron á la amistad y la gratitud....—Pero no se trata aquí de tales primores cortesanos, sino de indicar pura y simplemente que los antiguos camaradas de expedición sólo se veían ya en el Congreso, entre el calor y bullicio de las pasiones políticas ó de sus miras propias, y que, por tanto, no habían vuelto á tener coyuntura, ni tiempo, ni quién sabe si voluntad.... (cuando menos Miguel y Enrique) de hablar de su famoso viaje ni de ninguna de sus inciden-cías.

Enrique, sobre todo, esquivaba á Guillermo, y había aguardado á que eligiese asiento en el salón de sesiones para sentarse él en distinto banco,—que, por casualidad, sin duda, vino á ser el mismo en que figuraban los personajes más caracterizados y bullidores de la fracción disidente del partido imperante, á que ambos y Miguel pertenecían.... —Miguel, menos emprendedor y ambicioso, pero también fresco de alma, que es algo peor que frío, se dejó remolcar por Enrique, y sentóse á su lado, no sin procurar simultáneamente cumplir con Guillermo, dirigiéndole desde allí, como á traición, expresivas miradas y sonrisas, que maldito lo que expresaban ni podían expresar, pero que al cabo eran vergonzante tributo de la debilidad á la fortaleza, ó cínica mofa que hacía de sí mismo el desagradecimiento.

Con todas estas pequeneces punzantes y amargas, y su natural hipocondríaco, y aquella amorosa pasión, incomunicada días y días en la cárcel de su cerebro, el insigne Guillermo de Loja, de quien tantos prodigios parlamentarios esperaban cuantos le habían oído hablar en el Ateneo, en el foro, en círculos políticos y en su cátedra de la Escuela de Ingenieros, dejó trascurriría discusión de actas y parte de la del Mensaje sin decir esta boca es mía; tétrico, pensativo y como clavado en su asiento; extraño á los cabildeos en que Enrique iba captándose amistades, reputación é influencia, sabiamente administradas por Miguel, y tenido ya en poco por los mismos que habían soñado ser algo poniéndose á sus órdenes en el Congreso ó en la imprenta.

—¡No es la primera vez (decían aquellas gentes) que estos sabios tan palabreros y atrevidos en cafés y tertulias, y que traen reputación de oradores forenses, científicos ó literarios, se quedan mudos en el Parlamento!.... —¡Podemos rezar un responso al porvenir político de Guillermo de Loja!—En cambio, ese diablo de Enrique, adocenado jurisconsulto ayer, irá muy lejos....—¡Si llegan á hacerse las paces entre la disidencia y la mayoría del Gabinete, de seguro será nombrado Ministro de Fomento!—¡Su discurso sobre la Enseñanza ha impresionado algo al Presidente del Consejo de Ministros!

Aquel discurso se lo había oído Enrique á Guillermo, precisamente el día en que, á caballo y entre escopetazos y cohetes, penetraron, llenos de júbilo y de ilusiones, en el vallecillo del Abencerraje.... — Escuchólo, pues, nuestro amigo sonriendo irónicamente, sin descender siquiera á darse por entendido de los guiños y señas que le hacía Miguel desde su banco...., y siguió acariciando su constante idea de abandonar la diputación, la política y á Madrid, é irse á pasar el resto de sus días al Cortijo del Abencerraje con el título que á Julia le pluguiere conferirle, aunque sólo fuera el de huésped de la última choza de pastores de la comarca, con tal que le consintiese ver, siquiera á lo lejos, á la reina y señora de su albedrío.

II: UNA SESIÓN DE CORTES.

Así las cosas, el 16 de Diciembre ventilóse en la Cámara la grave cuestión, eminentemente política, en que principalmente disentían sus correligionarios y el Ministerio....

El caudillo de la disidencia acababa de quemar el último cartucho sin conseguir ventaja alguna sobre el Ministro de la Gobernación, que, más elocuente que nunca en tan crítico lance, casi le había arrancado ya su bandera y proclamaba, entre los aplausos de unos y el estupor de otros, que desde aquel día los disidentes estaban obligados á apoyarle ó á renegar de su historia....

La emoción del Congreso era inmensa; indudable el triunfo de los dos ó tres Ministros amenazados de muerte hasta aquel momento, según opinión general; espantoso el pánico de los ilustres vecinos de asiento de

Miguel y Enrique, y cómica á sumo grado la ansiedad con que este último, conocedor muy á fondo de las especiales condiciones tribunicias de Guillermo, se volvía hacia él, como excitándole á que salvara la situación del partido y atajase el vuelo de cierta soñada cartera, pronunciando al efecto uno de aquellos fulminantes discursos que tantas veces le había oído en extracto, y que el infeliz vividor no se atrevía á plagiar ó desenvolver en circunstancias tan solemnes....

Guillermo pidió la palabra; y, no obstante lo mucho que había bajado su papel desde que llegó al Congreso, ó tal vez por lo mismo que estaba ya en tela de juicio su aptitud para las lides políticas, la espectación general fué inmensa.,..

Un minuto después era dueño de la Cámara: al cabo de media hora, el Ministro de la Gobernación se revolcaba en el polvo de sus mejores argumentos, y los desbaratados y hundidos disidentes, inclusos Enrique y Miguel, levantaban la cabeza como diciendo: «¡Así somos nosotros!»

Aplaudían á rabiar las tribunas, comenzando por la de señoras, donde no se admiraba menos la gallardía varonil del orador que su arrebatadora elocuencia, y aplaudían también las oposiciones sistemáticas ó radicales, no sólo haciendo justicia á aquel nuevo atleta del Parlamento, sino en odio á los dos ó tres Ministros que agonizaban ya en el banco azul.

El mismo Presidente del Consejo de Ministros hacía algunas señales involuntarias de conformidad con las ideas de Guillermo, y la palabra crisis parcial circulaba por todos los labios antes de que nuestro joven hubiese terminado aquel discurso vehementísimo, lógico y conmovedor á un propio tiempo, en que no se sabía qué admirar más, si la solidez del raciocinio, la arrogancia del tono, la atinada invocación de hechos y preceptos y las saludables y profundas doctrinas que sustentaba, ó la energía de la frase, el primor del estilo, y la novedad y atrevimiento de las figuras retóricas....

Enrique fué el primero que trepó de banco en banco para ir á felicitarle tan luego como acabó de hablar.

Otros muchísimos diputados de varios colores pasaron también á saludarlo á su asiento....

Suspendióse la sesión por algunos minutos....

Los Ministros abandonaron el salón, peleándose, y se encerraron en el despacho común que allí tienen, á fin de celebrar un rápido consejillo, y ver cómo se contestaba á aquel hombre

Miguel fué el último que se acercó á Guillermo, echándola de enemigo de apreturas; y, así que le hubo abrazado con cierta superioridad de lego voluntario, díjole, entre algunos guiños de afectada complicidad:

—¡Aprobado, y á otra!—|Has matado á ese necio de Enrique!—Antes de ocho días serás Ministro de Fomento.

De vuelta el Ministerio en el banco azul, continuó el debate; pero, en vez de hablar el anonadado Ministro de la Gobernación ú otro de los de su matiz político, habló el Presidente del Consejo, y lo hizo en términos tan suaves y conciliatorios y tributando tantas alabanzas «al Cid de la tribuna, que acababa de hacer sus primeras armas» (fueron sus expresiones), que todo el mundo dió por terminada la disidencia y por planteada una crisis parcial, en que Guillermo no dejaría de ser llamado á formar parte del Gabinete.,..

Y, con esto, se levantó la sesión.

III.: SEGUNDA CARTA DE GUILLERMO A JULIA.

Dicho se está que aquella noche no se cupo de pié en casa de nuestro amigo..., — Diputados, senadores, ingenieros, abogados, artistas, pretendientes, quinientas personas fueron á estrechar su mano; y entre ellas figuraron constantemente, echándola de familia ó familiares del triunfador (cuyos padres y hermanos residían en Murcia), los famosos Miguel y Enrique.

—¿Y Julia? (preguntáronle los dos por separado). ¡Nada nos has dicho de ella desde que vinimos!....—¡Hermosa mujer!—Y ¡qué carácter! ¡qué talento!....—¿Te escribe?

Guillermo se encogió de hombros, y contestó á ambos de igual manera:

—¡Eh!.... ¿Quién piensa ya en eso?

—Es decir.... que la has olvidado....

—¡Completamente!

—Pues mira, chico: has hecho muy bien.... Porque, en medio de todo....

Pero Guillermo les volvió respectivamente la espalda cuando iban á esta altura de sus reflexiones, y se puso á hablar de política con el primero que halló á mano.

Dejáronle finalmente hasta sus verdaderos amigos (ingenieros de su promoción, camaradas de Universidad, pintores distinguidos, etc., etc., á los cuales retuvo una hora más que á los políticos, por disfrutar á sus anchas de fraternales y desinteresadas enhorabuenas'); y cuando, á la una de la noche, se quedó solo, cogió pluma, papel y tintero, y escribió la siguiente carta á Julia:

«Inolvidable y adorada amiga:

«Dentro de tres días es San Julio; y, aunque todavía no ha contestado V. á mi carta de hace dos meses, ni quizás estime que ha pasado bastante tiempo para que yo pueda dar cuenta del estado definitivo de mi corazón, atrévome á dirigir á V. estos renglones para felicitarla en sus días, sin esperanza alguna, es muy cierto, de que mi cariñoso y humilde saludo le lleve tal felicidad, pero también sin temor de que le estorbe ó desagrade saber que hay en el mundo un hombre que la recuerda y la idolatra y hace votos por que sea V. tan dichosa como él continúa siendo desgraciado....

»|Muy desgraciado soy, en efecto, amiga mía! No ciertamente por obstinada connivencia de mi voluntad con mi pasión; pues bien sabe el cielo que batallo lealmente conmigo mismo, teniendo en más la ventura de V., ó sea sus escrúpulos y recelos sobre el último resultado de cualquier alianza nuestra, que la inefable dicha por mí deseada, y sobre cuya solidez y duración ninguna duda cabe en mi amante pecho. Batallo, sí, por refrenar mi amor, en obediencia á los deseos de V. (que obedecer es amar, según ya dijo alguien que, por lo visto, sabía cifrar su gloria en padecer por el bien amado....). Pero toda batalla es inútil: ¡la victoria por mí alcanzada hasta hoy, de haber pasado dos meses y medio sin ver á V., sin volar á su lado, sin arrojarme á sus plantas pidiéndole la muerte ó la vida, podrá redundar en provecho ó descanso de la insensible diosa que no me ama, más no en felicidad ni quietud de este corazón que es todo suyo y que no concibe otro bien ni otro consuelo que poseer su amor y su hermosura!

»iQuietud! ¡Felicidad!.... ¿Cómo hallarlas, cuando á todas horas, en el bullicio de la corte, en medio de las agitaciones políticas, en los combates mismos de la ambición, estoy viendo el solitario y escondido valle donde, maltratada por el destino, y triste y sin esperanzas, se sobrevive á sí misma la mujer más bella del mundo, para quien los divinos encantos del cuerpo son ya mortaja de sus ilusiones, y la actividad de su gracia y de su inteligencia buitre feroz que le roe las entrañas en la desierta roca á que la ató la desventura? ¿Cómo dejar de amar á V., la más generosa y sincera de las mujeres, la que siempre amó, la que amó mucho, pero con desinterés y nobleza, y aún conserva tesoros de amor en su alma, como la Pecadora que enjugaba con sus cabellos los ungidos piés de Jesús, cuando, en estas lúgubres y perdurables noches de invierno, me la imagino desvelada y sola en ese viejo caserón perdido en la lobreguez de un despoblado. pensando en este brillante mundo que la olvidó tan pronto, y no oyendo más respuesta á los suspiros de su angustia que la voz de los enemigos vientos, cuyos largos aullidos, de cólera y amenaza parecen ir y venir de acá para allá renovando antiguos rencores y diciendo que la anulación de V. será eterna?—¿Cómo? ¿Cómo olvidar á la egregia desterrada? ¿Cómo no tener á gloria poder dar un mentís á su destino, y redimirla, y hacerla dichosa, ó acompañarla cuando menos en su infortunio?

«¿Ni qué me ofrecen el mundo y la vida, para que yo pudiera olvidar á V., ó renunciar al empeño de vivir y morir á su lado? ;Qué es esta decantada existencia de la Corte, con todos los halagos que pueda apetecer la soberbia, con todos los laureles que pueda soñar la ambición, sino campo de batalla en que nunca termina la refriega, en que no basta triunfar para ser dichoso, en que cada victoria aumenta el número de los enemigos, y donde es necesario luchar todos los días, hasta en los de la cansada vejez, so pena de morir menguadamente á manos del más cobarde y menos digno?

»¿Qué satisfacción ni qué ventura puede hallar un alma como la mía, toda amor y desconfianza, toda orgullo de su propia ternura, en esta gran contratación madrileña, en esta puja de desalmados ambiciosos, donde sólo se rinde culto al que se teme ó al que se necesita, donde nadie levanta al que cae, donde,cuando menos, hay que divertir á la gente para ser persona, donde el dinero puede suplir por toda especie de cualidades, y donde el número de los medianos es árbitro de la gloria de los superiores?

»No: yo no he nacido para odiar ni ser odiado, ni para disputar á nadie su bien ó su deseo, ni para mentir respetos ó adhesiones, ni para ufanarme con títulos que ha llevado cualquiera.—Dejemos, pues, aparte, entre las razones que puedan impedirme abandonar por siempre la corte, lo que puede llamarse mi porvenir y digamos algo de mi presente: esto es, no hablemos del hombre público, y estudiemos al hombre privado.

»Julia: nada hay en el mundo, en el orden de los afectos íntimos, que pueda retraerme de consagrar á V. toda mi vida.— Estoy sistemáticamente alejado de mi casa paterna, por no ver á otra mujer en el puesto que ocupó mi difunta madre, ni disputar á mis hermanastros el cariño ó las atenciones del autor de mis días.*—No tengo amores: los he tenido: no han bastado á mi felicidad. —Conociendo profundamente mi carácter, me espanta la idea de constituir casa y familia en la Corte.... ¡Digo más: asústame la idea de tener hijos en estos tiempos de relajación moral social y doméstica!—¿Los querría demasiado...., y tal vez me costarían la vida ó yo me arrepentiría de mi propia obra....! —En suma: no soy yo, aunque tan joven, un sér lleno de ilusiones y esperanzas que mire hacia el porvenir, ni tan siquiera en el camino de su vida individúalo privada....— Heme sentado á la edad que tengo, y no quiero andar más....

»En tal situación de ánimo, la casualidad me ha hecho encontrar á V. parada también en el desierto de la existencia, sin fuerzas para seguir, sin valor para desearlo, sobre-viviéndose, como yo me sobrevivo....—Por eso me pongo á su lado, diciéndole: « Espejemos juntos nuestro último día. El cansancio de su corazón de V. no liega ni con i»mucho al de mi alma. He pensado, he leído, »he visto, he analizado tanto en el mundo »real y en el mundo moral, en la sociedad y »en mi espíritu, en la ciencia y en el arte, «que no aspiro á más gloria que á morir «abrazado á la eterna Belleza, personificada »en V., ó, cuando menos, adorándola de «rodillas y dando vida y alma por ahorrarle «la más leve pena.»

»Ya ve V., mi querida Julia, que no adelanto gran cosa en mi curación....—Ruégole, pues, que no desdeñe tormentos tan efectivos y amargos como estos que me hace pasar, y que me escriba, siquiera una vez, diciéndome que, por término de ellos, encontraré amparo en su corazón, si llegan á faltarme del todo las fuerzas y me presento ahí el día que menos se lo figure....—Entre tanto, acoja V. con afabilidad en sus días, se lo suplico de nuevo, todo el amor y la adoración que caben en el alma de su apasionado

«Guillermo de Loja.

«Madrid, á las tres de la madrugada del 17 de Diciembre de....»

IV.: EL FONDO DEL ALMA.

La puntual designación de día y hora que iba al pié de esta endiablada carta, resumía y daba á entender muchas cosas que en ella no había mencionado Guillermo, y que Julia no podría acaso comprender por entonces.— Aquella minuciosa fecha quería decir, para la conciencia del embrollado joven, y tal vez probar con el tiempo á su misma adorada, que pocas horas después de un inmenso triunfo parlamentario, cuando el más lisonjero porvenir abría sus doradas puertas al ya casi Ministro, éste se había ratificado en su actitud y amantes protestas de 1.°y 20 de Octubre....; lo cual demostraba la grandeza y heroísmo de su pasión, etc., etc.

Disculpa merece tal debilidad en quien tantas otras había cometido y tenía que cometer por resultas de la dolencia moral que le aquejaba, y que es común á todos los hombres de genio, en el tránsito de la juventud á la virilidad. Muchos deciden del resto de su vida (por el suicidio, por extravagantes y perniciosos casamientos ó por un anticipado retiro á la vida campestre) durante ese crítico período de pesimismo, desfallecimiento y misantropía, fundados en ilusiones ópticas de la-imaginación.... De consiguiente, no fué raro que nuestro orador, después de haber tenido la magnanimidad relativa y el buen gusto amoroso de no refe-rir á Julia su gran victoria de aquella tarde, escribiese tal fecha con el propósito de invocarla y utilizarla algún día....

Y, ya que tenemos en la mano el microscopio, advertiremos también que la escritura de aquella desesperada carta puso de muy buen humor á Guillermo, cual si, jugando el todo por el todo, se hubiese quitado un gran peso de encima....—Porque la verdad era que, á vuelta de tantas concesiones y promesas como otorgaba á Julia, establecía ya una especie de condición para realizar su amenaza de volver al Cortijo del Abencerraje, en el mero hecho de pedir á la Pródiga que le escribiese ella antes, diciéndole que sería bien acogido....; lo cual dejaba al candidato para Ministro en situación más libre y desembarazada (moralmente), suponiendo que la animosa proscrita no contestase tampoco á aquella segunda carta....—Iría entonces ó dejaría de ir al tal cortijo, según que se lo exigiese su propio corazón en la nueva vida que le llamaba con seductores cantos, pero no por virtud del generoso y absoluto compromiso contraido en Octubre,—tanto más de obligar cuanto que no había sido impuesto ni aceptado por aquella desgraciada mujer!

Sin conciencia de su habilidoso egoísmo (pues en aquél entonces no era muy lúcido que digamos para discernir y aquilatar afectos), escribió Guillermo de Loja, y complacióse luego en haber escrito, tan estratégica y fina carta, como tampoco tuvo conciencia de sus verdaderas emociones al expresar en frases tan acerbas y rudas su odio y su desprecio á las glorias políticas y cortesanas, precisamente en el punto y hora que ya no sentía de aquella manera, sino que estaba muy regocijado y satisfecho, en el fondo de su alma, de los aplausos y pronósticos del día....—Hase dicho, y nada hay más cierto, que el mejor modo de desechar una idea triste es escribirla, pintarla, monumentalizarla en cualquier forma; y esto había hecho el joven instintivamente, al vaciar sobre un pliego de papel todo el horror de su hipocondría respecto de las vanidades y dulces mentiras madrileñas, tan luego como aquel tedio le fué incómodo y deseó no sentirlo....

Pero dejemos ya dormir al ilustre orador, no sin reparar, al tiempo de marcharnos, en su última debilidad de aquella noche; que fué preguntarse, con mucha reserva, dentro ya de la cama, si Julia estaría suscrita á algún periódico en que pudiese leer el picaro discurso y enterarse del maravilloso efecto que había causado y podía causar....

No hay como ser hombre para incurrir en estas flaquezas.

V.: METAMORFOSIS.

Desde el día siguiente cambió por completo la vida del misántropo que tan desconsoladora carta acababa de echar al correo, certificada y todo. —Aquel invierno no había hombre de moda en Madrid, y lo fué él.—Las damas aristocráticas que le habían oido y visto pronunciar su gran discurso desde las tribunas presidencial y diplomática del Congreso, tuvieron el antojo de lucirlo en sus salones, en su mesa, en sus palcos, y áun dicen que alguna deseó oirle hablar á solas en su gabinete, de aquellas cosas tan varoniles y tan enérgicas que había dicho al Ministro de la Gobernación.

Estos repentinos hombres-ilustres de la clase media, ricos todavía de savia natural, y pulimentados hasta cierto punto á fuerza de estudio y de talento, suelen ser muy del agrado de las patricias, que ya se saben de memoria el estilo y modales parisienses, comunes á sus exquisitos, macilentos y burlones primos ó pares, todos cortados por la misma irreprochable tijera....—Justificado, pues, por. la gloria alcanzada en las Cortes el ingreso de nuesto impetuoso amigo en la aristocracia, agasajáronle igualmente las severas y altivas ricas-hembras incapaces de claudicar que las de menos rigurosa y dura condición, complaciéndose todas, en la esfera de sus gustos, de tratar á hombre tan distinguido, é imponiendo fácilmente su amistad y su trato á los proceres de su casa ó tertulia, con especialidad á los viejos y á los estudiosos.

Por otra parte, la gente política no lo dejaba á sol ni á sombra. Conferencias, almuerzos, comidas, juntas, proyectos de fundación de periódicos, planes de obras públicas para cuando ocúpasela poltrona de Fomento, programas políticos, candidaturas para directores y hasta para secretario particular suyo, ¡qué sé yo cuántas cosas absorbían el tiempo y la atención y la bilis del joven necesario,—el cual ya no era ingeniero, ni abogado, ni pintor, ni bilioso; sino político, diputado, orador, futuro ministro, y hombre tan confiado y optimista, que hasta con Enrique y Miguel había vuelto á ser expansivo y afable!

Así pasaron días y días, y hasta semanas y semanas, sin que se resolviera ni planteara formalmente la crisis, y sin que le contestase la Pródiga....

—¡Extraña y valerosa mujer! (solía pensar Guillermo algunas noches al tiempo de acostarse): ¡Indudablemente, su silencio revela amor y compasión, como su digna actitud de aquella noche!—Que han llegado á su poder mis cartas es seguro, puesto que en el correo he visto devueltos, y firmados por ella, los sobres de los certificados....—¿Si estará mala?—¡Oh!.... no.... ¡no quiero creerlo!—Y, de todos modos, ¿qué puedo hacer para tener noticias suyas? ¿A quién le escribo?—Ni Antonio ni su hijo sabrán leer....— ¿Al Secretario de marras?....—¡Qué ignominia! ¡Qué escándalo!—¡Ah! ¡Pobre Julia! ¡Y pobre de mí, amarrado á esta corte por compromisos políticos de que ningún hombre de honor puede desentenderse!—Decididamente, entre- nosotros media un abismo.... ¡el abismo de su larga historia! ¡Con qué horror y espanto oyó la otra noche pronunciar su nombre aquella Duquesa anciana, á quien me atreví á preguntar: quién era Julia de ***, ó por mejor decir, quién había sido....; pues afortunadamente fingí creer que ya no existía!—Debo, sin embargo, tener presente que la tal Duquesa es la propia efigie de la austeridad y la intolerancia....—jYoseguiréinquiriendo, hasta dar con una persona razonable que sepa y me cuente la verdadera historia de mi tristeamiga!—¡Oh! ¡Cuán fuera de propósito se dijo, sobre el sepulcro de una esposa y madre:

¡Muera más bien que envejecer la hermosa!

—¡Para ti, Julia mía, debió escribirse este verso; para ti y para todas las beldades que pasan el zenit de la edad sin tener hijos, ni tan siquiera esposo que desde la juventud las haya acompañado por el sendero de la vida!—Pero ¿qué hablo? ¡Yo no quiero que muera Julia!.... Yola adoro....—Yo he de ir á buscarla.... Yo lo deseo; por lo menos, con el propio afán que antes de pronunciar mi discurso.—Sin embargo, admitamos que no llegara á ir, porque me fuera imposible.... Admitamos que aquella infortunada hubiese de pasar años y años, tal vez otros tantos de los que hoy tiene, en el abandono y soledad en que yo la he visto....—¡Qué lenta agonía! ¡Qué horrible tortura! ¡Y cuán á punto podría repetir ella el verso del pagano Quintana!....*,—ya que no prefiriese recitar aquellos, más cristianos y filosóficos, que pone Ayala en boca de Rioja:

¡Oh! ¡Necio quien maldice
El revolver del tiempo y su carrera!
Si el tiempo no corriera presuroso,
¿Qué fuera de los hombres? ¡Ah! ¡cuál fuera
Mi existencia infeliz, si en este día
Su arrebatado curso reprimiera
Y fija siempre ante mis ojos viera
La negra imagen de la suerte mía!

De tan literario modo, ó comparando fríamente á Julia, por contraposición con aquella Comendadora cuya historia acababa de resucitar por entonces en Madrid cierta derso-na y que nosotros habíamos de escribir más tarde en forma de novela l, iba Guillermo monumentali^ando la figura de la Pródiga (como hizo cierta noche con la misantropía), á fin de aliviarse de un peso que gravitaba sobre su conciencia no menos que sobre su corazón;—y, con todo ello, sentíase más libre y desembarazado en los brillantes salones de la Grandeza, donde hacía ya algunas semanas que cierta marquesita de veinte años....

Pero este pormenor merece párrafo aparte.

1 Está incluida en la Primera Serie de Novelas Cortas del Autor.

VI: PURA.

Desde que que, aprincipios de Enero, comenzaron los grandes bailes de la aristocracia, notóse que una linda joven, llamada Pura, hija única de los Marqueses de Pinto, Grandes de España de primera clase y ricos de tercera ó cuarta (pues que sólo tenían quince mil duros de renta, cuando muchos de sus amigos ó parientes gastaban igual suma en las dos ó tres fiestas que daban al año), dirigía miradas muy sentimentales y dulces con sus aterciopelados y grandes ojos negros al aplaudido y gentil legislador, le concedía cada noche dos ó tres walses ó polkas (Guillermo bailaba divinamente, como cualquier simple mortal), y luego se iba, apoyada en su brazo, al buffet, hablando de pintura, música y escultura, en cuyas artes era muy entendida, por haber pasado algunos otoños en las capitales de Baviera y Sajonia....

De esta afición á discurrir sobre obras artísticas nació precisamente la amistad de Guillermo con la erudita y elegante doncella, cerca de la cual comió cierta noche en casa de la anciana Duquesa intolerante, y á cuyos solemnes y taciturnos padres sólo había sido presentado muy á la ligera. La muchacha, habladorcilla y valiente de suyo, por más que se ruborizase algo siempre que mudaba de conversación, lo cual hacía con estudiada frecuencia, le preguntó, á propósito de la forma de un salero, si había estado en Munich y Dresde: déla contestación resultó que donde Guillermo había estado era en Florencia y Roma: no conocía ella ni á Roma ni á Fio-renda, como no conocía él á Dresde ni á Munich; y, sobre si tal museo era mejor ó peor que tal otro, y sobre si la Madonna H valía más ó menos que la Madonna B, tuvieron altercados, llegaron á transacciones, hicieron su respectiva profesión de fe en materias de sentimiento, de forma, de color, de libros, de telas y hasta de manjares; convinieron al fin en todo; miráronse mucho; se regalaron violetas y heliotropos del vecino centro-de-mesa, y quedaron apalabrados para el primer wals...., en el próximo baile de la Embajada de Francia.

Verdaderamente, Pura era lo que se llama un primor. Morena clara, algo descolorida, menos en los casos ya citados; de no pequeña estatura, aunque ni tan alta ni tan mujer como la Pródiga-, delgada en apariencia, y esbelta y voluptuosa en realidad, por no sé qué tentadora hipocresía ó púdica reserva de sus juveniles perfecciones; igualmente disimulada en cuanto al carácter, pues que la melancolía romántica de su faz servía de máscara á cierto retozo burlón de la mente, manifiesto y claro á lo mejor en picarescas y graciosas sonrisas; demócrata, en fin, de gustos y aficiones, ó en sus caprichos efímeros, cuanto linajuda y retrógrada en sentimientos y creencias, la hija de los Marqueses de Pinto, y Marquesa ya ella de otro título que le habían cedido sus padres, ofrecía una curiosa amalgama de candor y sabiduría, de belleza y de ingenio, de recato y de travesura, muy á propósito para interesar á hombres de la imaginación y cavilosidades de nuestro héroe.

Sin embargo: ni los encantos y afabilidades de la chica, ni las bromas con que empezaron á herirlo algunas damas poco atendidas por él, ni el rumor que empezó á correrse de que el tribuno de la clase media podría llegar por tal camino á ser Grande de España y la Marquesita ministra de Fomento, fueron parte á que el altivo Guillermo perdiese la cabeza y acariciase la idea de semejante boda. Por el contrario, la consideración misma de que Pura pertenecía á la más alta nobleza, y de que, áun en el estado de decadencia de la casa de Pinto, todavía lo aventajaba mucho en maravedises, sin contar con los que heredaría de una solterona, hermana de su abuela materna, que estaba, decían, podrida de dinero, retrájole de dar importancia á lo que desde luego calificó de coqueteo inocente de una joven algo presumida, que gustaba de lucir sus conocimientos artísticos y de marear un poco al Hércules plebeyo, rey de la tribuna, infundiéndole aspiraciones irrealizables....—Añádase que la sequedad y displicencia con que de pronto empezaron á tratarle los altaneros Marqueses, como dándose por entendidos y muy enojados del rumor público sobre tan desigual alianza, hirieron profundamente el orgullo y la dignidad de Guillermo, y se comprenderá el que, por una parte, hubiese dejado ya de bailar con Pura y hasta de acercarse á ella, como no fuese á saludarla grave y ceremoniosamente, cuando la encontraba en tal ó cuál salón, y el que, por otro lado, procurase encontrarla con mucha frecuencia, á fin de ostentar públicamente tan decorosa y esquiva actitud; mortificar con ella á la amable jo ven; ver de hacerse dueño de su corazón; apenarla entonces con crueles desvíos, y castigar, por tal medio, la soberbia de los tiranos padres

Dijérase que este plan, nada nuevo ni extraordinario, dadas las flaquezas de amor propio de los hombres que pasan por más enteros y dignos, estaba produciendo ya el apetecido resultado.—Lánguida y triste, veía la linda joven acercarse á Guillermo, cuando éste, después de haber bailado y hablado con las que en otro tiempo desatendía, dignábase, al cabo, ir á saludarla.... Procuraba entonces retenerlo con mil preguntas, cual si le quisiera demostrar que los Marqueses no se oponían á que hablasen, ó que, pues á ella no le importaba nada el disenso paterno, tampoco debía importarle á él....— Pero Guillermo volvía á saludarla de pronto, grave y ceremoniosamente, y se iba, con el claque debajo del brazo, en busca del ecarié ó del tresillo, dejándola allí, más lánguida y triste que antes....,—bien que algún malicioso habría podido vislumbrar á la postre en sus divinos labios no sé qué indefinible sonrisa....

¿Estaría la muchacha segura de triunfar?

VII: IDILIO MADRILEÑO.

Así las cosas, la noche del 20 de Febrero hubo un gran baile en casa de los opulentos Duques de Carmo-na....—Estaban allí todas las personas distinguidas de la corte, ó sea todas las aristocracias, la heráldica, la política, la militar, la del saber, la del dinero, la de las letras y la de las artes; y, con ser tan espaciosos aquellos salones y galerías, no se cabía en ellos materialmente.—Por fortuna, habíase improvisado un jardín artificial en el gran patio de la casa, cubierto de cristales y templado por multitud de caloríferos, y desde él se pasaba á las estufas del verdadero jardín, todas ellas ricamente alfombradas, y llenas de macetones con altos árboles exóticos....—Discurrían, pues, por aquellos fantásticos verjeles, en busca de aire y de libertad, muchas parejas, fingiéndose que andaban por el campo; y, como la iluminación estaba amortiguada y dispuesta de modo que imitase la plácida claridad de la luna, la ilusión de los paseantes era completa.

Cuando, en uno de los más atestados y calurosos salones del principal, fué Guillermo á saludar á la Marquesita, aseguróse ésta de que ni sus padres ni persona ninguna que la conociera ó tratara estaban al alcance de sus perspicaces ojos, y, en vez de contestar con meras palabras al saludo del gallardo ingeniero, levantóse resueltamente, se cogió de su brazo, y le dijo con bien representada vehemencia:

—¡Sáqueme V. de aquí!....—¡Esto es ahogarse!—¡Lléveme á las galerías improvisadas en los invernaderos, que dicen están muy preciosas!....—Allí podrá V. dejarme con cualquier persona conocida, y marcharse, como otras noches, en busca de su adorado ecarté

Guillermo no pudo (ni, pudiendo, hubiera intentado) eludir aquel compromiso.—La soledad ó libertad resultante del mismo cúmulo de gente; la embriagadora atmósfera, cargada de aroma de violeta, que en el salón se respiraba; los hechizos de Pura, que, en noche tan solemne, lucía todas sus gracias juveniles, por prescripción de la modista; el acercarse ya el Carnaval, y, con él, la terminación de aquellos grandes bailes que permiten á las jóvenes campar un poco por sus respetos, todo contribuyó á que el novel diputado olvidase un punto su programa y se creyera muy dichoso en llevar del brazo á la bella, elegante y joven, cuanto rica, noble y discreta persona..,, que tal vez le amaba muy de veras, y de quien el rigor de los astros ó las precauciones sociales le impedían ser dulce y legal compañero por toda la vida....

Mientras que anduvieron pugnando por abrirse paso entre las disformes colas de seda y encajes, y áun de verdaderas plumas, que arrastraban, á guisa de apéndice propio, tantas y tan lujosas nietas de la desnuda Eva, nada interesante se dijeron nuestros dos jóvenes; pero, cuando llegaron á los poéticos verjeles que hemos descrito, Pura se dejó caer un poco sobre el brazo que le daba Guillermo, y murmuró dulcísimamente :

—Ya puede V. dejarme, si le estorbo.... Allí distingo un amigo, que tendrá la bondad de acompañarme....

—¿Lo dice V. porque desea que la deje?— ¡En tal caso, me retiraré!.... (respondió Guillermo con amargura).—Pero si, por el contrario, va V. á gusto conmigo....

—¡Muy á gusto!....—suspiró la linda don-celia tan quedamente, como si revelase un secreto.

—Entonces...., prosigamos hasta que V. se canse.... (repuso el joven).—Estas galerías de plantas y flores prisioneras no pueden estar más deliciosas....

—¡Un poco solas y oscuras por allá abajo!....—observó la Marquesita, estremeciéndose y dejando de andar; pero cada vez más asida del brazo de Guillermo.

—¿Le da á V. miedo, yendo conmigo?— interrogó éste con suavidad engañosa.

—Miedo.... no; pero podrán decir que huimos demasiado de la gente y de la luz....

—Allí hay gente también.... Entre ella, la dueña de la casa, á quien oigo hablar en este momento....

—Razón de más para' que no vayamos.... (repitió la Marquesita, bajando los ojos); pues la pobre Jacoba tendría celos al verlo á V. en mi compañía....

—Aun suponiendo que la Duquesa gustara de mí, como V. supone equivocadamente.... (exclamó Guillermo en estilo parlamentario;, no le causaría celos verme al lado de una señorita con quien todo el mundo sabe que no tengo, ni puedo tener, más relaciones que una,... antigua y mortificada amistad.

—¡Ingrato! ¿Por qué me dice V. eso?— gimió tristemente Pura, volviendo la cabeza hacia la derecha, como para ocultar su emo-cion...

Pero Guillermo se inclinó en el mismo sentido, y vió que dos lágrimas corrían por el angélico rostro de la Marquesita, mientras que sus hechiceros labios se contraían y temblaban como si reprimiesen un sollozo.

Aquellas lágrimas trastornaron completamente al joven. Su historia con Pura, Pura misma, la hostilidad de sus padres, el porvenir legítimo y natural de un amor tan tiernamente sentido, sé le presentaron bajo nuevo aspecto.—Pues que la noble heredera le quería hasta el extremo de llorar por él.... (¡de llorar, que es rendirla esencia del corazón, la sangre del alma, las perlas divinas de la virginal corona!), sólo faltaba averiguar si estaba dotada de firmeza y dignidad bastantes para no hacer sacrilegos cambios de ídolo y culto en su inocente pecho, á merced de vanas ó ruines conveniencias de su familia.... Y, en este caso; es decir, en el supuesto de que Pura se honrase á sí propia defendiendo los fueros de su pasión, la sinceridad de sus lágrimas, la integridad de su decoro, para que el dios Himeneo no se mofara nunca de ella al verla sonreír á un hombre que no fuese el mismo con quien había llorado tan amarte-laciamente, incumbencia sería de los soberbios padres allanar el camino de la felicidad de su hija....—¡Ningún sacrificio de orgullo tendría que hacer Guillermo para obtener la mano de aquella Grande de España, en quien solamente le agradaban y seducían la discreción y la hermosura, y de modo alguno los blasones!.... ¡Bastaríale con tratar menos desdeñosamente á la encantadora niña que había tomado la iniciativa en tales amores, ó sido la primera en amar, y que le hacía el alto honor de derramar por él tan precioso llanto!....

Todo esto lo pensó y sintió el joven con la rapidez que siente y piensa el amor propio lisonjeado por el amor ajeno. Y, como resumen de sus pensamientos y sensaciones, lo que Guillermo experimentaba era ufanía y gratitud por las dos lágrimas que humedecían las mejillas de Pura, y pena de que llegaran á secarse, y dolor de que no las viese antes el mundo entero, cual si el antiguo misántropo temiera, en medio de todo, que algún día fuesen olvidadas ó negadas....

—¡V. llora por mí!.... ( díjole, en suma, cogiéndole una mano, que la aristócrata no retiró).—¿V. me amar—¿V. desea que yo la quiera?—¿Pues no sabe que la adoro?

Pura se sonrió de un modo inexplicable; y, como al propio tiempo se viese avanzar un grupo de damas y caballeros por el extremo oscuro de la galería, soltó el brazo de Guillermo, diciéndole apresuradamente:

—Márchese V. ahora....—Allí vienen la Duquesa y mi mamá....—¡Acabo de oiría reir! —Pasado mañana nos veremos en el teatro Real, ¿no es cierto?

—Sí..;, sí.... vida mía.... ¡ Hasta pasado mañana!—respondió nuestro héroe, besando con los ojos el lindo semblante y los desnudos hombros y brazos de la bien modelada virgen. j

Y tomó el camino del patio, y desde allí la escalera arriba, en busca de los gabinetes de fumar y de juego, asombrándose de haber estado triste alguna vez en el mundo, cuando la Felicidad era una diosa tan amable y condescendiente con los buenos mozos y oradores de punta, que no había más que alargar el brazo para cogerla por el talle y ser dueños de ella por toda la vida....

VIII.: UN DIPLOMATICO.

Pero ¿y Julia? ¿Había sido ya olvidada por Guillermo? jDe ningún modo!—Guillermo no ^ la había olvidado; pero el mundo.... ¡el mundo iba dando la razón á la ingenua proscrita, ó sea confirmando aquellos anatemas que tan valientemente fulminó contra sí propia en el jardín del Cortijo para atajar los temerarios proyectos del joven!....

Queremos decir que á éste se le habían presentado nuevas ocasiones, desde que frecuentaba los altos círculos, de adquirir noticias acerca de la Pródiga...., bien que ninguna de hablar con persona desapasionada y justa que la hubiese tratado íntimamente, y que tales horrores y espantos había oído, que, á pesar suyo, ó tal vez sin mucho pesar, se iba convenciendo de que unirse, en cualquier modo que fuera, á aquella infortunada, equivaldría á romper con el género humano, á colocarse fuera de la ley, á librar imprudente batalla á la sociedad constituida.

Porque es el caso que hombres y mujeres, viejos y jóvenes, habían respondido á las habilidosas preguntas del ingeniero con grandes exclamaciones de reprobación y escándalo, ni más ni menos que la intolerante Duquesa de marras, apresurándose todos á añadir, inclusas personas emparentadas con la pobre mujer, «que sólo la conocían de nombre, ó de cuando era moza soltera, puesto que su casamiento y las deplorables y ruidosas aventuras de su viudez habían ocurrido fuera de España, y áun algunas de ellas fuera de Europa....»—No la nombraban, empero, los hombres sin celebrar en voz muy baja su incomparable y maravillosa hermosura, ni las mujeres sin dar todavía señales de rencor y envidia: de donde era fácil colegir la duda de si unos y otras habrían sido más desairados y heridos por ella, que realmente escandalizados por sus excesos.

Todos la creían muerta hacía algunos años: según la versión general, en Oriente, y por suicidio, dentro de un camarín lleno de flores, entre los brazos de arrogantísimo esclavo negro; según otros, en el Hospital de Pobres de Copenhague, en la mayor miseria;

y, según versión muy reciente, batallando, vestida de hombre, contra los rusos, en no sé qué lugar del Cáucaso;—lo cual daba claro á entender que (por lo menos, en cuanto al epílogo) los biógrafos de la Pródiga no habían bebido en muy buenas fuentes.

También era de notar la discordancia y contradicción de las terribles historias galantes que cada narrador ó narradora le atribuía, así como el que, entre ellas, no figurase casi ninguna de las que contó el célebre Secretario ó Fiel de fechos, con referencia á rumores de la capital de la provincia, el día que Guillermo y sus amigos oyeron hablar por primera vez de Julia....—Pero siempre resultaba una conformidad espantosa en el fondo de invenciones tan desemejantes y en el hecho definitivo de condenar y abominar á la supuesta heroina....—¡Decididamente, aque-la mujer tenía la desgracia, por fatalidad de su destino ó por hechura de su espíritu y de su cuerpo, de que no se la juzgase idónea sino para lances trágicos y cosas inauditas, del más puro género byroniano!

Grande fué, pues, la curiosidad y áun la emoción de Guillermo, cuando la mencionada noche, al entraren el despacho del Duque, donde se fumaba mucho y muy deprisa, uno de sus nuevos amigos, el Barón del

Suelo, calavera impenitente, no obstante haber llegado por dos veces á la mayor edad, acercóse á él y le dijo con la irreflexiva solicitud del escepticismo:

—¡Me alegro de ver á V., joven Mirabeau! —¡Ven acá, Manolo!—Te presento al Tenorio del día, D. Guillermo de Loja, cuyo gran discurso habrás leído en París, y de quien se dice que esta misma semana será Ministro de Fomento....—Aficionado, como todos los calaveras trascendentales, á la arqueología amatoria, desea tener noticias autorizadas, ya que no puedan ser auténticas (así me lo indicó la otra noche), sobre quién fué y cómo fue en realidad la pobre Julia de ***, á la cual tú conociste tanto en esos mundos de Dios.... — Sr. de Loja, presento á V. la bella, aunque averiada, humanidad del Conde de las Acacias, avaro, solterón, diplomático, de sesenta años y pico; que se ha pasado toda la vida en nuestras legaciones y embajadas de Europa y de América, y á quien idolatran cuantos tienen la honra de conocerle, sean rusos, sean moros, sean yankees, sean judíos....—Acaba de llegar de Viena, donde ha sido nuestro Ministro Plenipotenciario, y pronto saldrá para Wasingthon investido del mismo carácter.... — Conque ahí se quedan Vds.....—Hablen de Julia....

—¡Yo voy á ver si me desquito al ecaríé de lo que me ha ganado al tresillo ese bribón de Manolo!

El Conde de las Acacias, hombre adorable, por lo menos para la vida de los salones; sin voluntad, entusiasmos íntimos, ni otro móvil espiritual que una fría inteligencia más clara que el agua; todo ojos, calva, exclamaciones y sonrisas; despreciador profundo y servidor constante de las pasiones.... ajenas (pues no las tenía propias); que llevaba el frac como los veteranos el cotidiano uniforme, y en quien la vejez no era ancianidad, sino cierta especie de juventud estropeada que seguía usando por apego á lo conocido, dio un cigarro á Guillermo, diciéndole: — «Tome V Estos son mejores que los del Duque....;» sentóse luego junto á él en un diván del despacho; y, entre una y otra bocanada de humo, le habló de la siguiente manera, con melancólica lentitud:

IX: VERDADERA HISTORIA DE JULIA.

Pch!.... ¡La pobre Julia!.... — ¡Lástima de mujer!.... —Yo creo que vivé, y que debe de estar en algún pueblecillo de Andalucía, ó en algún convento....—¡No! ¡en convento, no!.... En casa de algún cortijero de sus antiguos estados....—Autccesar, aut nihil.... fue siempre su lema; y, al verse arruinada, se iría á reinar sobre una docena de gallinas....—Pero ¿qué estoy diciendo que V. no sepa?—¡Cuando V., diputado del Mediodía, pide en Ma_ árid informes de Julia de ***, es señal evidente deque la ha visto en aquel país, y hecho justicia á sus grandes cualidades.... Todavía debe de estar guapa....—muy joven!.....—Cuando vuelva V. á verla, ó le escriba, déle expresiones de su amigo Manolo, pues las agradecerá de seguro— ¡Siempre nos hemos querido bien!—No me conteste V. nada.... No me diga si acierto ó si me equivoco: no me engañe, sin necesidad alguna de mentir, ni me confiese la verdad, habiendo inconveniente en ello....—Yo soy hombre de mundo, y diplomático, y sé reducirme á vivir de adivinaciones y conjeturas....'

Guillermo saludó afectuosamente al Conde, el cual miró al techo, y luego á su cigarro, v volvió á decir con artística mansedumbre....

—¡Pch! ¡la pobre Julieta!....—A mí no me hizo caso nunca...., aunque me quería mucho.—«Te sobra talento (solía decirme) y te «falta corazón (¡ya ve V.! ¡dos injusticias!) »para conseguir enamorarme....—Conténtale con la amistad fraternal que nos une »desde que éramos niños....»—¡Ah! ¡Buena mujer! ¡buena! ¡Algo mejor que muchas que lo son oficialmente...., habiendo pecado bastante más que ella y con peores miras!....— El gran delito de Julia, por lo que respecta al mundo en que estamos, es no haber vuelto á casarse, y, sobre todo, haberse arruinado.—Si hoy conservara sus millones, y hubiese contraído matrimonio con cualquiera de sus amantes, sin perjuicio de tener en seguida amores con los demás; si hubiera venido á Madrid acompañada de esposo V cortejo, siquiera fuese el esposo un tahúr y el cortejo un espadachín, podría estardando este baile, ú otro mucho más concurrido? para lo cual todos los aquí presentes habríamos buscado una invitación, teniendo á mucha honra danzar, refrescar, cenar, fumar y jugar en él....—¡Digo! ¡porque no sé si V. sabrá que no todas las princesas que dan bailes en Madrid son Santas Ritas ni Santas Mónicas!....—Conozco, sin embargo, que hay alguna diferencia entre mi amiga y otras pecadoras.... ¡Julia ha tenido siempre el picaro defecto de ser demasiado franca y atrevida! ¡En lugar de ocultar sus amantes (y aquí me permito la generosidad de suponer que las demás los oculten enteramente), ha viajado con ellos por mar y tierra, los ha exhibido en los teatros de París, en los hipódromos de Londres, en los Museos de Florencia, en los lagos suizos, en las mezquitas de Constantinopla y en los Santos Lugares de Jerusalén....—¡Donde únicamente no los ha ostentado nunca (gran rareza) ha sido en España, en su patria, en la tierra de sus ilustres mayores!—Pero, en fin, ha cometido el feo pecado de escándalo, p.or su afán de parecerse á las heroínas de Jorge Sand, y á esta misma escritora, y de soñar con héroes como los de lord Byron, ó como lord Byron mismo. —¡No ha tenido presente que parala sociedad, es mucho más grave faltar á las leyes de la hipocresía que á las de la virtud!—Pudiera, en cambio, alegarse en favor de la llamada aventurera, que no ha engañado, ni arruinado, ni costado un maravedí á ningún hombre: que, de casada, no faltó á su marido...., ¡ni áun después del divorcio!, y que, de viuda, no simultaneó jamás en la concesión de sus favores, sino que permaneció fiel á cada amante hasta que la fatalidad puso término á la respectiva alianza....—j Porque esto es lo cierto y positivo...., como ya irá V. deduciendo de mi relación! —Se dirá que cuatro ó seis amantes son muchos.... (y yo lo reconozco también, aunque sé de respetables ó cautas madres de familia que han tenido catorce....) Pero ¡fijémonos en el destino trágico que ha perseguido siempre á Julia!—Ya sabrá V. que, recién puesta de largo, se casó con un General francés, muy bruto y muy hermoso, de quien tuvo que separarse á los dos años.... Aquella boda fué una de tantas deplorables ideas de Alfonso, hermano único de la pobre muchacha, y tan valeroso, guapo y desprendido como ella, al cual siempre quiso entrañablemente.—Durante el año que medió entre aquella separación y la heroica muerte del .General, ocurrida en la guerra de Argel, Julia vivió en un convento, en Austria; y después.... j ah ! después vinieron los viajes, las fantasmagorías, las locuras románticas, los millones gastados sin honra ni provecho ( en redimir cautivos, que merecían ser presidiarios, en asustar con sus apuestas átodos los concurrentes al Derbyde Londres, yen otras rarezas por el estilo), así como la adoración universal de príncipes, artistas, lores, poetas y demonios coronados á aquella especie de lady Stanhope, ó de Eon de Beaumont, ó de Bonaparte con faldas, que recorría el mundo trastornando imperios....—Total cuatro amantes efectivos y dos nominales, ó sea cuatro hombres que, en el espacio de nueve ó diez años, consiguieron sentarse á su izquierda en el disparado carro de triunfo de su vida....—Volcaron y perecieron, ó se hicieron indignos de seguir en su puesto de honor, aquellos héroes; y esta repetida desventura fué para la diosa como una reiterada viudez....—| Piense V. en María Stuardo, por ejemplo, ó en la gran Catalina de Rusia!

—Ya he pensado....—interrumpió sin querer Guillermo.

—Pues la única diferencia que hay entre ellas y nuestra amiga, es que María Stuardo murió en el patíbulo, y Catalina de Rusia sobre el trono, mientras que Julia se ha quedado prosáicamente arruinada y á pié...— ¡Ah! [El dinero! ¡El dinero dora y engrandece todo lo que toca!—Pero dejémonos de filosofías....—Voy á ver si recuerdo cronológicamente á los cuatro consortes morganáti-cos y á los dos amantes platónicos de nuestra querida princesa....—Por de pronto, sepa V. que todo lo que se ha dicho de un fraile, y de un torero, y de un republicano húngaro á quien ahorcaron, es pura invención.... —¡Julia ha sido siempre dama y artista, hasta en sus fragilidades y extravagancias! —No negaré lo de cierto cantante napolitano.... Pero ni las cosas llegaron con él á mayores, ni hay que perder de vista que se trataba de un verdadero genio, que hizo llorar y perder la cabeza á toda Europa....— No fué, sin embargo, aquel ruiseñor con bigote y perilla el primer devaneo de Julia, sino el cuarto....—¡Duca Alfonso, mió cuarto marito!..*.—El primero fué un elegantísimo príncipe ruso, el hombre de moda entre las princesas de entonces, á quien, efectivamente, y sin que ahora lo diga como símil, vimos todos estrellarse en Varsovia, disparado por una especie de trineo en que iba con su adorada.—El segundo, marqués, poeta, capitán de fragata y andaluz, murió en un desafío, en Trieste, por infundados celos de un joven lord inglés, á quien la pobre Julia no hacía ningún caso.—El tercero fué aquel prematuro Ministro español, Plenipotenciario luego en Turquía, que, viajando con ella por Egipto, se volvió loco...., de amor, según unos, y de calor natural ó solar, según otros....—El caso es que se lo dejó allí, enterrado á la sombra de las Pirámides.—Hic est locus del tenor italiano, al cual otorgó Julia, más bien que favores, el imprudente honor de viajar y poetizar con él por los lagos suizos, con gran escándalo de nuestras veraneadoras de la Grandeza.... En tal situación, cierta romántica noche de luna, el muy canalla le pidió doscientos mil francos, para comprar una finca en Nápoles, adonde retirarse cuando le mancasse la voce....—La respuesta de Julia fué darle los doscientos mil francos y dos bofetones, entrambas cantidades por medio de un lacayo negro....— En cambio, el quinto amante se pegó un tiro debajo de la barba el día que trágicos su-cesos políticos le obligaron á separarse de ella para siempre.—¡ Esta es la más dramática y grande historia de Julia!....—Prendada, como he dicho, de la siniestra figura social y literaria de lord Byron, á quien hubiera amado frenéticamente, caso de vivir en su tiempo, quiso imitar el único rasgo heroico del gran poeta, gastando millones v arriesgando su vida por defenderla independencia de los griegos.—Puso, pues, los ojos en la isla de Candía, tan pertinaz en alzarse contra los turcos; y, de diez millones de reales que le quedaban entonces, gastó ocho en reclutar, equipar, armar y trasportar gente ála antigua Creta, para una nueva insurrección....; todo ello, por haberse enamorado en Corinto de cierto Príncipe candiota, que no dejó ciertamente de acompañarla en tan hermosa empresa.—Fracasó el golpe, pues los otomanos cogieron el buque en que iban todos, y, á buen componer (pues el Príncipe era hermano de una de las favoritas del Sultán), quedó decretado que el candiota pasase toda su vida en cierta isleta fortificada del Mar de Mármara.—Resign óse á ello el candiota, bajo la condición, propuesta por Julia, de que permitiesen á ésta vivir con él; pero, habiéndole negado el Sultán aquella gracia (¡qué egoista!....—aunque dicen que fué la Sultana, hermana del vencido, la que, por envidia de la belleza de Julia, se opuso á aquel arreglo), aconteció que el Príncipe, el día de la separación eterna, escribió á su adorada una carta de delirante amor, que yo he leído, diciéndoleque prefería morir á vivir sin ella....,—y se levantó la tapa délos sesos.

—¡Ya ve V. que estas cosas van rayando en lo épico yen lo sublime, y que, si Julia no hubiera tenido el vulgarísimo fin de quedarse pobre en lo mejor de su vida, habría llegado á figurar en las páginas de la Historia!—Vamos al último capítulo, que yo mismo conozco difiere mucho del anterior en grandeza y poesía; pero que igualmente difirió de él en consecuencias ó realidades amatorias....—Estamos en Baden-Baden....; y digo estamos, porque allí estaba yo también aquel otoño.— Hace de esto cuatro años y medio.—Un Pequeño Duque alemán hállase enamorado de Julia, y juega á la ruleta como cualquier hombre de poco juicio. Nuestra amiga juega también sus últimos millones, deseosa de volver á ser riquísima, para comenzar á gastar de nuevo sin limitación, ó de quedarse francamente pobre, para retirarse á descansar al campo. (Esta era la contestación que daba á mis sanos consejos :) — Pierde y pierde el Duque, y sigue jugando, por no declararse vencido ni asustado ante la mujer á quien solicita; y pierde y pierde Julia, para demostrar al Duque que la gallardía en perder el dinero propio no la admira ni entusiasma, pues es virtud que está al alcance de cualquiera. Arruínase el Duque antes que Julia: y entonces ésta, que ha desdeñado hasta aquel momento el amor del Soberano liliputiense, comienza á oirle yá coquetear con él, en novelescos paseos á caballo por valles y montes...., á tal extremo, que la murmuración supone intimidades efectivas.... que no existen.—En tal estado, la terrible Pródiga (así la nombraba el mundo) llega á ganar una tarde hasta diez millones sobre el dinero perdido: los juega de una vez, para ser rica ó pobre (fueron sus palabras), y los pierde.— El Duque la invita entonces á irse con él á su Ducado, donde aún le quedan medios para vivir magníficamente y volver á ser rico en dos ó tres años de mediana conducta....— Todo el mundo cree que tal será el camino que tome la atrevida española; pero, con asombro general, desaparece de Badén, sin despedirse del Duque, ni áun de mí...., y esta es la hora en que ni el Duque, ni el mundo, ni yo, hemos vuelto á tener noticia alguna de ella....—Sin embargo, como yo sé que era incapaz de suicidarse, pues reunía todo linaje de arrogancias, y siempre la oí calificar de cobardía el suicidio de su hermano y el del candiota, repito que debe de estar en el campo, en algún cortijo de sus antiguos colonos, haciendo heroicidades poéticas de un modo inverso ó por distinto arte que en la primera mitad de su vida; esto es, heroicidades de castidad, modestia y mansedumbre, ya que no de arrepentimiento y penitencia....—í Ah! ¡No!.... Mística no será nunca.... ¡Dios no la ha llamado por el camino del cielo!...—Dígame V. ahora si necesita saber más....—Pero aquí tenemos al insigne Duque....

—Te buscaba, Manolo....—No se incomode V., Sr. de Loja.... (profirió el dueño de la casa, apoderándose del Conde con una mano, y haciendo señal con la otra á nuestro Guillermo de que volviera á sentarse).—Ja-coba reclama tus buenos oficios diplomáticos, para ultimar cierta negociación muy peliaguda....—Perdone V., Sr. de Loja, que le prive un momento de la compañía de este gran maestro....—¡Pues, sí! Jacoba te aguarda en la galería de los bustos....—Se trata de cazar al Oso blanco.... ¡Ya sabes! — Hasta luego, Sr. de Loja; y no deje V. de ir á cenar; pues el comedor se acaba de abrir, y las señoras echan de menos galanes que las sirvan....— ¡Verás, hombre! ¡Verás qué idea tan graciosa!....

Así diciendo, el opulento Duque se alejó, apoyado en el brazo del Conde de las Acacias y hablándole al oído.

Eran las dos de la mudrugada, y Guillermo tenía bastante, tenía hasta demasiado con lo que acababa de contarle el viejo diplomático y con las dos lágrimas de Pura, para su satisfaccción y alegría por aquella noche.... Perdonó, pues, la cena y la segunda mitad del baile, y, sin despedirse de persona alguna, tomó el camino de su casa y de su cama, á fin de entregarse libremente al dulce vaivén de sus gratos y contradictorios pensamientos.

X.: PERPLEJIDAD.

Figurémonos las dos ó tres horas de insomnio que pasó nuestro joven en aquél lecho de soltero, que ya le parecía provisional, hasta que, á la salida del sol, lo venció la fatiga física y comenzó á sonar en otra forma sobre el mismo tema....

A la cabecera de su cama estaba, de un lado, Julia, defendida y engrandecida por su amigo el Conde, más seductora y extraordinaria que antes, con su romántico prestigio, con su séquito de amadores ensangrentados, con su homérica empresa de Candía, con sus Príncipes y su Pequeño Duque; jugando doce millones á la vuelta de una carta ó al rodar de una bola; redimiendo cautivos, como los Santos y los Reyes; enterrando entre los Faraones al joven estadista que se había vuelto loco de amor por ella, y causando celos á la

Sultana favorita del Gran Turco.... ¡Ay! ¡sí!....; pero aborrecida también por toda la alta sociedad madrileña, desdeñada hasta por sus propios parientes, y declarada por todos fuera de la ley...., áun después de considerarla muerta y sepultada....

Y al otro lado de la cabecera de Guillermo estaba Pura, la niña ideal, inocente, virgen; la Grande de España, eventual heredera de dos grandes caudales, por todos codiciada y requerida; la que por él, simple obrero de la inteligencia y representante en Cortes del estado llano, había llorado de amor aquella noche....

Aspirará Julia era rebajarse muchísimo.

Pretender á Pura era encumbrarse demasiado.

En lo primero había deshonor.

En lo segundo excesiva honra.

Y en ambos casos tenía que arrostrar las críticas del mundo.

Por lo demás, ninguno de los dos caminos estaba libre de obstáculos y contradicciones. —Para llegar á Julia, tenía que renunciar á Madrid y á su ambición; tenía que vencer los reparos que ella misma le opuso la célebre noche del i.° de Octubre; tenía que conquistar su voluntad de hierro....—Para llegar á Pura necesitaba vencer, sin más apoyo que la mudable fantasía de una niña, la obstinada oposición de sus padres los orgullosos Marqueses de Pinto.—¡Julia no había contestado á sus cartas!....—¡De Pura no tenía motivos para aguardar milagros de carácter!

Pues agréguese, para colmo de perplejidad, que si la destronada Pródiga le parecía más bella, lo atraía como un abismo deleitoso y había nacido para fanatizar y subyugar al varonil artista, ciego adorador de la forma griega, la linda hija de los proceres halagaba más el orgullo, la vanidad y la ambición del futuro ministro, á quien todos envidiarían tal alianza....

¡Porque es de advertir que la cartera de Fomento figuraba en este cuadro á los piés de la cama, como si ya se la hubiese conferido S. M. Católica!

Resultado: que Guillermo se durmió optando por casarse con la Marquesita, y soñó que se paseaba á caballo con la Pródiga por el ameno valle del Abencerraje

XI.: DECISIÓN.

Tres horas de sueño llevaba el venturoso joven, cuando Enrique y Miguel, forzando la consigna por medio de la mágica palabra crisis, que hizo abrirla puerta y tanto ojo al criado, no exento en verdad de su correspondiente ambición de llegar á estanquero, penetraron en la alcoba diciendo con jubilosas voces:

—¡Arriba ! ¡Arriba, seor perezoso! — ¿Quién piensa en dormir cuando hay dos vacantes en el Gabinete?—¡Se planteó la crisis, y todo el mundo pronuncia tu nombre para la cartera de Fomento!

—Pero decidme, hijos, ¿estáis locos? (exclamó Guillermo desperezándose):—¿Crisis al amanecer? ¿Pues no duermen los hombres públicos?

—La crisis estalló anoche en un gran baile, que, según parece, hubo en casa de los Duques de Cardona....

—De Carmona, s'il vous plait....—Y sabed, además, que yo salí de ese baile hace tres ó cuatro horas...., y nada observé de lo que contáis....

—¡Pues, hijo! ¡estarías allí tocando el violón! Porque no serían las dos de la noche cuando (según acaba de decirme Miguel) ya estaba en el Casino la noticia de que, habiéndose reunido por casualidad en la gran pajarera de aquel palacio el Presidente del Consejo, el Jefe de la disidencia y los Ministros de la Gobernación y de Fomento, los dos primeros hicieron comprender á los dos segundos que estaban en el caso de dimitir, como en efecto dimitieron en el acto.... —¡Conque vístete, y échate á la calle!....

—¿Á qué?

—¡A que te vean!....

—¡Toma! ya me han visto muchas veces.... —Sin embargo, debes presentarte al Presidente del Consejo....—¡Tú eres el verdadero causante de la crisis!...,

—Ya me llamará el Presidente, si me necesita....

—¡Mal sistema!....—En fin.... ¡qué remedio!.... Nosotros defenderemos tu derecho á una poltrona....—¡No salgas!—Y, suponiendo que no volvamos antes, cuenta con que vendremos á comer contigo.—A las siete.... ¿no es cierto?

—Á las siete.

—Pues adiós....—Vamos á ver á Marcos, á quien se indica para Ministro de la Gobernación....— ¡Hasta las siete!

—¡Que no salgas]

—Descuidad, hermosos; que no saldré.

Así dijo el ya casi Ministro de la Corona, y, cerrando los ojos y los oídos del alma ála ausente y emparedada reina del Cortijo del Abencerraje, abrió todas las puertas y ventanas de su corazón á la esperanza de casarse con Pura, de ser Marqués, de ser Grande, de ser millonario, y de llegar á tal cima de poderío y felicidad, no por favor ni condescendencia de nadie, sino por derecho propio, sin menoscabo de su orgullo, á justo título,, ó sea desde la no menor altura de Consejero de S. M., de hombre de Estado, de Gobernante de la Nación, de árbitro de los destinos de la Patria....

. Tenía veintisiete anos....—¿Cómo había de pensar ni sentir de otro modo el hasta entonces hijo mimado de la Fortuna?

XII.: EL DON LUCAS DE SIEMPRE,

Cinco minutos después de haberse marchado los madrugadores Enrique y Miguel recibió Guillermo un B. L. M., del Presidente del Consejo de Ministros, citándolo para la una en el despacho del Ministro de Hacienda.

¡Aquello no era ya conversación! ¡aquello era algo más que una esperanza!.... ¡aquello era la realidad!....

El ambicioso respiró con tanta fuerza y llegó á tal grado de satisfacción y egoísmo, que estamos seguros de que si en aquel momento le hubiesen anunciado la visita de Julia, habría dicho que le respondieran que no estaba en casa, y que hasta la noche no volvería....—¡Lo primero del mundo era ya jurar! ¡Jurar el cargo de Ministro! ¡Dejar de pertenecer á la clase de gobernados! ¡Subir al Capitolio de los tiempos modernos!

Tres ó cuatro minutos tardaría el joven en vestirse de piés á cabeza, aunque lo hizo con mayor esmero que nunca: menos tiempo aún gastó en almorzar: antes de las once tenía ya á la puerta, aguardándole, una elegante berlina de casa de Lázaro...., y pareciéronle dos siglos las dos horas que todavía trascurrieron antes de que el impasible reloj señalase las doce y cuarenta y cinco....—Emprendió entonces Guillermo la marcha, y cuatro minutos después, ó sea cuando faltaban once para la una, estaba ya en el despacho del Ministro de Hacienda.

Aquel era.... ó, por mejor decir, había sido el laboratorio de la modificación ministerial....—Queremos significar con esto que, cuando nuestro famoso orador entró allí, eran ya Ministro déla Gobernación el susodicho Marcos, y Ministro de Fomento un viejo muy nulo, pero muy grave y silencioso, que se sentaba en el mismo célebre banco que Enrique y Miguel, y que ya llevaba veinte años de figurar como candidato para diferentes carteras siempre que había crisis.

El Presidente del Consejo dió mil satisfacciones á Guillermo «por no haberle incluido aquella ve\ en la combinación ministerial, como deseaba y era justo, y como lo haría en la primera ocasión que se presentase....)»

—Pero, amigo mío.... (añadió, encogiéndose de hombros): ¡había que despenar á ese pobre D. Lucas, que llevaba ya recibidos diez chascos, desde que se le metió en la cabeza (de que carece) ser Ministro de la Corona!—Al ser de día estaba ya hoy en mi casa, y ¡lo declaro! he tenido lástima de él, más que de mí y de la Nación.—Pero, por lo mismo que D. Lucas no habla ni discurre, el Gobierno necesita más que nunca el apoyo de hombres de talento, y he llamado á V. para suplicarle que acepte la Dirección de Beneficencia, vacante por resultas de este cambio, y la Gran Cruz de Isabel la Católica....

Guillermo respondió que por nada se sujetaría á reelección; que agradecía todas aquellas bondades, aunque no las aprovechara, y que el Gobierno podía contar con su humilde apoyo, cual si le hubiesen conferido la Dirección y la Gran Cruz....

Es decir, que nuestro joven estuvo digno y guardó las formas sociales, como hombre bien educado que era.... ¡Pero la rabia y el despecho rugían dentro de su corazón!....

—¡Ah! ¡Julia.... Julia! (se dijo cuando salió del Ministerio). ¡Cómo me explico que hayas despreciado siempre el mundo! ¡Cuánto más vales tú que estos Curadores ó Tutores de la llamada Sociedad!

De vuelta en su casa, recibió una tarjeta de Miguel, suscrita por Enrique, en que le decían:—«No nos aguardes á comer.Estamos ocupadísimos

—¡Pueses claro! (pensó Guillermo). ¡Comerán en casa de Marcos, ó en casa de don Lucas!

En los periódicos de aquella noche leyó la historia de la Dirección y de la Gran Cruz, grandes elogios de su persona y conducta, muchos aspavientos porque no le habían hecho Ministro, mordaces críticas del entrado en su lugar, etc., etc.; todo lo cual demostraba, en sustancia, que el buen D. Lucas no era lerdo, por cuanto había sabido comprender que en España basta y sobra con pasarse veinte ó treinta años pretendiendo ser archipámpano de Sevilla para que al cabo le digan al más romo:—«¡Séalo V.,y déjenos en paz!—aunque centenares de sapientísimos Guillermos de Loja se queden burlados en sus legítimas esperanzas.

También leyó el joven en la última hora de los periódicos, no sin lanzar una carcajada demasiado alegre, que se indicaba á Enrique para la susodicha Dirección de Beneficencia, y que á Miguel se le concedería la Gran Cruz de Isabel la Católica....

Esta faz, grotesca ya y hasta repugnante de los sucesos de aquel día, hizo recobrar á Guillermo su antigua longanimidad, ó- más bien su misantrópica soberbia.... Ello es que el desairado joven se metió en la cama con cierta satánica satisfacción, como diciendo:

—La ignominia de los demás me venga de su injusticia.

Durmióse, pues, al poco rato, no sin haberse dado antes cuenta de que los sucesos comenzaban á empujarlo otra vez hacia Julia...

Mas, para que todo sucediese aquella noche á la inversa que la anterior, soñó que estaba casado con Pura, y que tenía de ella muchos hijos, muchos.... ¡muchos!....

XIII.: OTRAS DOS LÁGRIMAS

Por último: al siguiente día, lluvioso y triste domingo de Carnaval, en que parecía que la tierra se había quedado huérfana y sola, por muerte del sol ó por clausura definitiva de las puertas del cielo, personóse en casa de Guillermo, á la hora reglamentaria, con el fin de hacerle visita, á fuer de puntual diplomático que no faltaba nunca á las leyes de la etiqueta, nuestro nuevo amigo el viejo y afectuoso Conde délas Acacias....; el cual, después de decirle cosas muy lisonjeras y galantes con respecto al origen de la crisis, á la cartera que le habían usurpado y á las otras posiciones que no había admitido, cambió graciosamente de tono, y habló en estos términos:

—En fin.... ¡le digo á V. que el baile de los Duques dejará nombre...., no sólo por su magnificencia...., sino por las cosas memorables que allí ocurrieron!—A V. lo perdí de vista enteramente, y no pude hallarlo cuando fui en su busca para decirle que la crisis ministerial había estallado en la pajarera.... (¡Cest drole!—¿ríest ce pas?J, y que sonaba V. para Ministro....—Luego me dijeron que se había V. marchado....—Yo me estuve allí hasta lo último: cené con los Duques y con media docena de íntimos de la casa, á cosa de las seis, cuando ya se habían ido hasta los músicos; y eran más de las ocho, y ya calentaba el sol, cuando salimos de aquella mansión de delicias.—Pues bien: iba á decir que, en la que llamaré cena-almuerzo, dimos la última mano á una negociación que anoche era objeto de todas las conversaciones en el Teatro Real....—¿Estuvo V. por acaso?— Yo no le vi....

—No, señor: no estuve.—Esta noche es cuando me toca....

—¡Oh! ¡Pues nuestra negociación es un acontecimiento de primer orden!....—Recordará V. que, la noche del baile, cuando nosotros estábamos hablando de la pobre Julia, fué á buscarme el Duque, de parte de su mujer, que deseaba encargarme el arreglo de cierto asunto....

—Sí....: recuerdo perfectamente....

—Pues bien: se trataba de cazar, ó sea de casar, al llamado Oso blanco de los solterones, á mi jefe inmediato, al casi decrépito Duque de Almuñécar, que hace cuarenta y cinco años era el Lovelace de Madrid; que hoy está hecho una miseria de canas, arrugas y dolores....; pero que es indudablemente el más rico de todos nuestros Grandes..., (¡ Figúrese V. tantos millones de renta, como miles de duros tienen de capital algunos títulos que arrastran coche!....—En fin.... juna barbaridad!)—Ya hacía tiempo que la Marquesa de Pinto....

Guillermo dió un brinco en la butaca.

El Conde no lo observó, y siguió diciendo muy naturalmente:

—....Acariciaba la idea de casar con élásu hija....

—¡A Pura!—exclamó el joven....

—A Pura, sí, señor.... (respondió el elegante viejo).—¿V. la conoce?

—¡Que si la conozco! (gimió Guillermo, con la risa en los labios....)—Siga V...., siga V.—¿Quién no la conocería ya, con lo que lleva V. dicho? ¿No comenzó V. afirmando que la negociación está ultimada?

El Conde se quedó estupefacto, y preguntó gravemente, al cabo de unos segundos de silencio:

—Hablemos como personas bien nacidas, Sr. de Loja....—¿Sería V. por casualidad un joven, á quien los Marqueses de Pinto se abstenían de nombrar anteanoche, pero á quien aludieron dos ó tres veces?....—[En verdad, sentiría muchísimo haberle hablado de este asunto, si es V. el joven de que se trata; y espero me haga la justicia de admitir que he procedido inocentemente al contarle....

—Creo en la sinceridad de V (repuso

Guillermo con digno y reposado acento), y le suplico me repita la alusión de los señores Marqueses, para que yo juzgue si se referían ó no á mi persona....

—Bajo la reserva propia de caballeros, se la repetiré áV., accediendo á su sentida súplica.—-Los Marqueses aludían á un jovende esperanzas, con quien Pura se había permitido ciertas exterioridades

—¡Ese soy yo!....—afirmó Guillermo con viril entereza.

—Pues crea V. que siento con toda mi alma....

—Nada tiene V. que sentir.—Por lo menos, yo le estoy hasta agradecido de que me haya anticipado tan curiosa noticia....—Porque ha de saber V. que el hecho de que la señorita Pura se haya permitido conmigo las exterioridades que sus padres lamentan, no significa que yo la ame ni por asomos.— Puede V., por tanto, seguir contándome esa negociación, que no deja de tener gracia.... —Y, por mi parte, aseguro á V., también muy reservadamente, que si Pura necesitase de mis oraciones para tener hijos del viejo Duque y realizar completamente el negocio en cuestión, yo se las negaría con la más cruel indiferencia....—Ruego áV.que siga....

—¡Oh!.... ¡Oh!.... es V. demasiado fuerte....—¡ Estos andaluces!....

—Murciano, señor Conde....

—Viene á ser lo mismo.—¡Pues nada!.... Ya lo sabe V. todo....—Pura aceptó la mano del Oso Blanco, después de derramar las dos lagrimitas de costumbre, y esta misma tarde saldrá con su padre y su tía en dirección á París, donde la compra de galas, carruajes, muebles, etc., consolará á la vanidosa doncella de la vejez de su primer esposo....— i En verdad, el baile de la otra noche era para sacará cualquiera de sus casillas!....— V. sabrá que la casa de Pinto, riquísima hace cuarenta años, ha venido á menos; y.... i ya se ve! los Marqueses y la muchacha habrán calculado que con los millones del Duque de Almuñécar.... es fácil dar muchísimos bailes mejores que los del Duque de Carmona, y muchas comidas, y tener por docenas los coches y los palcos.... y viajar como príncipes....

—¡Pero no redimir cautivos! i no costear expediciones para libertar islas!....—gritó Guillermo, sin poder contenerse.

—¡Oh! no.... Eso no lo hace nadie más que aquélla.... (exclamó el viejo epicúreo, con cierta emoción, poniéndose de pié y colocando la punta de los dedos sobre el hombro del joven).—Aquélla tiraba el oro, y ésta lo busca.... Aquélla sacrificaba el dinero en aras de su corazón, y ésta sacrifica su corazón en aras del dinero.... — Conque, adiós, y crea que puede llamarme su amigo; pues, aunque yo no hago heroicidades, gusto de los heroes....—Hasta la noche; que nos veremos en el Teatro Real....

—¡En el Teatro Real!.... (pensó el burlado amante).—¡Allí estaba yo citado hoy con la que ya no debe llamarse Pura; con la que no podrá asistir á la cita, por haberse vendido á un inmundo viejo; con la que nos ha engañado á los dos en una misma noche, regalando á cada uno un par de mentirosas lágrimas....

Y, después de acompañar al Conde hasta la puerta, volvió á su despacho; se dejó caer en el sillón del escritorio, y quedó sumido en dolorosas reflexiones.

XIV.: EL HORIZONTE SENSIBLE.

Hemos dicho que era domingo de Carnaval.

Hacía una tarde más triste aún y lluviosa que lo había sido la mañana. Desde los balcones del despacho de Guillermo, correspondientes á la espalda de la casa, se descubría parte del Prado y del Paseo de Recoletos. Algunos coches particulares, algunos carromatos con mojigangas y algunas mal perjeñadas estudiantinas, arrostrando el frío, el agua y el viento, daban allí, entre unos árboles sin hojas y un cielo de color de ceniza, no sé qué aspecto fúnebre á las carnestolendas de aquel año. Parecían los gritos de las máscaras aullidos de dolor ó de susto, y los trompetazos de las murgas destemplados acordes de piporros en un entierro....—¡Deliciosa tarde, para trabajar, para leer, para cumplir nobles y austeros fines de la existencia humana; pero horrible y tétrica para pensar en festejos públicos y alegrías mundanales!

Guillermo oía los lejanos gritos y músicas de aquellas máscaras llenas de lodo, de aburrimiento y de fatiga, y pensaba en los viles afanes de Enrique y Miguel por alcanzar una falsa gloria.... Pensaba en aquel Presidente del Consejo de Ministros, á quien no llegaban los patrióticos avisos de su conciencia, sino el vocerío de otras máscaras y otras murgas...., de las máscaras y murgas políticas.... Pensaba en aquellos insensatos Marqueses de Pinto, que ponían á su hija en el camino del adulterio, para que aumentase el esplendor de tan ilustre casa; y en aquella niña que se encaminaba á París, á comprar los pórfidos y jaspes del sepulcro en que iba á enterrar, virgen y prostituido, su corazón de veinte años....—No había trabajado nuestro joven hacía mucho tiempo, ni en su bufete, ni en sus proyectos de obras públicas, ni en su estudio de pintor; y, confundiendo el remordimiento con la impotencia, y el óxido corrosivo de la ociosidad con desdenes y ultrajes de la envidia, creyóse ya inútil para todo; dudó de sí y de los demás; juzgó de nuevo que no servía para las luchas de la corte, ó que todo Madrid se había conjurado para ser injusto con él, y un desfallecimiento general aniquiló todas sus fuerzas morales, sumergiéndole en tristeza y misantropía más hondas y ciertas que las pintadas en aquella carta que escribió á Julia la noche de su triunfo parlamentario.

¡Julia! ——Hé aquí la única verdad, la única afirmación, la única esperanza de dicha que quedó de pié en las ruinas de tantas otras ilusiones como se habían hundido en la imaginación de Guillermo.

—¡Julia! (pensaba el cuitado con infinita melancolía). ¡Allí estará!...., sola, enterrada viva, bloqueada por la adversidad y la desesperación en este largo invierno!....—Ya han pasado dos meses desde que le escribí la segunda carta, y no me ha contestado.... ¡ni me contestará!....—¡Ha hecho bien!—¡Cómo la he ofendido, y cuánto la he calumniado en estos dos meses! ¡Qué bien había adivinado ella todas las miserias de mi alma, todas las ruindades de mi ambición!—¿Dónde, dónde hay otra Julia?—¡Qué diferencia entre sus defectos y los de sus jueces y verdugos! ¡Qué grandeza en todo lo que ella hizo! ¡Qué mezquindad en todo lo que he visto estos últimos días!—¡Comparar á Pura con Julia, es comparar á la comadreja con la leona!—Pura no carga de oro y despide ignominiosamente al hombre indigno que le pide dinero....

¡Pura acepta el dinero y las caricias del viejo indigno que la compra!—Pura, arruinada » no desdeña los millones del Pequeño Duque.... ¡Pura da su virginidad por los de otro Duque más pequeño!—Por Pura no se matan los hombres.... ¡A Pura la desprecian!— Por Pura no se vuelve loco nadie.... ¡Pura vuelve á los locos cuerdos!—¡Ah! ¡Julia! ¡Julia! ¡Y yo he podido suponer mejor la vida con tan ruin persona que la muerte contigo!....—Y todo.... ¿por qué y para qué?— ¡Por vivir en Madrid y luchar, en el camino de la más noble ambición, con un Enrique ó con un D. Lucas! ¡Por ser lo que han sido ó pueden ser ellos! ¡Por ceñirme la banda que ya tiene Miguel! ¡Por llegar á la altura de un Marqués de Pinto! ¡Por obtener los aplausos de los mismos á quienes desprecio! ¡Por evitar que censuren mi unión con la más bella y heroica de las mujeres, no las buenas madres y esposas á quienes jamás me acerco, á quienes no oigo, de quienes nada sé hace ya años, sino las cuatro familias disipadas que representan hoy á mis ojos la opinión pública!....

Entrado ya el hipondríaco en la senda del pesimismo y la injusticia, que se sabía de memoria, por haberla recorrido varias veces durante sus ataques de bilis, no tardó en llegar, de exageración en exageración, al límite de toda esperanza y al borde del negro precipicio en que se arrojan los suicidas....— No lo era él por naturaleza.... (que el suicida nace, y lo es constantemente, aunque no llegue á realizar el nefario hecho); y, de consiguiente, no se pegó un tiro aquella tarde, como tampoco se lo pegó en más tristes días que le reservaba el destino.... Pero como, por otro lado, las negaciones modales y metafísicas que llenaban de tinieblas su espíritu enfermo habían tomado ser, y forma, y alma, en aquella otra negación, trágica y hermosa, que se llamaba Julia; como el artista misántropo, desde el punto y hora en que la vio, se había reconocido vasallo postumo de aquella heroina rebelada contra el mundo, proscrita de la sociedad, desterrada del cielo á que la llamaba su hermosura; como ella, en fin, era para él lo que los poemas de lord By-ron fueron para ella, la idealización de la soberbia, del vencimiento y del dolor satánico, aconteció lo natural y lógico, lo que no tenía remedio desde el instante en que la cartera y Pura desaparecieron del horizonte sensible del ambicioso aplaudido y del amador afortunado, lo que por primera vez era cierto y real en el corazón, como antes en los labios ó en la pluma, de Guillermo de

Loja....; es á saber: que todas sus esperanzas de felicidad, todas sus ilusiones, todo su anhelo, toda su gloria, toda su ambición, se cifraron en Julia....

Partir inmediatamente en busca de ella; no darle previo aviso; llegar en pleno invierno, en una de aquellas horribles noches, al Cortijo del Abencerraje; arrojarse á los piés de la beldad; contarle todas sus cuitas, y decirle: «Aquí vengo á vivir y morir contigo, á idolatrarte mientras tenga la ventura de verte, y á seguirte al sepulcro el día- que mueras;» no cejar, no ceder, si era mal recibido ó se veía desdeñado; quedarse allí de cualquier modo; rendirla á fuerza de amor y sufrimiento, á fuerza de bendiciones y lágrimas, y pasar la vida, mirándose en sus ojos, en el seno de la naturaleza, en la paz del campo, sin volver á saber del mundo, ni de sus émulos, ni de sus rivales, ni de sus amigos, ni de la malhadada opinión pública, representada por un papel que puede no leerse ni recibirse....;—tal fué el plan súbito, entero, definitivo, irrevocable que formó Guillermo.,.. en menos tiempo que hemos tardado nosotros en decirlo.

Y tan arraigado en sus entrañas sintió desde luego aquel propósito, que inmediatamente puso manos á la obra.

—Mañana á la noche parto de Madrid.... (dijo á su servidumbre). Necesito llevar equipaje de invierno, de primavera y de verano. —Se cerrará esta casa por ahora, y Vds. recibirán su salario de tres meses, por si tardan en hallar colocación.—Me llevo todos mis libros, todos los instrumentos de matemáticas y todos los caballetes, lienzos, paletas y cajas de colores y de pinceles que hay en mi estudio.—Pónganse desde luego á hacer baúles y cajones....

Dicho esto, comenzó á romper papeles, á empaquetar otros para distribuirlos entre varios amigos suyos, ingenieros y abogados, y á escribir cartas con instrucciones de lo que tenían que hacer....—La turbia y triste aurora del día siguiente lo halló dando cima á aquella tarea.—Descansó dos ó tres horas, y se echó á la calle, donde hizo innumerables compras de cuanto un hombre civilizado, estudioso y amigo de sus costumbres puede necesitar en el desierto.—A las once fué al Banco de España, y sacó los ahorros que tenía en él depositados, los cuales importaban muchos miles de duros.—De regreso en su casa, escribió dos cartas de muy pocos renglones: la una dirigida á su padre, diciéndo-le que se iba á su distrito, á casa de un amigo, con el objeto de descansar y escribir cierta obra de matemáticas; y la otra á La Correspondencia de España, para que anunciase su marcha á Murcia, donde pensaba residir largo tiempo, cuidando de su salud, por consejo de los facultativos.—Encargó á su ayudante que no echase al correo estas cartas hasta pasados tres días. —En cambio, dirigió otra aquella misma tarde á un grande elector de la cabeza del Partido á que correspondía el Cortijo del Abencerraje, pidiéndole, con gran reserva, que tal día, á tal hora, le tuviese dispuestos un caballo y un guía y tres mulos y un arriero, sin decirle por qué ni para qué....—Y, arreglado todo por tan solemne y decisiva manera, el lunes de Carnaval, á las nueve de la noche y lloviendo á cántaros, sin despedirse de nadie y sin criado alguno á su servicio, salió nuestro heroe de Madrid, en el tren-correo de Andalucía, con firme propósito de nunca más volver....;— en tanto que otros muchos jóvenes de su edad se desesperaban en oscuros pueblos de provincia, soñando con ser diputados, con tener entrada en los salones de la Grandeza, y con ir á bailes de máscaras como el que aquella noche daba la Junta de Damas de Honor y Mérito en los salones del Conservatorio.

Libro III: EL CARNAVAL EN EL CAMPO.

I.: LOBOS Y PERROS.

Habían pasado veintitrés horas desde que Guillermo salió de Madrid; y eran, por consiguiente, las ocho de la noche del 22 de Febrero, Martes de Carnaval....

Pero ¿qué decimos de Carnaval, ni de días, ni de horas?—En soledades tan apartadas como el humilde vallejuelo del Abencerraje (á donde todavía no ha llegado nuestro heroe, y en el que nosotros estamos hace ya rato, merced al privilegio, que gozamos autores y lectores, de viajar más de prisa que nadie) no representan las ideas de tiempo lo mismo que en el mundo social.... Ni aquí la mitad de la noche es día, como acontece en las ciudades, por mucho que arrecien los rigores del invierno; ni hay alumbrado público que dispute su pavoroso imperio á las tinieblas; ni velan reunidas las gentes en coliseos, bailes ó tertulias; ni se guardan ó conmemoran otras festividades ó efemérides que la Noche-buena y el Viernes Santo....

Digamos, pues, que en el vallecillo del Abencerraje iban ya dos horas, no de noche, sino de eternidad, dos horas de muerte y condenación, dos horas de oscuridad densísima, que envolvía en negros crespones, ó más bien borraba de la faz del mundo, llanos y montañas...., de tal modo que las cumbres no se distinguían de las honduras, ni los senderos de los sembrados, ni los campos del caserío, ni el cielo de la tierra.

En lo único que se parecía el negativo Carnaval de aquel desierto al que celebraban á la misma hora los cortesanos, era en el espantoso temporal que también allí reinaba desde la víspera, y que sobre poco más ó menos estaría azotando de igual manera á toda España, sin distinción de poblados ni despoblados, de capitales ni aldeas, de alcázares ni cortijos....—Mugía lúgubremente el viento en el solitario y tenebroso valle, y llovía ó nevaba á intervalos. Los desnudos árboles quejábanse en la sombra, Sajelados por el huracán, mientras que el riachuelo, aumentado y ensoberbecido con el general desastre, se propasaba á alzar una voz ronca y llena de amenazas, que hacía temblar á los añosos álamos de sus orillas.—Aullaban, en fin, los hambrientos lobos, rondando los rediles enclavados en el vecino monte, yá su clamor fatídico respondían con ladridos de indignación, desprecio y entereza los nobles y vigilantes perros de ganado.

En medio de tanta lobreguez y tanto horror, se percibía un sólo punto de claridad, melancólico indicio de la situación de la pobre Cortijada, ó más bien del ruinoso Palacio habitado por la Pródiga,—tal y como suele brillar á los ojos de navegantes nocturnos, entre las negras olas del revuelto Océano, extraña y sospechosa luz, haciéndoles comprender que, en tal ó cual islote desierto, entonces invisible, pero cuya posición les es conocida, han hallado refugio piratas, náufragos ó contrabandistas....

Y, en efecto, aquella claridad procedía de un balcón de la gran sala que ya conocemos, donde Julia, sentada en alto y vetusto sillón, al lado de la monumental chimenea, alimentaba el ocio y soledad de su alma siguiendo los afanes y rodeos con que las llamas del hogar iban consumiendo poco á poco un enorme tronco de encina.

Cerca de la dama, y sobre anticuado velador, había una lámpara y algunos libros.

Más de la mitad del vasto aposento quedaba perdido en la penumbra. El agua-nieve golpeaba de vez en cuando, con furioso ímpetu, los vidrios y maderas de los balcones, y los alaridos del viento eran horribles en el negro cañón de la chimenea.

Detrás del sillón ocupado por la Señora, hallábase el tío Antonio, esperando órdenes; respetuoso y mudo, como siempre; pero sin aquella placidez y tranquilidad que expresaba su rostro cinco meses antes.

Julia no había cambiado en nada. Dijérase que su espíritu era tan inalterable como su hermosura, y que del propio modo que su peregrino cuerpo estaba dotado de aquel don milagroso que prorogó hasta la edad de ochenta años la juventud de Ninón de Léñelos, su alma teníala serenidad é indiferencia délos grandes repúblicos para acomodarse á las desigualdades de la suerte.—Sin embargo, aquella expresión de amorosa melancolía con que llamó ingrata á la luna la célebre noche del i.° de Octubre, parecía haber quedado estereotipada en su hechicero semblante, dando á la impenitente, aunque vencida diosa, un aire sentimental de que carecía cuando la vimos por primera vez.

Como todas las damas verdaderamente principales, y como todas las hermosuras de primer orden, Julia se consideraba siempre en público, para los efectos de cuidar de su tocado y atavío. Decírnoslo, porque aquella noche, no obstante el absoluto aislamiento de su existencia, vestía con tanto lujo y elegancia como si hubiese de recibir la más distinguida tertulia.

Indudablemente, la Pródiga había salvado del naufragio de su caudal, ya que no joyas de gran valor, ricos y graciosos trajes con que engalanarse toda su vida, como, por ejemplo, el luengo capisayo de terciopelo gris forrado de finísimas pieles', la suntuosa toquilla de blonda, los lindos guantes de gamuza y los primorosos chapines de grande abrigo con que daba audiencia al capataz....—Ello es que estaba hermosísima y que más aspecto tenía de encarcelada reina gótica que de pobre y olvidada cortijera.

Un golpe de viento, mayor que todos los anteriores, y que extremeció los techos del viejo caserón, sacó de sus profundos pensamientos á la sin ventura, haciéndole exclamar sosegadamente:

—Mala noche...., Antonio.

—¡Mala!—respondió el capataz.

—¡Y José sin venir! (anadió la Marquesa, volviendo los ojos hacia el antiguo servidor). ¡Va á ser menester que tu hijo me haga caso y desista de ese necio empeño de ir él mismo todas las noches al Lugar en busca del correo!....—No faltan mozos en el Cortijo que desempeñen tan fatigosa comisión....

—Perdónelo la Señora.... (contestó el capataz, inclinándose). ¡El pobre no sabe qué inventar para complacerla!.... Ha visto que ála Señora le interesa mucho la por él llamada carta grande, que, desde hace algunos meses, viene de Madrid casi todos los días...., y no quiere ceder á nadie la honra de ir á recogerla al Lugar vecino....

—Bien; pero ya sabes que en este invierno de tantas nieves andan muy hambrientos los lobos, y que de noche se acercan demasiado á los caminantes....—Me duele, pues, que, por causa mía, pases dos horas diarias de intranquilidad....

—¡Quiá!— ¡No!....—Yo estoy muy tranquilo....—¡Los lobos no pueden con mi José; sobre todo, desde que lleva la escopeta que le ha regalado la Señora!.*..

—Creo lo mismo que tú....—Sin embargo: hay todavía otra razón para impedir que José falte á estas horas del Cortijo....—Desde el oscurecer hasta la cena es cuando los jóvenes que trabajan tanto como él y Brígida pueden verse y hablar un rato de sus amores, y yo deseo vivamente que esos muchachos acaben de tomarse cariño y se casen.... antes que yo me muera....

—¿Quién habla de que la Señora pueda morirse?—¡Eso no lo he de ver yo, ni quiero que lo vean ellos, ni nadie en el mundo!— jPues no faltaba más!—El que sí morirá en breve, por ley de Dios, es este carcamal que está hablando....; y, por consiguiente, yo soy el verdadero interesado en que se haga pronto el casamiento de José con Brígida, que me parece una buena muchacha....

—Otra cosa hay que arreglar también.... (continuó Julia con su sosiego habitual), ya que hemos venido á hablar de nuestra muerte y del porvenir de esos mal aconsejados amantes....—Varias veces te lo he dicho, mi buen Antonio, y tú sigues aferrado en no darme gusto.... ¡Es menester que hagas venir á un notario, para que yo te venda este Cortijo!—Así te cobrarás de lo que te debo, y se facilitará mi doble propósito de dotar á Brígida y de que ella y José disfruten un día del poco ó mucho dinero que me sobre cuando llegue al término de mi jornada....—Tú fijarás al Cortijo el precio que te agrade...., veinte, quince, diez mil duros.... ¡ A mí me es igual; pues con lo que quiera que me entregues tendré demasiado para subsistir en este retiro, aunque viva mucho más de lo que deseo y espero!.... — Realizada la venta, quedaré tranquila; dado que ni ya tendré que hacer nunca testamento, cosa que me repugna, ni ningún pariente mío se apoderará, en caso de abintestato, de lo que quiero disfruten tus hijos, ni dependeré en cierto modo de que haya buena ó mala cosecha, ni me veré tampoco imposibilitada de irme otra vez por esos mundos de Dios, si tal se me pone en la cabeza algún día....

El tío Antonio lloraba mansamente, en tanto que Julia decía todas estas cosas grandes y pequeñas. Pero, cuando la oyó proferirlas últimas palabras, secóse las lágrimas con el revés de las manos, y exclamó lleno de enojo y pena:

—¡Eso no, diantre! ¡Eso no!.... ¡Dejarnos la Señora! ¡Marcharse otra vez, sin compaña, y con una pobreza por capital!.... ¡Para ello tendrían que matarme primero á mí!.... —¡Ay! ¡aquelpícaro hombre lo ha trastornado todo! ¡Vivíamos aquí en tan santa paz! ¡Era tan dichosa la hija de mis inolvidables amos! ¡Estábamos tan contentos mi mujer y yo!....

—¡Antonio! (profirió Julia con frialdad y despego): ¡que no vuelva yo á oirte hablar como has hablado! ¡Te prohibo hasta volver á pensar en tales asuntos!....—Y, con esto, hasta de reprensión, y vamos á lo que te decía de la escritura que deseo hacerte....

El tío Antonio cruzó las manos, y dijo:

—¿Para qué entrar de nuevo en una conversación que me mata?—¡La Señora escrituras á mí! ¡Pues no es suyo todo lo que poseo! ¡No se lo debí á sus mayores! ¿He hecho yo más que guardar una parte del pan que me dieron, y que añadirle sus propios frutos?—¿Qué era yo cuando niño, sino un triste pastor, que recogía las migajas de la mesa de los Señores Marqueses?—¡Á mí no me debe nada la Señora! ¡La Señora puede disponer de todo lo que pasa aquí como mío; -de mi dinero, de mis ganados, de mis aperos de labor, de mi sangre y de mi vida!....— ¿Pero ¡ay! no se vaya! ¡No se vaya jamás!— ¡El mundo es muy malo! ¡El mundo es enemigo del alma!....—|Y yo no tengo ya edad de acompañar á la Señora!

—Está bien.... — Dejemos esta conversación.... (respondió Julia algo conmovida).— Yo no he pensado, ni pienso, ni creo que pensaré en marcharme nunca....—Hablaba en la suposición de llegar á pensarlo algún día....—¡Vaya! Enjuga esas lágrimas, Antonio....; bésame la mano, y ¡enpaz!—Yoarre-glaré el otro asunto sin valerme de ti, ya que no quieres ayudarme....—Pero.... ¡calla!....

¿No oyes?....—Ladran los perros de la huerta....—¡Ahí está José!—¡Pobre muchacho!.... —Ve á recibirlo....

El tío Antonio obedeció en todo, y salió de la estancia, rezando por la Pródiga, según costumbre, y bendiciéndola al fin de cada Padre Nuestro.

II.: PERROS Y LOBOS.

No se había equivocado Julia. Pocos minutos después penetraba José en el salón.

—Tenga la Señora muy buenas noches.... (dijo, rascándose la cabeza con mal humor).—¡Viaje perdido!—Me han dicho en el correo que esta noche no toca recibir carta grande, por ser Carnaval en Madrid.... y estar de juelga los que las escriben....

—Es verdad.... Hoy es manes....—¡Lo había olvidado! (respondió Julia con visible disgusto).—En fin.... ¡paciencia! El correo de mañana me sacará de dudas....—¡Mala noche, José!.... ¿no es cierto?

—Así.... así....—respondió el mozo con su habitual arrogancia.

—¿Nieva?

—Nieva, llueve, graniza, y ¡vamos! de todo hace un poco....—Pero mi mulo no le teme á nada.

—¡Vienes calado!—Ya le he dicho á tu padre que no te permita volver á ir por el correo....—[A ver si haces más caso de él que de mí!

—Pero, Señora: ¿por qué privarme del único gusto que tengo al día ?—Yo sé que esa carta grande es su alma y su vida desde que.... En fin.... ¡yo me entiendo!—¡Malhaya sean todos los diputados del mundo!

Julia frunció las cejas, al ver que, en una misma noche, y como obedeciendo á irreverente consigna, padre é hijo se atrevían á profanar el sagrado de su corazón....

Pero calmóse en el acto, y dijo con afectada indiferencia, como tratando de sondear á su vez el espíritu de aquellos leales servidores:

—Me parece, José, que aquí todos queréis mal...., muy mal, á cierto viajero con quien el otoño pasado hiciste tres viajes en un mismo día....

—Señora.... ¡la verdad!.... Lo que es yo.... En fin.... ¡eso es según y conforme! (respondió José, mirando al suelo, como si buscara allí las palabras que iba á pronunciar).—Mire vuecencia.... Yo querría mucho á D. Guillermo, si llegara á hacer feliz á la Señora...., ó si hoy viéramos á vuecencia tan alegre y contenta como antes....—Pero lo aborrezco con toda mi alma, porque, desde que vino aquella noche, yo no sé á qué...., la Señora me habla muy pocas veces, está siempre como distraída, y no piensa más que en esa carta grande que recibe diariamente y que huele á demonios....—¿Por qué no viene ÉL en lugar de escribir tanto? ¿Por qué se marchó? ¿Pues nóvale la Señora mucho más que todos los madrileños juntos? ¿Quién impide á D. Guillermo de Loja casarse con ella, supuesto que es soltero? ¿Habrá acaso en el mundo una mujer tan guapa como la Señora?

Julia se echó á reir; y,.no disgustada ciertamente de aquella respuesta, que en nada la ofendía, ni dañaba á Guillermo, creyó deber regalar la siguiente aclaración á la opinión pública del Cortijo:

—Agradezco, amigo José, el cariño y la lealtad que te hacen disparatar tanto; y, para que dejes de ver visiones, te diré que la carta grande, como tú la llamas, no me la escribe ni me la envía aquel caballero....—Es lo que llaman, «un periódico,» y tiene por nombre La Época....—Conque no lo olvides, y pasemos á hablar de otro asunto.—Se acerca el día de tu Santo, y en él vence el plazo que últimamente te concedí para pedirle al mulero la mano de su hija Brígida....—¡Supongo que no lo habrás olvidado!....

—No lo he olvidado, Señora; pero....

—Pero ¿qué?

—Lo diré claramente....—Que yo preferiría dejar eso para más adelante....

—¿Luego no quieres á tu novia?

—Sí que la quiero....—¿No la he de querer, cuando es más buena que el pan y me quiere como á las niñas de sus ojos?

—Entonces, será que no te gusta....

—¡Sí, que me gusta!....—¿No me ha de gustar, siendo tan guapa, y, sobre todo, ahora que va echando color?....

—Pues si te gusta y la quieres, ¿por qué no tienes prisa de casarte con ella?

—¡Toma!.... ¡Ya se lo he dicho á la Señora más de una vez!....—Porque.... porque...., si yo me caso, y tengo chiquillos, y cuidados propios en que pensar, estaré más alejado de vuecencia; no podré vivir exclusivamente para servirla, ni me será tan fácil morir defendiéndola, en caso necesario....— ¡Yo querría estar siempre mirando á la Señora, oyéndola hablar, bailando de coronilla por complacerla!....—Y todo esto lo sabe Brígida....

—Y ¿qué dice Brígida?

—¿Qué ha de decir?—¡Que tengo razón, y que no hago más que lo que debo, queriendo más que á nadie á la Señora!—¡También ella la quiere mucho, y, si no sube á verla todos los días, como antes, es por cortedad!....—¡Ya se ve!....: desde que empezó á hablarse en el Cortijo de que D. Guillermo volvió de tapadillo aquella noche, guiado por mí, y deque podría casarse con la Señora, y de si ya tarda ó no tarda en venir á cumplir su promesa, y de si la Señora se marchará con él, cuando se casen, ó él se quedará entonces á vivir aquí...*, todos estamos como alicortados.—Pero bien sabe la Señora que Brígida la estima y respeta mucho; tanto, que algunos domingos dió en la flor de peinarse por el mismo estilo que vuecencia; lo cual maldito si me hizo gracia á mí, ni se la hacía á su cara; por lo que tuve que decirle que se dejara de remilgos; que ella estaba mejor con sus dos tufos y su castaña; pues cada clase de gente ha nacido para su cosa; y que, así como la Señora parece una María Magdalena, cuando lleva el pelo suelto, ó una reina, cuando se lo pone por corona, ella parecía con tales peinados una titiritera de feria, de las que vienen á hacer volatines al pueblo inmediato....

—¡Te vas volviendo muy picaro, José! (respondió Julia, entre enojada y divertida con los discursos del más inocente que ladino mozo). ¡ Si tú llegases á ir á servir al rey, que no irás, pues así lo tenemos convenido, darías bastante que hacer en el mundo!.... — Pero, en fin, por la presente, sólo eres un buen muchacho, lleno de corazón y valentía, que me quiere tanto como su padre, su madre y todos los moradores del Cortijo, inclusa Brígida....—¡Muy agradecida estoy de todos!.... ¡Alma, vida y hacienda estáis siempre dispuestos á darme, cuando bien sabe Dios que yo no necesito más que haceros dichosos!....—Por consiguiente, y para concluir por esta noche, sabe que te niego el nuevo plazo que solicitas: que el día de San José pediremos la mano de Brígida al tío Juan el mulero: que pasaréis este verano disponiendo los papeles, las ropas, el ajuar y la casita nueva (á la que sólo faltan ya algunas cañas y retamas para tener completa la techumbre), y que el día de Todos Santos... (¡yaves! ¡todavía hay por medio más de ocho meses!....) os casaréis en paz y gracia de Dios....

—Pero, Señora.... ¡eso es lo mismo que arrojarme de su lado!—gimió el mocetón, tirándose de los pelos.

—No seas niño, José.... (repuso Julia con noble afectuosidad).—Esto es labrar tu dicha. —Por lo demás, yo seré madrina de vuestro casamiento y de los hijos que tengáis.—

Vuestros ninos, que serán muy hermosos, se criarán aquí, á mi lado, y jugarán por estas grandes y solas habitaciones, enseñándome á no estar triste ni taciturna....—{También yo tengo necesidad de compañía!.. .—Al propio tiempo Brígida le ayudará á tu madre á servirme, y tú no cabrás en el pellejo de orgullo, al verte hecho un padre de familias, un hombre de importancia!....

—¡Ah! ¡sí!.... ¡entonces sí!..,.—¡Cuando vuecencia quiera me casaré con Brígida!.... (dijo el mozo riendo y llorando á un tiempo mismo).—¡Ah! ¡Por algo he jurado y perjurado siempre que vuecencia era una santa! ...

—Yo no soy más que una vulgarísima mujer, sedienta de cualquier dase de afecto....—Pero ¡calla!.... (exclamó en esto la Pródiga, interrumpiéndose :—¿No oyes?

—Sí, que oigo,...—Ladran todos los perros del valle....

—Y ¡con qué furia!—Indudablemente, alguien se acerca al Cortijo....

—Serán los lobos....—indicó José.

—No son los lobos.... (replicó Julia, que se había acercado al balcón no cerrado más que con vidriera):—¡Oigo pisadas de caballerías....

—¡Es verdad!.... (observó el campesino).— ¡Puede que sean ladrones!....—Voy á buscar mi escopeta y á echarle otra bala....—

¡Quítese entre tanto la Señora de ese balcón!

—¡Cuidado, José! ¡No vayas á hacer ninguna atrocidad!.... (le advirtió su ama).— Piensa que, en noche tan horrible, nada tiene de raro que se refugien aquí algunos fatigados viajeros....

—¡Al contrario, Señora! (contestó el mozo).—La cosa no puede ser más rara....; pues precisamente esta tierra no es camino de ninguna parte....—Vuelvo en seguida.... Y, así dicjendo, salió del salón.

Julia se había quedado inmóvil y como atónita, al oir la última observación de José....—Ya, desde el principio, la conmovió mucho, tal vez por misterioso presentimiento, aquel ruido de caballerías que tan á deshora sonaba hacia la parte de Madrid, esto es, hacia el Norte, á donde caía la susodicha vidriera....—Pero ni áun así se dio cuenta de sus verdaderas emociones, tumultuosas y confusas como todo miedo instintivo; y, luchando estaba con su propio desasosiego, sin hallarle nombre ó justificación, cuando el tío Antonio, pálido y azorado, penetró en la sala, diciendo:

—¡Señora!.... ¡Señora!.... ¿Quién dirá vuecencia que está allá abajo, en mi cocina, secándose á la lumbre?

Julia, cada vez más asustada y perpleja (sin saber por qué), no se atrevió á responder á esta pregunta con otra, ni á aventurar todavía ninguna suposición....—Hay casos en que la esperanza le teme al propio bien soñado, ó en que el deseo se arrepiente de sí mismo ante la posibilidad del logro....— Conoció, empero, la Prodiga que su vida estaba pendiente del nombre que iba á pronunciar el capataz, y apoyóse en una silla para no caer.

—¡D. Guillermo!—añadió, en fin, el tío Antonio, con un entusiasmo por cuenta ajena que habría hecho llorar de conmiseración á cualquier mediano conocedor del alma humana.

—¡D. Guillermo!.... (tartamudeó Julia llena de espanto, sintiendo que tomaba sér y forma en lo profundo de sus entrañas el vago pavor que la agitaba hacía algunos instantes).—¡Guillermo! ¡Guillermo!....—murmuró después con inefable alegría.

El fiel criado sólo comprendió la expresión de este segundo grito, y repuso con generosa complacencia:

—¡Sí, señora! ¡el mismísimo D. Guillermo!—Tres cargas trae de baúles y cajones, y un buen caballo, mejor que el de la otra vez, para su uso personal!.,..—¡Hombre de pecho es sin duda alguna, cuando, en tal noche, se ha atrevido á llegar hasta aquí, á campo traviesa, sin miedo al temporal ni á los lobos!....—Venía calado hasta los huesos y desfallecido completamente de frío, hambre y cansancio.... Pero mi Francisca se ha encargado de él, y ya es otro hombre....—¡Á ver si ahora salimos todos de penas!....

Julia no contestó á este discurso.—Parecía haberse quedado petrificada —Pero, no bien el tío Antonio acabó de hablar, volvió en sí misma, como despierta el niño que deja de oír el canto que lo arrulla; y, alejándose del viejo servidor, llegó hasta el extremo opuesto de la sala, diciéndose:

—¡Guillermo aquí, cuando los periódicos de anteanoche lo daban ya como ministro, y yo creía que ayer habría jurado su cargo! {Guillermo aquí, cuando hace cuatro días estaba en el gran baile de mi prima Jacoba! ¡Guillermo aquí, sin mi licencia, sin advertírmelo, á la mitad del invierno, con tres cargas de equipaje, como quien no piensa en volver á irse!.... —¡Cuánto amor y cuánta locura en su noble alma! Cómo me adora el infortunado! —; Ay, sí!.... ¡pero con qué ferocidad juega su vida y la mía al azar de mi mayor ó menor clemencia! ¡Cómo me pone el puñal en la mano, para que lo clave en mi corazón ó en el suyo!—¡Insensato! ¡insensato!....—¡Y más insensata yo todavía, que no me atrevo ni áun á pensar en despedirlo!....

—Señora.... (pronunció en esto José, entrando en la habitación, demudado y torvo, pero con acento de hidalga conformidad).— El Sr. D. Guillermo pide permiso á vuecencia para subir á darle las buenas noches.

Julia, que estaba de espaldas á los dos campesinos, en la parte más oscura del salón, contestó en el acto, sin volverse hacia ellos:

—¡d...., y decidle que suba....—Pero tú, mi querido Antonio, esperarás luego en esa antesala, por si tengo que hacerte algunos encargos.

El tío Antonio y José se inclinaron ante aquella voz que hablaba en la sombra, y salieron de la anchurosa estancia.

Julia se dirigió entonces al sillón que había ocupado cerca de la chimenea, y tomó asiento en él con aire digno y reposado, no sin que la palidez de su rostro demostrara el gran esfuerzo que hacía para tener á raya violentos arranques del corazón....

Pocos segundos después, Guillermo estaba en su presencia.

III.: EL JURAMENTO.

Pálido también, y muy turbado, detúvose el joven á algunos pasos de la Pródiga, mirándola á la cara lleno de amor y humildad, ó de adoración y susto, como quien teme ser mal acogido. Abarcó luego con los ojos todo aquel cuadro triste, solemne y austero; desde la medrosa lontananza del vasto salón, casi lleno de tinieblas, hasta el foco de luz del rojizo hogar y de la solitaria lámpara, cuyo intenso y concentrado fulgor rodeaba de una especie de fantástico nimbo la aristocrática figura de la vencida rica-hembra, condenada á pasar la segunda mitad de su vida en aquel aislamiento y aquella inacción; y, por virtud de este doloroso estudio, sintióse penetrado de tal lástima y de tanto respeto, que al fin exclamó tierna y denodadamente:

—¡Qué bien he hecho en venir! ¡Mil vi das como la mía, y mil veces todas las grandezas del mundo, no valen lo que la gloria de acompañar un instante en su destierro á la reina de las mujeres!.... Y ¡ay! si, además de esto, yo pudiera creer que mi presencia, que mi amor, que el humilde homenaje de mi vida y de mi alma llegaran á servirle de algún consuelo, de algún solaz, de algún agrado...., no me cambiaría en este momento por ningún rey de la tierra!....—¡Julia! ¡Tenga V. misericordia de mí!.... ¡Perdóneme por segunda vez el atrevimiento con que profano la costosísima quietud de su retiro, aspirando á la dicha de compartir las penas de su corazón, y hasta considerándome capaz de proporcionarle alguna alegría!....

—¡Insensato!.... — murmuró la Pródiga, siguiendo el hilo de sus anteriores pensamientos!

Y la severa y recelosa mirada que fijó en Guillermo al verlo entrar, trocóse en irónica, ó en desdeñosamente compasiva.

—¡Julia!.... (prosiguió el joven, sin adelantar un paso; es decir, más cerca todavía de la puerta de entrada que de la gran chimenea á cuyo otro lado estaba sentada la aristócrata). ¡Julia! ¡No me compadezca V., si lo hace con relación á lo que he dejado en el mundo y á lo que la vida podría ofrecerme lejos de aquí!

—¡Compadézcame solamente por los dolores y tormentos que aquí puedan aguardarme! ¡Compadézcame, si conoce que no ha de aceptar nunca mi amor, que ha de ser insensible á mis lágrimas, que no ha de importarle nada mi muerte!....—jY, ni áun así, me compadezca del todo; pues morir por V., ó vivir desdeñado, pero viéndola, será mayor felicidad para mí que cuanta he hallado lejos de V. desde que nos separamos!....—Porque.... sépalo, y no me agradezca el que haya venido á buscarla en la mitad del invierno, en pleno Carnaval y plena legislatura, resuelto á quedarme aquí por toda la vida, cualquiera que sea la sentencia que pronuncie V. sobre mi suerte, ora sea bien acogido, ora sea desdeñado, ya gozando inefables delicias en esta morada, ya sepultado bajo la muda tierra en ese valle... Sépalo, sí, y no me agradezca lo que no ha sido sacrificio de ningún género:—Yo no dejo en Madrid más que tristezas y desencantos ¡Abomino y desprecio todos los favores y glorias del mundo!.... ¡Nada he encontrado allí, ni entre los aplausos populares, ni en las altas esferas de la sociedad, que pueda compararse con V., ó que valga lo que su hermosura, lo que su noble alma, lo que su heroica historia!....—Ruindades y miserias, iguales á la idiotez y cobardía con que por un momento me entregué á necias ambiciones, han me hecho aborrecer más que nunca á los héroes y diosas de la Corte, y vengo aquí, sediento de reposo y de olvido, en busca de la verdad, que indudablemente hallaré á todas horas en V. y en la Naturaleza.... ¡En V. y en la Naturaleza, francas y valerosas hermanas, igualmente espontáneas y espléndidas, muy superiores á las ruines vestales ó viles hipócritas que dejo en la llamada e sociedad!....»

—¡Insensato!—repitió una vez más Julia, como si hablara sola.

Y luego se estremeció y cerró los ojos ante aquella pasión y aquella demencia, respecto de las cuales difícilmente se podía discernir si el amor procedía de la locura ó si la locura procedía del amor.

Reinó un largo silencio.

Julia, con la frente inclinada y los ojos clavados en tierra, retorcía una contra otra sus cruzadas manos.

Guillermo había avanzado algunos pasos, y posaba sobre la abatida cabeza de la deidad una mirada de tan íntimo y verdadero sentimiento, que parecía llegar hasta el corazón de la misma que no osaba recibirla en sus ojos....

Y debió de llegar efectivamente, por intuición misteriosa del espíritu que en aquella cabeza luchaba con temerarios afectos; pues que la indomable Pródiga extendió y agitó una mano, cual si quisiese romper el hechizo que la poseía....

No hubo, empero, de lograr sustraerse á sus emociones; y, levantando los ojos al cielo, exclamó lúgubremente:

—¡Estaría escrito!....—i Era fatalidad de mi estrella!—¡Quien á hierro mata, á hierro muere!

Volvióse luego hacia Guillermo; mostróle un asiento que había al otro lado del velador, y le dijo con dolorosa cortesanía:

—Siéntese V., y óigame.

El altivo ingeniero, fanatizado como siempre por aquella sacerdotista del amor, que nada tenía que envidiar, nicomo seductora ni como augusta, á la olímpica madre y esclava de Cupido, obedeció sumisamente, en tanto que ella decía con su acostumbrada sinceridad :

—¡Cante V. victoria!.... El horror que yo quería evitar está consumado....—Ni mis razones de aquella noche funestísima; ni el empeño que puse en franquearle el camino de su ambición de gloria y nombre; ni el haber dejado de contestar á sus dos embriagadoras cartas, nada ha sido parte á impedir que V. realice el propósito de colocarse y colocarme entre dos abismos....—¡De muchos me había salvado en mi tormentosa existencia: en muchos vi caer á los que me amaron....; pero hoy me toca á mí ser la víctima! —Guillermo.... (añadió después con indefinible tristeza): yo no oculto ni escatimo nunca la verdad.... ¡No sé si ya se lo habrá dicho á V. su corazón!.... De todos modos, debo comenzar declarándolo valerosamente:—¡Yo le amo á V. con toda mi alma!

—¡Julia de mi vida!—exclamó Guillermo, loco de felicidad y en ademán de prosternarse á sus piés.

Pero ella le contuvo con fría y altanera mirada, mientras que añadía en son de amarga queja:

—¡Ay, sí!.... yo le amo á V..,.. Pero no como V. me ama; no como suele amarse en este mundo, sino como únicamente sabe amarla llamada Pródiga....—]Quiero decir que yo le amo á V. más que á mí misma, más que á mi propio amor, más que á mi infeliz alma, sedienta de perdurable ventura!

—¡Julia mía!....—repitió Guillermo, cruzando las manos.

—¡Oh! ¡Sí!.... ¡Seré suya!... ¡Demasiado suya! (continuó la cuitada con tal desolación, que el joven se quedó otra vez yerto).

—Suya soy....; pero oiga V. cómo, y por qué, y hasta cuándo....—Decía que le amo á V Le amo desde el instante en que nos vimos.... ¡Todo lo que V. es.... y ha de ser en este mundo; todo lo que ya ha demostrado que vale...., lo adivinó aquel día mi corazón!.... Y fui generosa, fui pródiga, renuncié al que pudo constituir mi gozo y mi orgullo, y obligué á V. á marcharse en el momento en que me ofrecía, no sólo su amor, sino su mano....—¡No quise ligarle á V. á mi infortunio ni porunahoral—Pobre y desacreditada, incapaz de procurarle ningún bien en la vida, gocéme en no causarle ningún mal, y quedé aquí, triste y sin consuelo, recordándole día y noche, haciendo votos por su ventura, y deseando que V. me olvidase completamente....—¡Déjeme proseguir!....—Necesito que me oiga.... ¡Le interesa á V. mucho conocer nuestra situación respectiva y la en que de seguro nos veremos con el tiempo! —Dice V., y lo cree tal y como lo dice, que está desengañado del mundo y de la vida; que sólo ambiciona vivir ó morir á mi lado; que nada sacrifica en aras de mi amor....; y, aunque yo sé, por repetidos ejemplos, qué es lo que vienen á ser en definitiva esas desesperaciones de los veinticinco años.... (¡nubes de primavera que disipa el sol de la virilidad!

¡crisis precursoras del total desarrollo de la imaginación en los poetas!), todavía resulta que, en el parasismo de ese odio fugaz que tiene V. hoy al linaje humano, cualquier alianza con la proscrita, con la emparedada, con la réproba del Cortijo del Abencerraje, representa á los ojos del gran orador, momentáneamente vencido por algún intrigante ó palaciego, una especie de dulce suicidio....— No repararía V., por consiguiente, esta noche (como no reparó tampoco antes de creer suya la cartera -que acababa de perder por arte de magia cortesana), ni áun en la temeridad de ofrecerme su mano de esposo....;— ¡ymuchos son verdaderamente los que, al impulso de tales raptos de melancolía, han contraído matrimonios semejantes, en pugna abierta con la sociedad!....—Pero yo, que, desde el otro lado de la tempestuosa cumbre de las pasiones juveniles, leo claramente en el alma y en el porvenir del hombre que amo, no debo abusar de su locura, sino ver de curarla á todo trance, aunque sea á costa del resto de mi vida....

—¡Oh, Julia! ¡Julia! ¿Qué va V. á hacer? ¿Qué va á decir? (exclamó Guillermo con espanto).—Sus dudas, sus desconfianzas, sus recelos son los que realmente me vuelven loco....—La triste solemnidad de sus palabras y la lúgubre expresión de su rostro causan miedo á este mi pobre amor, tan lisonjeado al verse correspondido por el suyo.... —¡Sepa yo de una vez, Julia de mi vida, la suerte que tiene V. reservada al más infortunado de los hombres!

Julia sonrió bondadosamente, y replicó, poniéndose de pié:

—¡Diga V. al más afortunado délos niños! —Y, para que no lo dude, ni tema que en una noche tan espantosa le obligue á marcharse de mi casa como en otra ocasión, oiga V. las órdenes que voy á dar ahora mismo....

Y, así diciendo, llamó al capataz.

—Antonio! (dijóle con alto y reposado acento, en cuanto le vió aparecer): desde hoy, el verdadero dueño de esta casa es el señor don Guillermo de Loja, mi futuro esposo, á quien todos obedeceréis y serviréis antes que á mí.—Anda, y disponle cama y lumbre y cuanto haya menester, en las habitaciones que ocupó mi padre, y donde yo no he entrado todavía nunca.—Nada más tengo que decirte por esta noche.

El anciano se retiró aturdido, como si cien truenos hubiesen estallado sobre su frente, en tanto que Guillermo, aturdido también, caía á los piés de Julia, exclamando:

—¡Yo te adoro!

—¡Ojalá sea verdad!....—Pero no lo oiga yo todavía.... ¡Aún no hemos acabado de hablar de cosas tristes!.... (repuso la Marquesa con renovada amargura, encaminándose á su sillón y señalando el otro á Guillermo). —Siéntese V., y óigame; que importa mucho á su felicidad lo que me resta que decir....

—¡Julia! ¡suplicó el joven). ¡No más tristezas! ¡No más recelos!.... ¡Yo te adoro, como no ha sido adorada mujer ninguna!....—Tal vez te figures que me entero de todas esas cosas que con tanta seriedad me dices, y áun supondrás que consiento en ellas, al ver la atención con que te escucho; pero cree, vida mía, que yo no oigo ya tus palabras, sino la música de tu voz....: ¡de tu voz armoniosa y divina, que tiene para cada nota lastres cuerdas de la antigua cítara oriental, y que habla de amor y halaga los sentidos hasta cuando busca los tonos del desdén ó de la pena!—¡No pidas, pues, alma de mi alma, otros acentos á esa traidora lira, que aquellos con que lamentaba Safo su desventura de no haber hallado en todo Lesbos un Guillermo de Loja!....

—¡Silencio, digo! (replicó Julia deliciosamente, poniéndose un dedo sobre los labios). Será la última vez que yo mande, y quiero ser obedecida....—¡También será la vez última que el Sr. D. Guillermo de Loja me acusará de obstinada en otra cosa que en amarlo y servirlo!....—Pero.... ¿qué estoy hablando? ¡Ni áun en servirlo me obstinaré!....—Y he aquí precisamente lo que tengo que explicarle ahora....

—¡Por compasión, Julia! (dijo él con tanta humildad como nobleza). ¿Á qué afligirme insistiendo en esos aciagos pronósticos?....

—¡Por compasión, Guillermo! (repuso donosamente Julia). ¡Déjeme V. pronosticar y afligirle, y descargar con ello mi conciencia!.... ¡Así entraré más libre y descuidada en la senda de flores, no sé si larga ó corta, que vamos á recorrer juntos!....—Declaro, pues, ¡oh mi querido huésped! que he mentido como una bellaca, por la primera vez de mi vida, al participar á ese pobre labriego que pienso casarme con vuestra merced....— ¡Déjeme hablar!—Yo, Sr. D. Guillermo de Loja. no aceptaré nunca su blanca mano, por la sencilla razón de que no le conviene á V. semejante enlace, ni, de consiguiente, á mí tampoco....—¡Inútil es que se afane en discurrir ninguna contestación....; pues yo no he de oirle, ni, aunque le oyera, le haría caso!....—¡No: nonos casaremos!....—¡Perdóneme la inmoralidad del anuncio, y quede esto dicho, y jurado, y consentido, y pasado en autoridad de cosa juzgada, por todo el tiempo que vivamos sobre la tierra!—En cuanto á las razones por que no nos conviene casarnos, ya dije lo bastante hace cinco meses; y, como ninguna de aquellas tristes verdades ha dejado de serlo, considero ocioso repetirlas....—Pero, en cambio....—y por mucho que se impaciente V., y se enoje, y hasta se indigne de verme tan grave y formal, cuando sin duda arde V. en deseos de repetirme aquello tan dulce y tan bonito, que me dijo en la glorieta del jardín, de que «todo era amor en nuestros ojos y en nuestra sangre, y en aquella luna complaciente y discreta (entonces nos alumbraba la luna), que nada le contaría al envidioso mundo....» (jya ve V. que tengo buena memoria, y que merezco ser oída con paciencia!);—en cambio, digo, hay que establecer definitivamente otro hecho, fundamental, indestructible, que servirá de base á nuestro amoroso pacto de esta noche; y es el siguiente:—Yo creo, mi querido poeta, según ya le he indicado antes, que está V. enfermo del alma, ó sea loco de aborrecimiento al mundo y de amor á mi humilde persona....—Propóngome, pues, al darle hospitalidad en este Cortijo, lo contrario que Armida con Reinaldo, ó que Dalila con Sansón: propóngome curarle de esas dos locuras, á fin de que pueda muy pronto volver á Madrid á conquistar nuevos laureles, á dar muchos días de gloria á la Patria, y á ser tan dichoso como merece serlo....—¿Ve V.? ¡Siempre resulto despilfarrada y pródiga; pues que, amándole tanto como le amo, no tengo celos de la futura compañera de su vida, de la que será madre de sus hijos, de laque pasará años y años á su lado de V., cuando yo haya muerto!....—Vivirá V., por tanto, aquí, conmigo, únicamente el tiempo necesario para curarse de su exagerado odio al mundo y de su exagerado amor á mí.... ¡Ni una hora más!—No se ría V., mi futuro Eneas.... No se ría V., mi cruel verdugo de mañana.... ¡Yo conozco á los ambiciosos, y sé que V. sanará, en breve tiempo, de esa especie de locura estacional de la juventud, que le trae, muy de buena fe, á la cartuja de mis brazos!....—Sanará V., sí: pasará esa su vocación efímera por el retiro, por la vida campestre, por la mujer divorciada de la sociedad....; y entonces.... entonces.... se irá V.... en busca de afectos legales (que son los únicos que dan perdurable felicidad); quiero decir, entonces querrá V. irse...., y no se atreverá á decírmelo, y yo lo conoceré inmediatamente, y.... ( perdóneme V. esta lágrima....) ¡nuestros amores habrán terminado!

—¡Julia! ¡Julia! (exclamó Guillermo con íntima efusión). ¡Ese caso no llegará! ¡Yote lo juro por mi alma!—¡No sometas la dicha á tan cruel análisis! ¡No me desgarres el corazónl—Y, sobretodo, ¡no llores!.... ¡no llores!

—Ya no lloro....—¿Ve V.?—Ya estoy tranquila.... (respondió Julia con tierno y melancólico acento).—Por lo demás, ¡demasiado sabía yo que V. no cree hoy racional ni posible nada de lo que digo! ¡demasiado sé que V. está seguro de que no llegará nunca un día en que me considere como un peso, como un estorbo, como*una cadena!....— ¡Pero ese día llegará! ¡Yo lo habré ido viendo venir, pues estaré siempre en acecho, y no me equivocaré ni en un minuto al pronunciar la sentencia de nuestra separación! —Ahora bien, Guillermo....: ¡desde hoy para entonces, necesito saber que V. obedecerá y cumplirá esa sentencia; que no me impondrá el tormento de su compasión, de su disimulo, de su sacrificio....; que no habrá en nuestros amores ni una gota de hiel; que, al terminar sus mieles, habrá terminado nuestra común historia, y que V. se irá, por tanto, bendiciéndome, como yo me quedaré bendiciéndolo!....— ¡Júremelo!.... ¡Sólo de esta manera podrá ser feliz hasta ese incierto día su pobre Julia!

—¡Julia! (insistió Guillermo ingenuamente). ¡Yo no puedo ni debo jurar sobre un supuesto imposible, absurdo, abominable! ¡Yo no te abandonaré jamás! ¡Yo no lo desearé! ¡Yo no puedo imaginarlo siquiera!— Por lo tanto, no quiero insultar mi amor con el juramento que me pides....—¡Prefiero tu desdén y la muerte!

—Pues bien: ¡no jures! (contestó la Marquesa con desesperado acento). — ¡Juraré yo!....—¡Sí! ¡yo juro que te irás! ¡Yo, la Pródiga, soy quien pongo á Dios por testigo de que no te pesaré ni un solo día, de que no me aborrecerás ni una sola hora, de que no estorbaré á tu gloria ni á tu felicidad ni un solo instante!

—¡Julia....—gritó el joven, lleno de susto, al ver la terrible expresión con que la beldad se puso de pié y levantó al cielo la mano derecha, al pronunciar tan solemnes palabras.

Pero aquella trágica actitud se había cambiado de pronto en graciosa y afable, y Julia, dejándose caer lánguidamente sobre el sillón, decía ya á Guillermo con encantadora sonrisa:

—¡Se acabaron las conversaciones tris—

tes!....—Repíteme ahora, como si estuviéramos en el jardín, aquello de la luna.... (aquí diremos lámpara....) complaciente y discreta, que nada cuenta al envidioso mundo.... —Porque en verdad te digo.... que el mundo haría muy bien esta noche en tener envidia de tí....

Libro IV.: LAS CUATRO ESTACIONES.

I.: AUTO DE FE EN LA CHIMENEA.

Febrero loco....»—dice el adagio;—y, con efecto, después de aquella horrible noche de huracán y ventisca, amaneció un espléndido día de casi primavera, en que el sol andaluz, riente y amoroso, fué enjugando las lágrimas que aún bañaban la faz de Cibeles, ó sea evaporándolas gotas de lluvia y las filigranas de escarcha que relucían en alamedas y sembrados.

A la una de la tarde, solamente en las umbrías del jardín del Palacio rústico veíase ya tal ó cuál faja de aterida nieve; y por cierto que allí, y no en ninguna otra parte, era donde había flores; las primeras flores del año; esto es, humildes y heroicas violetas, que Guillermo y Julia buscaban despiadadamente entre las verdes hojas abrillantadas por el hielo, lanzando infantiles gritos de júbilo cada vez que hallaban alguna muy grande, fresca y olorosa....

—¡Mira!.... ¡mira que asombro!....—se decían, cortándola al punto y cediéndosela galantemente....

Y de aquí resultaba que cada cual iba haciendo su ramo con las florecillas cogidas por el otro; si ya no era que el amante prefería colocar alguna entre los sedosos cabellos de la amada, ó que la amada las ponía en el ojal déla americana del amante.—Soevi inter se conveniunt ursi.

—Señores: ¡la comida!—dijo en esto desde un balcón el tío Antonio, fingiéndose deslumbrado por el sol hasta el punto de tener que taparse los ojos con la mano.

—¡A comer!.... (respondió alegremente la Marquesa). ¡Y quiera Dios que la pobre Francisca haya estado inspirada!—Yo tengo mucha hambre!

—¡Y yo ardo en deseos de beber agua en la célebre jarra de búcaro!.... (expuso Guillermo).—Digo.... ¡porque supongo que me la cederás!....

—¡Téngala por cedida el señor diputado!.... (replicó ella).—En cuanto á cosas de mayor sustancia, ya daré luego mis órdenes para lo sucesivo, á fin de que vuestra señoría no lo pase del todo mal en este Palacio encantado...

La comida fué deliciosa, ya que no por su lujo ó su elegancia, por la clásica naturalidad de unos manjares, por la indisputable solidez de otros, por el buen arte primitivo con que estaban condimentados, por el rico mosto (añejo del país) que, no sin sorpresa de Julia, suministró la bodega del caserón, donde dormía intacto y en gran cantidad desde los tiempos del último Marqués, y por los donaires y gracias con que la felicísima Pródiga y el embelesado ingeniero-poeta saludaron y sazonaron cada plato.

Lo único un poco triste que hubo en la refección fué el rostro de la tía Francisca, donde el pudor batallaba á veces con la humildad, el cariño y el respeto.... Pero los dos amantes eran demasiado dichosos aquel día para hacer alto en el sonrojo de una pobre anciana, ó lo atribuyeron al natural temor de no acertar á complacerlos con sus campestres guisos.

Ya estaba tratado que, después de comer, darían un paseo por todo el valle, montando Julia en el caballo que Guillermo había comprado la víspera á su grande elector, y Guillermo en la jaquilla de mala muerte que solía montar Julia.— Hallábanse, pues, de sobremesa, cuando entró José, más encarnado que la grana, y dijo, mirándose las uñas:

—Señora: los caballos están dispuestos.

—¡Vamos allá!.... (respondió la Marquesa gozosamente).—Con tu permiso, Guillermo, y para que veas que aquí se te hacen todos los honores, voy á ponerme mi traje de amazona....—|No tardo nada!....— Tú, José, nos seguirás en el mulo, á fin de guiarnos, si subimos al monte, y para tener nuestras cabalgaduras, cuando echemos pié á tierra....

El rústico se inclinó, y salió sin añadir palabra, pero no sin haberse puesto antes muy amarillo;—en lo cual tampoco pararon mientes nuestros enamorados, á quienes harto había caido que hacer en tal momento con la pena de separarse por algunos minutos.

—Hasta luego....

—Hasta luego....—habíanse ya dicho cuatro ó cinco veces con amoroso afán, cual si se tratara de la más cruel y solemne despedida....

—Yo voy á ponerme las espuelas.... (añadió Guillermo finalmente).—¿Dónde nos reunimos?

—Aguárdame en la glorieta del jardín....

¡Ya sabes!

—Sí.... ¡ya sé!.... En nuestra glorieta....; en la del i.° de Octubre.

—¡Justo y cabal, seor mal hombre!....

—¡Bendita seas!—Conque ¡ no tardes!

—No tardo....

—Hasta luego, alma mía....

—Hasta luego, mi alma....

Y, con efecto, no había pasado un cuarto de hora, cuando estaban otra vez reunidos en la famosa glorieta,—ya visitada por ellos devotamente aquella mañana, en conmemoración de su primer diálogo de amores.

Julia iba hermosísima con el traje de amazona, que ponía de relieve toda la elegancia escultural de su talle y bajaba después al suelo en dilatados paños informes, como se ve en aquellas estatuas griegas cuyas desprendidas ropas componen una sola masa con el pedestal.—El alto sombrero masculino, adornado con vaporoso velo azul, aumentaba la nobleza, y también la gracia, de su aristocrático semblante, que el amor y el contento sonrosaban primorosamente, cual si aquella diosa de naturaleza inmortal tuviera siempre veinte años.

Guillermo vestía un elegante traje de pana gris, propio para los trabajos de campo de su profesión de ingeniero, con polainas y canana de ante, y cubría su cabeza artístico sombrero calabrés.— Salvator Rosa no habría imaginado tipo más varonil y gallardo para sus famosos.... montañeses; pues hay que advertir que nuestro joven llevaba también, colgado á la espalda, un excelente rifle inglés puro, por si se presentaba ocasión de cazar algo.

Pasado que hubieron los dos novios al gran patio del edificio, las sonrisas galantes con que mutuamente se habían cumplimentado por su ventajosa vestimenta, trocáronse en risas, iniciadas por Julia, á propósito de la ruin alzada de la jaquilla que iba á montar el bizarro Guillermo y de la anticuada forma y abigarrado lujo de la montura (procedente de cierta Marquesa del Abencerraje contemporánea de Felipe IV) en que á duras penas fué encaramada la Pródiga con auxilio del caballero y del tío Antonio.

Nuestro buen José habíase reducido en aquella ocasión á tener sujeto por el bocado, y sin mirar á parte alguna, el no muy brioso nuevo huésped de las cuadras de la Cortijada; y cuando la amante pareja salió al fin por el ancho portón, al trote y pasi-trote de sus desiguales cabalgaduras, el pobre mozo, en vez de montar y partir también, púsose á mirar desde lejos á su aparejado mulo, como preguntándole qué papel iban á representar ellos dos á retaguardia de la Señora y del cortesano....—Pero un fuerte y elocuentísimo pellizco del tío Antonio lo sacó de sus temerarias meditaciones, y le hizo montar más que á prisa y correr á ocupar su puesto en la cabalgata.

Guillermo y Julia habían refrenado en tanto los que no podemos llamar sus corceles ni sus bridones, y pasaban muy despacio por entre las casuchas de la Cortijada, para que el principe morganático del Abencerraje fuese conociendo ó, más bien dicho, dándose á conocer, á los que ya eran sus convecinos y semi-súbditos.,..

Estos, ó sea éstas (pues á aquella hora casi todos los hombres se hallaban en el campo); las mujeres é hijas, digo, de los diez ó doce labriegos y pastores de la heredad, se asomaban á su respectiva puerta, al oír gritar á los chiquillos que se revolcaban en el estiércol: —«¡Madre! ¡Madre!.... ¡El Amo!.... ¡Allí viene el Amo con la Señora/....» Pero, en seguida, al verlos ya cerca de su pobre tugurio, escondíanse en él apresuradamente, como temerosas de que su vista molestase aquella tarde á Doña Julia; ¡cuando siempre habían salido á saludarla llenas de confianza, gratitud y alborozo!.... Y, en fin, luego que los dos ilustres jinetes rebasaban la puerta, volvían á asomarse las más curiosas, para seguirlos con mirada equívoca, no sin aprovechar la ocasión de hacer á José (que los escoltaba á respetuosa distancia) tal ó cuál seña ó mohín, cuyo sentido no habrían bastado á explicar muchos centenares de vocablos.

En cambio, el tío Juan el mulero, que, dicho sea de paso, era viudo, había dejado de volverse al campo después de comer, y estaba plantado delante de su puerta, por tener noticia de que los señores iban á salir de paseo.—Diplomático natural, y abogado de secano en toda regla, urgíale mucho captarse la benevolencia del nuevo Poder, ó sea del eventual esposo de la Señora, á fin de que protegiese también el casamiento de su hija con el único heredero del riquísimo capataz.

Quitóse, pues, el sombrero hasta los piés, y preguntó por la salud á Guillermo, áun antes que á Julia, gritando á continuación:

—¡Muchacha!.... [Brígida!....—¿Qué diablos haces ahí dentro?—¿No ves que sus excelencias están aguardándote?

Brígida se presentó, como en un marco, en medio de la reducida puerta de su casa, sin atreverse á pasar de allí. Saludó encogidamente á Julia con una sonrisa; miró de reojo y con disimulo á Guillermo, y luego bajó la vista y comenzó á estirar y revolver entre los dedos los picos de su delantal de añascóte.

La novia de José era una beldad de cortijo, con todos los primores que agradan á los rústicos. Tenía, por ejemplo, una mata de pelo tan abundante y disforme, que parecía increíble que pudiera soportar el peso de sus abultados tufos y anchísima castaña. Diríase, hablando en el estilo de tales gentes, que aquel pelado, negro y lustroso como el azabache, se la comía, y que por eso estaba siempre quebrada de color. No merecía ya, empero, su antiguo sobrenombre de la Descolorida, pues un leve matiz de rosa comenzaba á trasparentarse bajo su cutis, en lugar de la amarillez linfática á que bárbaramente aludió José en cierta ocasión. La boca de Brígida era demasiado pequeña, y ella procuraba empequeñecerla más, correspondiendo así al mal gusto campesino, que prefiere y encomia las bocas parecidas á un hociquico de ratón. Sus grandes ojos negros no carecían de gracia, en medio de la seriedad y quietismo de aquel semblante de anémica, y coronábanlos dos cejas enormes y casi corridas, como las del Judío Errante, que constituían el verdadero orgullo de la castísima prometida de José, desde que éste las hizo objeto de no sé qué madrigal.... Añadamos que era de más que mediana estatura, y que, para resultar esbelta, sólo le estorbaban dos ó tres de sus cuatro refajos y algunos de los veinticinco alfileres con que afianzaba, sobre desgarbadísimo jubón, un estirado pañuelo de coco, y ya tendremos retratada de cuerpo entero á la relamida y taciturna princesa desdeñada por el acérrimo paje dé la Pródiga.

—Necesito hablarte.... Ve á verme maña-ña por la mañana....—le dijo la Marquesa, haciéndole un guiño en que figuraba como implícita la personalidad de José.

La joven se ruborizó levemente, y volvió á sonreírse: el viejo mulero hizo nuevas zalemas, y nuestros dos amantes, fuera ya del caserío de la Cortijada, pusieron otra vez sus caballos al trote cochinero.

Apacible y risueño estaba el campo aquella tarde, como un convaleciente el primer día que deja el lecho y es conducido á alegre estancia bañada por el sol.... Los trigos tenían ya medio palmo de altura y ostentaban aquel verde purísimo y lleno de promesas que ha hecho de este color el símbolo de la esperanza. Las pardas alondras andaban á saltos ó tendían su corto y bajo vuelo sobre las anchas veredas ó angostos carriles de la heredad, sin asustarse gran cosa de nuestros jinetes: antes bien parecía que iban muy regocijadas delante de ellos, enseñándoles el camino. Tenían ya flor los madrugadores almendros, y relucían, próximas á estallar, las yemas de los mimbres y de otros arbustos de endeble y menuda hoja, como demostrando que la impaciencia y la temeridad son caractéres infalibles de la juventud, puesto que los árboles grandes y fuertes no daban todavía señales de creer próxima la llegada de la primavera.

Julia y Guillermo creían, en tanto, haber vuelto á la de su vida ó á la de sus ilusiones amorosas. Renegaban de lo pasado, ó imaginábanse no haber existido hasta entonces, y se prometían gozar (en innumerables días futuros, semejantes á aquel en que tan regocijados estaban) la felicidad positiva y permanente que ya, más de una vez, habían juzgado imposible sobre la tierra.

Acaso Julia no formulaba el porvenir en términos tan categóricos, sino que, por el contrario, procuraba adormecer su espíritu al blando arrullo de la dicha presente, para no divisar el temeroso mañana de su último amor; pero Guillermo, que, como más joven, era también más temerario, al modo de los impacientes arbustos ya dichos, daba libre curso á su soñadora fantasía, y llenaba todo el resto de su existencia y toda la extensión de aquel valle con ilimitadas esperanzas de paz y ventura...., y hasta con planes de útiles y gratos entretenimientos, en que su misma actividad intelectual hallase pasto, júbilo y recompensa.

No hubo, pues, cosa ni sitio del llano ni de la montana que no abarcara ni trastornase la poderosa imaginación del poeta-ingeniero durante aquella primera y rápida visita.... Tal paraje sería á propósito para pescar en el río: tal otro para cazar en el monte: entre aquellas altísimas peñas se podía sestear el verano: bajo aquellos árboles leerían y dibujarían juntos las mañanas de primavera: para giras de invierno, nada como la solana cubierta de olivos: para gozar de la vendimia, construirían una choza en el viñedo. El manantial de agua potable merecía ser encerrado en una gruta artificial de risco y musgo, con toscos asientos, desde donde ver fluir la bullente linfa. En la era de pan-trillar colocarían el estío una tienda de campaña, á fin de dormir alguna noche entre los haces, la parva y los montones limpios, á uso y estilo de buenos labradores. —Además, y no ya como asunto de recreo, sino como importantísima mejora, que quintuplicaría el valor del Cortijo, se podía hacer una presa de tres metros de altura, en la garganta por donde el riachuelo entraba en el valle, y meter así en riego cien fanegas de tierra que entonces eran de secano, amén de aprovechar cierta hondonada que había entre dos colinas, para depositar ó almacenar, por medio déla nueva acequia, en una especie de gran balsa ó pequeño lago.... (¡desde luego se le daría este pomposo nombre!), agua suficiente para regar muchas hazas de maíz y muchas hortalizas cuando los calores caniculares secasen el río....

—Piedra excelente para la Presa, la hay en ese monte.... (concluyó Guillermo, dominando todo el terreno con su mirada de águila).—Esta otra es una soberbia caliza, que reduciremos á cal, para la mezcla.—La acequia nueva correrá por aquella altura, y desde el lago bajará encañada una sangría especial, con dirección al huertecillo que domina los grandes gallineros del Palacio, á fin de que el agua entre saltando en el jardín y forme una sonorosa cascada á cuatro pasos de nuestra glorieta.—La glorieta quedará entonces, á modo de isla, en medio de un hermoso estanque, y se pasará á ella por rústico puente.,..—Yo, como ingeniero, dirigiré todas las obras mencionadas, y, como hombre desocupado, tendré sumo gusto en construir gran parte de ellas con estas manos que no han de volverá usar guantes. —Por lo demás, tan útiles reformas costarán muy poco, y yo las pagaré de mi bolsillo, si Vuecencia me lo permite; con lo que me cabrá el alto honor de ser dueño de alguna cosa, ó poseedor de algún derecho, en estos sus hospitalarios Estados.

Julia se reía dulcemente, oyendo embelesada al impetuoso joven; y, sólo cuando le hubo hablado de las consecuencias pecuniarias de aquella especie de terremoto con que pensaba revolver y metamorfosear toda la finca, respondióle, afectando la más chistosa gravedad:

—El Sr. Ingeniero se servirá hacer un presupuesto de todas esas obras, que nos parecen convenientísimas; y, si el estado de nuestro Tesoro lo consiente, como es más que probable (pues todavía nadamos en la abundancia), se ejecutarán sin pérdida de tiempo....—Ahora: si nos faltaren recursos para tanto, le reconoceremos en nuestros dominios la parte de propiedad correspondiente á lo que gaste y á las mejoras que ese gasto produzca.—Quedamos, pues, aguardando el Presupuesto, y nos reservamos el derecho de poner nombre á la futura isla.

Discutiendo sobre si este nombre sería

Julia, ó Guillermo, ó £7 i.° de Octubre, pasaron nuestros enamorados el resto de aquel inolvidable y brevísimo día (que pareció á José más largo que la eternidad), y ya tendía sus primeros velos la noche cuando regresaron al Cortijo, saludados al paso por los labradores que volvían de sus nobles faenas, y seguidos de la sorda rechifla con que los mozos y las mozas se burlaban, cuando menos, del pobre y enfurruñado convoyante.

De vuelta en el Palacio, y previa otra solemne cita con Guillermo para cinco minutos después en el salón, Julia se dirigió á su departamento á mudar de traje; y, habiendo llamado allí al atribulado tío Antonio, dijo— le con voz y tono que, aunque afables, no admitían réplica:

—Mañana mismo harás que venga el Notario de la villa, y te venderé el Cortijo en el precio que quieras.—No tienes que darme el dinero, sino que lo guardarás y me lo irás entregando según que yo lo necesite y te lo pida.—Otra cosa: ¡ Jamás consintáis que don Guillermo pague nada, absolutamente nada, de su bolsillo!....—Será lo único en que no le obedeceréis.—Conque hasta luego, Antonio de mis entrañas.... — Cenaremos á las ocho en punto.

Cuando Julia llegó al salón, ya estaba allí Guillermo.

Ardía en la chimenea una carga de encina, y los dos sillones y el velador ocupaban el lugar de costumbre.—Los dichosísimos amantes pusiéronse á distribuir las horas del día siguiente, y resultó que sería corto para lo mucho que tenían que hacer y que disfrutar....—Extender el Presupuesto de las obras; visitar la cantera que suministraría piedra para la Presa y para muralla del Lago; elegir el sitio en que se quemaría la cal; señalar los álamos que habría que echar al suelo para sacar de ellos tablas y tablones; tomar, ante todo, el chocolate en la glorieta del jardín; almorzar luego en la huerta; comer en la Torre, cuya escalera restauraría el mulero; conferenciar con Brígida; hacer la escritura.... (de esto no habló la Pródiga); coger violetas; ver si tenía compostura cierto clavicordio; pasar revista á las palomas; esculpir las iniciales J. y G. en el tronco de cierto árbol con que se habían encariñado mucho aquella tarde....; ¡qué sé yo cuántas cosas tenían que hacer al día siguiente Guillermo y Julia!

Respecto de la noche que estamos reseñando, nos limitaremos á transcribir la conversación que entablaron después de cenar, con motivo de la llegada de La Epoca; no sin advertir antes al que leyere, que el encargado de entrarla en el salón fué aquella noche el tío Antonio en persona, y que, no José, sino Frasco el pastor, había ido al oscurecer á buscarla al pueblo....

—¡Periódicos aquí! (exclamó indiferentemente Guillermo).—¡Nunca lo hubiera imaginado! .

—Ni yo los había tenido jamás.... hasta después de conocerte.... —respondió Julia con amorosa sencillez.

—¡Es decir.:.. (prorrumpió muy gozoso el gran orador) que te suscribiste á La Época para espiarme desde tu retiro!....

—Di, más bien, para tener noticias de las victorias parlamentarias del diputado Guillermo de Loja. — ¡ Estaba tan segura de ellas!.... ¡Me habías hablado á mí tan elocuentemente en el jardín!....—Porque ¡ cuidado si me dijiste cosas agradables!.... ¡Todavía me asombro de haberte dejado marchar!

—¡Ah! Julia.... ¡eres divina!.... ¿Cómo quieres que no te adore?

—¡Alto ahí! — ¡Eso era antes!....—Ahora, señor mío, toda adoración me parecerá poca....

—De modo.... ¿que leiste mi discurso?.... (tartamudeó entre tanto Guillermo).—No creas que dejó de ocurrírseme entonces si tendrías algún periódico.... Pero deseché la idea como estrafalaria....

—¡Porque no sabes lo que es amar!...,— contestó la Pródiga, cruzándose de brazos y mirando al techo.

—¡Algo se me alcanzará en la materia (replicó el joven), cuando pocas horas después de mi triunfo....

—¡Ah! sí.... Me escribiste tu segunda carta.... (interrumpió vivamente Julia).—¡Ya confronté las fechas!....

—¿Y qué?

—Que agradecí en el alma tu generosidad ....

—Pero ¡vamos!..,.—Dímelo francamente....—¿Me aguardabas?—preguntó Guillermo con cierta inquietud.

Julia meditó un rato, y luego expuso con nobleza y ternura:

—Supuesto que ya has venido, te diré que no quería que vinieses; pero que.... te aguardaba....—¡Y pruebade ello es que las maderas, ahora cerradas, de ese balcón, que mira al Norte, ó sea hacia Madrid, no se habían cerrado ninguna noche este invierno, á fin de que la luz de mi hogar te sirviese como de faro en las tinieblas, cuando penetraras en este valle sin caminos....

—¡Y de faro me sirvió efectivamente anoche!....—¡Ah! Julia.... ¡eres inimitable!—Tu ingenio, tu gracia, tus discursos, y esa tu voz que te describí ayer, y los ojos con que me miras, y la boca con que me sonríes...., no tienen igual en el mundo.... ¡Habría que ir al Paraíso de amor soñado por Mahoma, y que civilizará las Huríes, para hallar una leve sombra de tus encantos!....

—No digas blasfemias contra aquel Dios en que creía el pobre Abencerraje que fundó este Cortijo; y lee ese periódico, á fuer de buen cristiano, para ver qué pasa en el mundo que te admira, y si puedes ser útil en algo á tus semejantes....

—¡Líbreme nuestro Jéhová de incurrir en tan feo pecado! (contestó alegremente Guillermo, sin reparar en la triste y profunda mirada con que lo observaba Julia al alargarle el periódico).—¡Puedes despedir la sus-crición, por lo que á mí toca; pues desde ahora te respondo de que jamás leeré ese papel ni ningún otro que venga del mundo!— ¡No quiero volver á saber de los que llamas mis semejantes! ¡Me basta con saber de ti, reina mía!

—Haces mal.... (replicó Julia entre cavilosa y contenta).—Pero, en fin...., ¡te agradezco la buena intención!...*—Y, para que veas hasta dónde llega el fanatismo con que te amo, me adhiero por hoy (¡nada más que por hoy!) á tu insensata furia; y, en nombre del precitado Mahoma, condeno á ser quemado vivo y con faja al más culto, elegante y morigerado de todos los diarios europeos!

Así dijo la Pródiga, y arrojó el periódico á la chimenea.

II.: Nube de primavera

Si con tal júbilo y entusiasmo se dedicó Guillermo á la vida campestre en el yerto y desapacible mes de Febrero, uniendo en una misma devoción á Julia y á la madre Naturaleza, gradúese qué le pasaría en Marzo, cuando los árboles comenzaron á vestirse de hojas y la tierra de variadas hierbecillas; y en Abril, cuando las golondrinas invadieron el valle, los ruiseñores dejaron oír sus cantos en setos y alamedas, y los viejos rosales del jardín y del huertecillo se llenaron de tiernos .y fragantes capullos; y en Mayo, cuando todo el campo, y la huerta, y el monte, y hasta los riscos se cubrieron de pintadas flores, y revolotearon las mariposas entre ellas, y las aves despertaban ya á la gentil Aurora á las cuatro de la mañana, y los grillos, las tórtolas y las lenguaces vecinas de los pantanos apenas dejaban á la Noche cerrar los ojos,, y el mundo (quiero decir, aquel vallejuelo) era como vasto diván arábigo preparado para el amor y la voluptuosidad, en que hasta los dormidos elementos parecían cómplices del deleite....

Alegres cacerías, almuerzos sobre la hierba, cenas al aire libre, éxtasis á la luz de la luna, églogas en todos los picos de la montaña, idilios bajo todos los árboles del valle, mucho coronarse de rosas y de jacintos, mucho grabar sus nombres ó esculpir memorables fechas en cada chopo que les daba sombra, ó en cada peñón que les servía de asiento....; tales fueron los recreos favoritos de Guillermo y Julia durante los meses de primavera.

Adelantaron, entre tanto, rápidamente las obras proyectadas. El manantial de agua potable estaba ya escondido en pintoresca gruta, que se inauguró el día de San Antonio: la choza del viñedo, formada con zarzos de caña y ramas de pino, recordaba los bohíos de Indias ó las viviendas de los aduares africanos, y en la era de pan-trillar daba ya al viento su bandera azul con estrellas de plata la antigua tienda de campaña del ingeniero. La gran presa del río estaba también medio concluida. Faltaba, empero, abrir la nueva acequia, cerrar el lago, encañar el surtidero de la cascada y terminar el estanque chinesco que había de convertir la glorieta del i.° de Octubre en Isla deCleopatra, fatídico nombre que se empeñó en ponerle Julia.— Total: quedaba todavía trabajo para dos ó tres meses, ó sea hasta principios de otoño.

La cuestión de Hacienda se había arreglado noblemente, no sin algunas dificultades....—Quejóse al principio Guillermo de los despilfarros de la Pródiga en el trato que le daba, y de que, con disimulo, estuviese haciendo llegar al Cortijo muebles y efectos que, si bien útiles y cómodos, no eran del todo necesarios.—Pero ella le respondió atolondradamente:—«¡Déjame!.... ¡He vuelto á ser rica!»—Se propasó él entonces á encargar á Córdoba y regalarle dos soberbios caballos elegantemente enjaezados para señora, y Julia correspondió mandando á Sevilla por un piano, á Granada por dos magníficas tinas de mármol de Macael, y á Valencia por seis carros de azulejos con que revestir los nuevos cuartos de baño....—Asustóse Guillermo; luchó y peroró denodadamente, y al fin llegaron á esta transacción:

«Artículo i.°—El Ingeniero abonaría de su bolsillo todo lo que se había gastado y se gastara en la presa, la acequia y el lago (cosa de dos mil quinientos á tres mil duros), con lo que aumentaría mucho el valor del Corrijo y podría considerarse en su propia casa.

»Art. 2.°—Julia seguiría atendiendo, sin meterse en lujos, á todos los demás capítulos del presupuesto.»

Es decir, que la Pródiga, por no herir la delicadeza de su huésped y amante, le consintió mejorar una finca.... que ya no era de ella, sino del tío Antonio....;—circunstancia que ignoraba y había de ignorar siempre el joven, pues tal mandato, expreso y terminante, había recibido de su señora el escrupuloso, pero también obediente capataz.

Á todo esto, José, triste y taciturno, se había arrimado mucho á Brígida, y mostrábase dispuesto á casarse con ella cuando se lo mandaran.—El plazo marcado por Julia no era ya el i.° de Noviembre, sino el i.° de Octubre, solemnísimo aniversario de su primera entrevista con Guillermo, y día fijado también para la inauguración de la cascada del jardín y de la Isla de Cleopatra.—Brígida estaba muy contenta y cada vez de mejor color.—El tío Juan el mulero era sobrestante de las obras de fábrica, por no haber querido aceptar este cargo el tío Antonio, alegando achaques seniles y grandes quehaceres.—El capataz y su mujer rezaban y callaban más que hablaban, y se habían avejentado mucho en tan poco tiempo; cosa rara en cuanto á la tía Francisca, pues trabajaba menos que antes, desde que Julia envió á la Capital por un buen cocinero, á fin de sacarla de apuros. —Por último, los demás naturales del Abencerraje seguían muy retraídos y acobardados con novedades tan estupendas, y dejaban en completa libertad á los Señores.... Los que trabajaban en el campo se escondían prudentemente al verlos pasar, temerosos de que su presencíalos incomodara ó avergonzase.... Los niños habían recibido orden de no dar gritos de alegría al divisarlos, y de no salir á su encuentro.... Las mujeres casadas estaban siempre hablándose al oído.... Las doncellas bajaban los ojos y callaban.... Las viejas gruñían inarticuladamente.

Pero nuestros amantes no reparaban en ninguna de estas cosas.—[Eran muy dichosos...., ó, por lo menos, creían, ó, mejor dicho, querían serlo! Poseían un mundo entero para ellos solos, en el cual imperaban absolutamente. La misma Naturaleza parecía su esclava. El agua y los riscos mudaban de asiento á su voz. Tenían derecho de vida ó muerte sobre los árboles. La tierra producía cuanto ellos le ordenaban. Y, por lo que toca á los hombres, todos les obedecían sin rechistar; todos eran sus inferiores.... ¿qué digo inferiores?.... [todos eran de especie distinta y subordinada á la suya!—En fin: ni autoridades, ni leyes, ni costumbres ponían límite á su albedrío.... El código del honor ó de la moral social no regía allí, pues que allí no existía la potestad llamada Público.—Y, en cuanto á Dios....

Dios fué, ó en nombre de Dios se produjo, la única nube que pasó por el cielo de sus amores aquella primavera.... — Poco duró, efectivamente, el conflicto, y no estaría demás compararlo á la peripecia dramática de rigor en todos los poemas pastorales ó bucólicos, sin embargo de que aquí se invirtieron los términos, y no pudo decirse que el Mal turbaba las alegrías del Bien, sino que el Bien interrumpía los regocijos del Mal (dado que los partidarios del amor libre nos consientan esta leve censura al modo de vivir de Julia y Guillermo)....—Pero, sea de todo lo que quiera, la cosa ocurrió así:

Habían llegado y pasado el día de la Encarnación, y la Semana Santa, y el día de la Ascensión del Señor, y la Pascua florida y el mismísimo día del Corpus, sin que nuestros enamorados fuesen, como todos los cortijeros, al lugar vecino á oir misa, ó al sermón, ó á confesar y comulgar; y, en vista de ello, el indocto Párroco de la feligresía se atrevió á escribirles una muy reverente, pero mal parlada y puntuada esquela, suplicándoles «que no afligiesen ni escandalizasen á los sencillos moradores del Cortijo con aquella indiferencia religiosa de que nunca había habido ejemplo en la comarca, y que se dignasen ir á cumplir con la Iglesia, aunque sólo fuera por caridad hacia aquellos sus infelices prójimos, que no tenían más consuelo, en la pobreza y en otras adversidades, que su fe y esperanza en la Bondad divina....»

La carta iba dirigida á la Señora Marquesa, quien no vaciló en leérsela á Guillermo, diciéndole seguidamente:

—Tiene mucha razón el Cura; y, si no hallas reparo en ello, debes ir á misa este domingo....—Yo iba en las grandes fiestas.... antes de que tú vinieses....

—¿Y por qué no vas ahora?—preguntó el joven, sumamente contrariado por aquel asunto.

—Te lo diré con mi habitual franqueza.— Según lo demuestra toda mi historia, yo no le temo á Cristo....—Si le temiese, no habría vivido tantos años, ni viviría hoy, fuera de su ley....—Pero, como dice muy bien ese pobre Párroco, no es buena acción, ni áun los incrédulos.... (y yo no lo soy del todo), quitar su fe y su esperanza á los que las tienen, máxime si esas doradas ilusiones constituyen su único tesoro en el mundo....; y de aquí el que, cuando todos los habitantes del Cortijo me creían buena, fuese algunos días á misa, por no escandalizarlos ni debilitar sus creencias religiosas....—Hoy mi situación es muy diferente: hoy me juzgan todos mala, en el mero hecho de vivir como vivo con un hombre que no es mi esposo, y no quiero que, al verme ir á la iglesia, me llamen hipócrita, ó que les parezca armonizable y compatible faltar á su Dios y visitarlo....—¡Esto los desmoralizaría más hondamente que el considerarme arrojada del templo é incapacitada de volver á él por estar en pecado mortal!....—Creerán ahora mis colonos que el Padre á quien ofendo me causa todavía algún temor, pues que le huyo; mientras que, si me viesen entrar en su santa casa por otra puerta que por la del arrepentimiento y la penitencia; si me hallaran allí haciendo ostentación de mis pecados delante de sus sagrados altares, la fe de estos rústicos padecería mucho más que al suponerme condenada sin remedio....—¡Creo que he hablado como un libro!

—Has hablado tan perfectamente.... (respondió el ingeniero), que no tenemos para qué volver á pensar en este asunto....—Tampoco le temo yo á Cristo, n\ iré á misa, ni le contestaré al Sr. Cura.—¡Cada cuál es religioso á su modo, y yo lo soy al mío!— Seguiremos haciendo todo el bien que podamos, ó sea dando mucha más limosna que algunos asiduos visitantes de la Iglesia cristiana; y, si al mismo tiempo causamos tal ó cuál aflicción á estos fieles á quienes tan pia-diosamente socorremos, ¡váyase lo uno por lo otro!

—También tengo escrúpulos en esa materia.... (replicó donosamente la Pródiga), y te los voy á decir, aunque no sea más que por pasar el rato y para que admires las condiciones de mística y asceta que yo traje al mundo.... y de que los hombres no me habéis dejado aprovecharme.—Hablábamos de la limosna.... Pues bien: desde que soy mala á los ojos de estos pobres salvajes, me da vergüenza de socorrerlos, y hasta creo que ellos se abochornan de ser socorridos. Paré-ceme como que soborno su inocencia, como que trato de corromper su sana moral, como que insulto á quien sabe que vale más que yo....—¡Y esto sin tener por otro lado en cuenta que también será muy ruinoso para su alma el ver que la caridad y el vicio, ó sea la virtud y la impiedad, pueden vivir amigablemente dentro de un mismo corazón!....—Pero dejémonos ya de tales primores, á cuyo estudio estaba dedicado mi solitario espíritu cuando me sacaron del convento para casarme con el General francés; primores á que, según ya sabes, había vuelto á entregarme de nuevo en esta soledad cuando te conocí...., y nunca más hablemos ya de otro Dios que de Cupido....

—Si quieres, Julia.... (respondió gravemente el joven), hablaremos también del dios Himeneo....—¡Así quedarían orilladas todas estas dificultades!

—¡Casarme yo contigo! (exclamó ella, riéndose con cierta especie de lástima ó misericordia).—¡Jamás!—Prefiero mi deshonor al tuyo.... ¡Prefiero la censura del Párrpco y el desprecio de mis campesinos, á ligarme á tus piés y á tus brazos como ignominiosa cadena!—Y pues que ya dijimos acerca de esto, en la ocasión debida, grandes verdades que no habrás olvidado, doblemos también la hoja para siempre, y vámonos al jardín; que hace una hermosísima noche de luna, y los ruiseñores estarán echando de menos al dulce poeta que suele enseñarlos á hablar de amor....

—Vamos, sí.... vamos.... (repuso nuestro heroe); y ya verás cómo las estrellas del cié-lo nos dicen allí que nuestro amor no es ningún delito.

Así terminó la nube de primavera que indicamos antes....

La tempestad de verano (pues también la hubo, como veremos en el capítulo siguiente) fué mucho más ruidosa y dañina, por estar el nublado más cerca de la tierra.

III.: TORMENTA DE VERANO.

La Naturaleza siguió protegiendo y amenizando los amores de Guillermo y Julia durante los meses del estío. Después de las flores del jardín vinieron las frutas de la huerta: en lugar de las excursiones matinales á la montaña, llegaron las cabalgatas nocturnas á todo lo largo del cauce del ya muy endeble riachuelo: los rudos placeres de la caza viéronse sustituidos por los más sosegados y dulces de la pesca, y, con todo ello, y con la satisfacción de estar siempre juntos, sostenida por la gracia, el ingenio y la cortesía de que se daban muestras á todas horas, resultábales, no sólo llevadero y fácil, sino hasta divertido, aquel su continuo trato, en que no había más elemento de dicha que ellos mismos, ni más motivo de felicidad que la adoración del uno al otro....

No era, sin embargo, la Naturaleza su única amiga: tenían además una especie de hermana, ó cómplice, que también los protegía mucho; y era.... la soledad.—Nunca estaban tan contentos como cuando no veían á su alrededor ni tan siquiera asomos de la especie humana.—José había sido relevado del honor de servirles de escolta. A la tienda de campaña de la era, sólo una tarde habían ido á ver trillar; pues se aburrieron tanto al advertirse del encogimiento, cortedad y turbación de sus demasiado respetuosos súbditos, que no les quedó gana de volver á representar con ellos las Geórgicas. Si alguna sociedad hallaban medio soportable, y eso por el tiempo meramente preciso, era la de los operarios forasteros empleados en la Presa y en el futuro Lago, gente vividora y corrida, que de todo pecaba menos de corta de genio. Y, en fin, á la noche, cuando volvían al Palacio á cenar, casi no hablaban con el tío Antonio, por miedo de oirle referir lástimas y chocheces acerca de su pobre mujer, postrada en cama, ó poco menos, desde fines de Junio, ó por ahorrarle trabajosas explicaciones, que nadie le pedía, sobre las ausencias y genialidades de su cada vez más huraño y taciturno hijo....

La velada concluía casi siempre con la lie-gada del periódico, con el ruego de Julia á Guillermo de que lo leyera en alta voz, y con la tenaz resistencia del joven á mirar siquiera el aborrecido papel,—que, si ya no se quemaba, porque no había lumbre en el salón, iba á aumentar, con faja y todo, sobre la repisa de la chimenea, una altísima pila de no leídos artículos 5 sueltos, gacetillas y revistas de teatros ó de salones que hubiera encolerizado al buen Guttenberg.

En compensación, las obras hidráulicas seguían dando pasto abundante á la febril actividad del ingeniero. La Presa del río se concluyó el último día de Julio, y sólo faltaba poner la compuerta de madera en el murallón del pantano para inaugurar la entrada de las aguas en aquel gran depósito; solemnísimo acontecimiento que coincidiría con el remate de las tareas de la recolección. —En cuanto al canal subterráneo, á la cascada del jardín y á la famosa Isla de Cleopa-tra, ya hemos dicho que no se inaugurarían hasta el célebre i.° de Octubre; y en verdad que, para ello, habría que trabajar sin descanso, muy especialmente en la parte decorativa y apoteótica....

Finalmente: el intolerante y oficioso Cura del Lugar vecino (así lo calificaba Guillermo) no había vuelto á decir esta boca es mía, y bajo tales auspicios, llegó el 1 de Agosto, día señalado para la primera de las dos susodichas inauguraciones.

Aunque, por su índole y objeto, de mera utilidad agrícola, aquellas obras podían denominarse públicas con relación al Cortijo, también entraba por algo en ellas la conmemoración de los amores de Julia y Guillermo, dado que éste había enterrado bajo los sillares de la Presa una caja de plomo con cierta especie de acta, firmada por los dos, en que daban á las generaciones futuras testimonio demasiado elocuente de su pasión y su felicidad, mientras que, á mayor abundamiento, el muro del Lago ostentaba vistosa lápida, en que se leían sus nombres, la fecha de la obra y el conocidísimo proverbio omnia vincit amor ; todo ello en latín y con abreviaturas, á imitación de las antiguas inscripciones romanas.—Es decir, que el poeta, el artista, el soñador, perseveraba en la picara costumbre de monumentalizar sus emociones y alectos, sin tener en cuenta, ó tal vez practicando inconscientemente, por instinto de conservación, aquello, que más atrás dijimos, de que el mejor modo de desechar una idea es escribirla, grabarla, monumentalizarla en cualquier forma.

Como quiera que fuese, Guillermo se em-penó en hacer participar de su júbilo y entusiasmo á todos los moradores de la Cortijada, y, con este fin, mandó á la Capital por algunas palmas y carretillas de fuegos artificiales; entregó cuatro borregos y mucho pan y vino al padre de Brígida, para que los labriegos organizasen una gran merienda al aire libre, cerca de la Presa del río; dió igual cantidad de vituallas á los trabajadores forasteros, para que las disfrutasen cerca de la Presa del Pantano, y determinó, últimamente, que Julia, él, Brígida, José, el tío Antonio y el tío Juan comerían en el ameno barranco, sombreado por altas peñas, á cuyo pié comenzaría á reunirse aquel día el gran retén de aguas, denominado ya Lago del Amor

La antigua Pródiga, que se había convertido en un modelo de prudencia para todo lo relativo á sus amores con el desterrado voluntario, opúsose al principio á la parte pública de aquellos festejos; pero fué tanta la insistencia del joven, que Julia acabó por doblegarse á su voluntad y por secundar todos sus caprichos.

Breve, y no muy agradable á los aficionados á jolgorios, será la descripción que hagamos del modo y manera como se realizó el magnífico programa de Guillermo....

Los fuegos artificiales, quemado's la noche del 14, estuvieron poco animados; pues los trabajadores forasteros se marcharon aquella tarde á su respectivo lugar ó villorro, á ver á sus mujeres é hijos, á repartirles la mitad de los borregos y del pan, reservándose la otra mitad y todo el vino, y á mudarse de camisa y á afeitarse para concurrir algo aseados. á la inauguración. Y por lo que toca á los naturales del Cortijo, contentáronse con ver á gran distancia y en la sombra las carretillas y palmas reales, sin dar un viva ni un aplauso, ni atreverse con mucho á presentarse ni acercarse á los Señores.— Sólo el tío Juan y Brígida los acompañaron á la Presa del río, que fué donde se quemó la pólvora.—Á José le ocurrió aquella noche ir por el correo, y regresó á la una, diciendo que el mulo se le había espantado y escapado; y el tío Antonio se quedó en casa acompañando á la tía Francisca, que estaba peor de su dolencia.... real ó fingida.

Sin que, ni por asomos, se le ocurriese todavía acriminará ninguna persona, aquel conjunto de casualidades puso de mal humor á Guillermo; pero Julia, que acaso estaba más preocupada que él, supo desimpresionarlo, hablándole de la fiesta del día siguiente, y hacerle olvidarla rara tristeza y vago despecho que le habían causado aquellos fuegos artificiales sin público, algazara ni entusiasmo.

El i, no antes de las nueve, por haberse detenido á oir la misa del alba en su respectivo pueblo (eradía de la Asunción), regresaron al valle los trabajadores forasteros, y lo animaron algo con sus canciones, gracias al mucho vino que estaban bebiendo desde primera hora. Los hijos del Abencerraje volvieron algo más tarde del Lugar inmediato, en donde, no sólo habían oido misa, sino también un sermón muy largo y claro del Sr. Cura, sobre la pureza y triunfo de la Virgen,sobre la Institución del Matrimonio y sobre la Santificación de las fiestas, y en seguida se trasladaron al sitio que se les había marcado y pusiéronse á guisar sus borregos con el mayor orden y compostura, aunque los hombres se echaban también muy buenos tragos.—En aquel campamento se advertía la ausencia de casi todas las mujeres, sobre todo de las jóvenes por casar.... Pero chiquillo ¡no faltaba ni uno!

Julia y Brígida se hallaban, por su parte, en el ya dicho Barranco del Amor, con el capataz y el mulero, esperando á la sombra la llegada de las aguas, que debían empezar á correr á las doce en punto....—El tío Antonio demostraba honda tristeza, que atribuía á la enfermedad de su mujer y á sus propios achaques. En cambio, el mulero estaba contentísimo, comprendiendo sin duda que aquellos dos viejos morirían muy pronto y que todas las nuevas tierras de regadío irían á parar á su hija Brígida por mano de José. —José, que acaso habría recibido aquella mañana algunos discretos pellizcos de su padre, tenía el aspecto menos huraño que de costumbre, y recorría á caballo, á la izquierda de Guillermo, toda la línea de las obras. —Guillermo, en fin, mostrábase muy animado y locuaz, ó más bien poseído de una especie de calentura, como todos los que asisten al coronamiento de sus propios trabajos.

Serían las once y media, cuando los cortijeros vieron avanzar á escape hacia la Presa del río, cerca de la cual ellos se hallaban, al amante de Julia y al prometido de Brígida, que iban á dar orden al maestro de obras de que bajase la compuerta, á fin de que el agua subiese á la altura del canal de riego.

Los muchachos de más corta edad, que jugaban en la llanura, asustáronse al comprender que Guillermo iba á pasar por el sitio que estaban solos, y echaron á correr llorando desconsoladamente, y gritando con verdadero terror:

—¡Ay! ¡Madre!.... ¡madre! ¡El Enemigo! —¡Que me pilla! ¡Que me mata!

—¿Qué dicen esos muchachos?—preguntó Guillermo á José, parando el caballo y como despertando de un sueño.

—No he llegado á enterarme bien....— respondió taimadamente el rústico.

—¡Me llaman el Enemigo; lo cual en estas tierras quiere decir el Demonio! [replicó el madrileño con amargura y cólera).—¿Por qué me dan este nombre? ¿Quién se lo ha enseñado á esos niños?—¡Indudablemente han oído á sus madres apellidarme así!

—Podrá ser....—repuso el mozo, mirando de hito en hito á Guillermo.

—¿Cómo que podrá ser? ¿En qué te fundas para sospecharlo?. ¿Y cómo te atreves á decírmelo en ese tono? ¿Por qué me miras tan insolentemente?—gritó el caballero con indecible furia.

—¡Pues no lo miraré á V.! (respondió José, poniéndose muy pálido).—Y, si le estorbo, me iré á mi casa,...—¡De todos modos yo no quería venir á la fiesta!—¡No está ya el Cortijo para diversiones!

—¡Hola! ¡Hola! (exclamó Guillermo, cada vez más airado). ¡Esas tenemos! ¡Conque tu alejamiento de la Señora y de mí, no era cortedad, sino estudio de una mala idea!....

—Ahora recuerdo la primera conversación que tuvimos tú y yo....—¿Serás capaz acaso de meterte á juzgar mi conducta?....

—Yo no soy capaz de nada.... (murmuró siniestramente José, mirando al suelo y acariciando el cuello de su mulo).—Y lo que es eso del Enemigo...., no lo he dicho yo: lo han dicho los muchachos...., como lo dice todo el mundo en la Cortijada y en el Lugar....

—¡Ah! ¡sí!.... ¡Ya comprendo!.... ¡Lo dirán porque no voy á misal....—replicó el joven con cierto desdén.

—No es sólo por eso...., aunque todos sintamos mucho que á la Señora la llamen hereje el Sacristán y el Secretario del pueblo...., precisamente desde que V. vino....—No: no es sólo por eso....—¡Y cuidado que el señor Cura no se muerde la lengua!....—Hoy mismo nos ha dicho en el sermón....—Pero, en fin, repito que no es por eso solamente.

—Pues ¿por qué más es?—¡Vamos claros! —insistió Guillermo, temblando de impaciencia y de ira.

—¿Por qué quiere V. que sea?—¡Ya debía habérsele ocurrido al Señor!....—Es.... por que aquí todos tenemos vergüenza...., y.... ¡ya ve V.!.... hasta mi madre, que quiere á la Señora como á las niñas de sus ojos, no ha podido aguantar ciertas cosas....—En fin: ya se lo dije á V. la tarde en que nos conocimos.... ¡La Señora es para mí antes que nada, y yo soy capaz de jugarme la vida por ahorrarle un disgusto ó una mala nota!....

—¡No me amenaces, José!—prorumpió Guillermo, blandiendo el látigo.

El mozo vió el ademán, y se ensoberbeció,.lejos de amansarse.

—No son amenazas.... (dijo). Pero V. me pregunta, y yo estaba reventando por hablar....—La ley de Dios, á lo menos aquí, en el Cortijo, y en toda tierra de cristianos, es que no vivan como marido y mujer los que no están casados por la Iglesia.—Ha hecho V., pues, muy mal en venir á esta comarca á deshonrar á mi Señora....

—¡Villano!—rugió Guillermo, restallando el látigo sobre la cabeza de José.

—¡Agradezca V. que no me ha tocado!.... (exclamó éste con voz de trueno y cerrando los puños). ¡Si llega V. á tocarme, creo que con las uñas le hubiera hecho trizas!....—E11 fin..., ¡puede que algún día se acuerde V. de lo que ha hecho hoy!

Y, dichas estas palabras, metió los talones al mulo, y se alejó de Guillermo, retrocediendo por el camino que habían traido juntos.

Guillermo permaneció inmóvil y lleno de espanto.... Todos los cortijeros habían visto, aunque no oído claramente, la reyerta y su violento final, y comenzaban á marcharse hacia sus casas, dejando sola la hoguera en que se guisaban los borregos.— Los niños iban agarrados de las faldas de sus madres, volviendo el afligido rostro hacia el autor de tantas desdichas, y los hombres procuraban andar muy separados unos de otros, y como distraídos, para que no se juzgase que murmuraban de aquella ocurrencia.

Ni por un instante se le ocurrió á Guillermo seguir á José y castigar más duramente su arrogancia. Teníale desolado el convencimiento que acababa de adquirir de su impopularidad en el Cortijo, pues no hay cosa que aflija y enerve tanto á los hombres esencialmente buenos como la notificación del odio que les profesan aquellos á quienes no dañaron nunca con la voluntad.—La misma pequeñez y mansedumbre de sus adversarios hizo más honda y amarga esta pena de nuestro joven.... ¡ Conoció que no había forma de luchar con ellos!.... Es decir: conoció que de todas las fuerzas humanas, ninguna es tan incontrastable como la confabulación de los débiles.

Por otra parte, dar mayor bulto y resonancia á aquel acontecimiento, equivalía á frustrar completamente la fiesta de la inauguración y á promover escándalos y conflictos que refluirían en perjuicio de la fama y del sosiego de Julia.—Metió, pues, espuelas al caballo, y continuó avanzando hacia la Presa: llamó á voces á los cortijeros, y les mandó que continuasen divirtiéndose, por cuanto nada había ocurrido....; á lo cual se prestaron todos los hombres, no así las mujeres ni los muchachos: ordenó al maestro de obras que bajase la compuerta; y, cuando hubo visto que el agua retenida estaba ya á punto de entrar en el canal de riego, salió galopando con dirección á las pintorescas rocas en que había dejado á su adorada....

Pero en aquel escondido paraje se encontró con otra escena desagradabilísima.—José había estado allí, después de su altercado con Guillermo, llorando lágrimas de furor y diciendo á Julia que, para librarse de matar á aquel mal hombre, tenía resuelto marcharse del Abencerraje, aunque fuese á servir de mozo en otro Cortijo, ó á sentar plaza de soldado,...—Julia comprendió, á pocas palabras que habló el mancebo, el motivo de la contienda, y guardó un silencio de muerte: el tío Antonio castigó con las manos á su hijo,al oirle insolentarse contra el amigo y huésped de la Señora: Brígida perdió el conocimiento, y desmayada seguía cuando llegó nuestro héroe; y, en fin, el tío Juan, al ver que el caballero regresaba también hacia aquel sitio, se había llevado á José, predicándole humildad y prudencia, y diciéndole al oído no sé qué otras cosas.... que hacían reir diabólicamente al codicioso viejo.

Volvió al cabo en sí la atribulada novia, rompiendo á llorar amarguísimamente, y el tío Antonio se encargó de acompañarla hasta su casa, no sin pedir antes perdón á Guillermo para el insensato José, mientras que éste iba, como iría aquella noche, á sometérsele en persona.... Concedió el perdón de muy buen grado nuestro animoso joven; pero ni áun así recobró el perdido contento, tal vez porque en el fondo de su conciencia reconocía que el injuriador no le había dicho más que la verdad; y, con todo esto, el agua principió á caer en el ya denominado Lago del Amor, sin que ninguna expresión de alegría la saludase....

Julia y Guillermo habían quedado solos, y de esta circunstancia precisamente tomó pié el melancólico amante para desahogar su corazón.

—¡Qué bien estamos ahora! (dijo). ¡ Por pequeñas é insignificantes que sean las gentes que aquí nos cercan, todas estorban á nuestra dicha!

—¡Terrible verdad estás diciendo!.... (contestó gravemente la Marquesa). Pero de ahí no se deduce que estos pobres de espíritu sean enemigos de nuestra felicidad, sino que nuestra felicidad es enemiga de los fundamentos de la suya.

—¡Pues casémonos.... (exclamó el jóven), y todo habrá concluido! ¡Así no pugnará nuestro amor contra las creencias de nadie! ¡Así tus sirvientes no se juzgarán superiores á nosotros!

—¡Te preocupa demasiado un público que no puede ser más chico ni menos molesto! (replicó la Pródiga). ¡ Algo hay que sacrificar al amor, y yo, al unirme átí, sacrifiqué gustosa la estimación, que poseía entonces, de estos humildes campesinos!—No es, pues, necesario que compliquemos de otros varios modos nuestra situación, contrayendo un matrimonio desigual, ridículo y absurdo, que acabaría por ser para tí, y también para mí, pesadísima y bochornosa cadena....—¡ Basta con que tengas valor para prescindir del tirano de tu vida, que es el Público!— Loque te ha sucedido anoche y hoy, ya lo había yo previsto, y por eso me opuse á tu programa de festejos....—¡A ver si escarmientas, y te limitasen lo sucesivo á desear mi admiración y mi aplauso, prescindiendo del de tus súbditos del Abencerraje!

—¡Oh! sí.... (murmuró el joven con infinita melancolía): Viviremos enteramente solos, sin testigos, sin contacto alguno con la especie humana....—Hasta hoy no me había dado cuenta del vago pero profundo malestar que me causaban la tristeza del tío Antonio, la cómoda enfermedad de su mujer, la descortesía de su hijo, el apartamiento demasiado respetuoso de los trabajadores del campo, el susto de los niños, el silencio de las mujeres y hasta el recuerdo de la atrevida carta del Cura....—Pero, ya que conozco el mal y su remedio, no temas que vuelva á fijar mis ojos más que en los tuyos y en nuestra dulce amiga la Naturaleza....—Desde ahora te lo digo: á la inauguración de las obras del jardín, sólo asistiremos nosotros dos...,; y, entre tanto, cazaremos, pescaremos, vendimiaremos, sin compaña de nadie, ó nos pasaremos los días en estas peñas, tan amigas y partidarias de nuestro amor....— ¿Para qué necesitamos más?

—¡Niño!.... (murmuró Julia, sonriendo tristemente). ¡Cuán poco lees en el porvenir!....—Pero dejémonos de lúgubres profecías, y vámonos á casa, antes de que traigan la merienda....—¡Aquí hace demasiado calor, y allí comeremos mucho más descansadamente!

A esto quedaron reducidos los festejos de la inauguración que tanto había entusiasmado á Guillermo, y así acabó también aquella especie de tempestad de verano.

IV.: CELAJES DE OTOÑO.

Pocos esfuerzos costó á Julia amansar á José y reducirle á presentarse á nuestro héroe con la cabeza baja, pidiéndole perdón dé lo ocurrido....

Guillermo estuvo más generoso de lo que convenía á su difícil situación, y llegó hasta dar la mano al desahogado rústico. Brindóse después á ser su padrino de boda, en unión de la Señora Marquesa; ofreció regalarle entonces el caballo que adquirió del grande elector y comprarle á Brígida un aderezo de corales y oro; y, por último, á la mañana siguiente, sin consultarlo con la Pródiga, bajó á visitar á la tía Francisca, para que se convenciese de que su hijo había sido realmente perdonado..,.

La enferma estaba levantada y amasando pan de aceite; pero se quejó mucho del reumatismo que le impedía desde Marzo subir las escaleras y servir la comida á los señores; y, por lo demás, no demostró haber dado gran importancia al disgusto de su hijo con el caballero....

Por tal arte comenzó desde aquel mismo día el amante de Julia á hacer todo lo contrario de lo que se había propuesto con relación al público de la Cortijada.—{Verdaderamente, la herida que le abrieron los muchachos al apellidarle «El Enemigo» no era de las que se cicatrizan por sí solas!.... ¡El desgraciado no había conseguido dormir en toda la noche! Su amor propio, su dignidad, su conciencia.... chorreaban sangre.

Dado el primer paso en aquél camino de humildad, apoderóse del joven poeta una especie de vértigo, que le llevó, á pesar suyo, á todo linaje de flaquezas y concesiones, cual si de pronto se hubiese trocado en súbdito de todos los labradores del Cortijo, de sus mujeres, hasta de sus hijos más pequeños.

Siempre que, á la ida ó á la vuelta de su visita diaria al canal, cruzaba solo por en medio del miserable Caserío, discurría algún pretexto para entrar en una ú otra vivienda, pidiendo ya un vaso de agua, ya lumbre con que encender el cigarro, y trababa conversación con las madres, lisonjeaba á las doncellas, acariciaba á los niños, bromeaba con los viejos, y parecía interesarse mucho en conocer la organización de cada familia y los recursos de cada casa.

Asustadas aquellas gentes por el lance del 15 de Agosto, y temerosas también de disgustar á la Marquesa, demostraron al principio, no diré agradecimiento ni confianza, pero sí mansedumbre y solicitud, al forastero que, después de tantos meses de no haber fijado en ellas los ojos, se había vuelto de pronto tan corriente y amable.

Notó al cabo Guillermo la frialdad con que, en el fondo, lo recibían aquellos amilanados corazones, y áun advirtió que la cortesía fué yendo á menos hasta convertirse en desasosiego y reserva, y arrepintióse de haberse humillado tanto para recoger tan poco fruto....

Pero ya 110 tenía remedio su abdicación. --Dejó de visitar y de saludar á los cortijeros, y sintióse más mortificado que nunca, pues se consideró como rechazado y despedido por todos y cada uno de los que la víspera habían sido objeto de sus imprudentes afabilidades. Pensó entonces, arrebatado de ira y despecho, en aterrar á aquellos contumaces rústicos, en obligarlos á amarle, en vencerlos, en afligirlos.... Pero conoció que todo esto sería contraproducente; que el amor no se impone; que la fe no se manda; que la alegría no se produce por medio déla fuerza.... jConoció acaso también que él era el único enemigo á quien había que violentar y vencer para disipar la aversión que aquellos cuitados le tenían; que él, y nadie más que él, estaba en el caso de mudar de conducta; que procedía, en fin, combatir la causa, no el efecto...., tanto más, cuanto que la causa no era de suyo muy defendible!

Resultado de todo: que acabó por resignarse á vivir sin la estimación ni el respeto de los labriegos del Abencerraje; á no hablar más que con Julia; á no tener otro esparcimiento, lejos de ella, que el que tuvo recien llegado al Cortijo:—la soledad del campo.

Y cuenta que el fogoso ingeniero, cediendo, como siempre, á la espontaneidad de sus emociones, sin contrariarlas ni eludirlas en nombre de ningún sistema ó prejuicio, había aprendido, por su parte, á estimar y respetar (y áun á envidiar, con permiso del amor que profesaba á Julia) el modo de ser de aquellos humildes campesinos, sus virtudes y sus afectos, sus creencias y sus tradiciones, sus alegrías y sus trabajos, todo lo que se comprende, en fin, dentro del augusto nombre de familia.—Reverenció el pudor y la inocencia en zafias vírgenes que habían de casarse con los ojos cerrados y no conocer luego más amor que el de su marido. Se extasió viendo los extremos del amor paternal, y codició la inefable delicia de besar á un hijo, sér de nuestro sér, vida de nuestra vida, carne de nuestra carne! Veneró la jerarquía de patriarca en el anciano decrépito, á quien no anulan ni entristecen los anos, por cuanto ve reproducida su juventud y representada su virilidad y perpetuadas su sangre y su memoria en larga y bendecida cadena de hijos y nietos, y, por resultas de aquella consideración, sus propios goces pareciéronle áridos y estériles como el tiempo perdido, ó vanos y caducos como los ensueños de cada noche, disipados á la siguiente mañana. — ¿Qué más? Aun contemplando á dos viejos cónyujes que no habían tenido sucesión, y cuyo estado le pareció á primera vista muy análogo al suyo con Julia, acabó por acatar la santidad del Matrimonio, admirando hasta qué punto el Sacramento constituye por sí mismo la familia. ¡Aquel lazo, sólo disoluble por la muerte, aquella deliberada y perpetua dejación de la libertad, aquel voto religioso, que hace de dos seres uno y convierte el amor en abnegación, representó á sus ojos en tal momento no sé qué especie de consustancialidad moral á que nunca llega el amor voluntario y re-nunciable!.... Y, por consecuencia de todas estas observaciones y reflexiones, nuestro impresionable protagonista, al reducirse de nuevo al trato y comunicación con su adorada, solía fruncir las cejas, como preguntándose:

—¿Por qué habré yo nacido destinado áno ser esposo, ni padre, ni abuelo? ¿Por qué no es Julia una doncella de la edad de Antonia, de Brígida ó de Juana, como cuando la conoció en París el General francés ?—Pero ¿qué digo?.... ¡Pobre Julia] ¡Me quiere tanto! ¡Y están hermosa, tan buena, tan distinguida!....— ¡Ah!.... ¡Sí! ¡Yola quiero también con toda mi alma!.... ¡ Y además, la cosa no tiene ya remedio.... ¡Yo no he de abandonarla nunca, nunca, nunca!....

La noble Pródiga había seguido atentamente, y con disimulo, todas aquellas agitaciones del espíritu de Guillermo, sin dar muestra alguna de dolor ó inquietud, como si de antemano contase con que se presentarían. También procuraba disimular el joven sus nacientes síntomas de tedio; y como, por otra parte, el encañado del agua para la cascada y las obras de la glorieta del jardín lo entretenían mucho, trascurrió el resto del verano sin novedad que de notar sea, y llegaron los primeros días del Otoño.

La vendimia, la pisa para el vino del año, los últimos perfiles de la Isla de Cleopatra y los preparativos de la boda de José, animaron extraordinariamente la vida del Cortijo y devolvieron su buen humor á Guillermo en la última semana de Setiembre.—Este velaba algunas noches con sus operarios, ora entrelazando los riscos de la cascada, ora colocando amorcillos de zinc en la verja del estanque, ya pintando alegorías eróticas en el techo de la glorieta, ya haciendo cambiar de sitio á las muchas estatuas de yeso que había llevado de la Capital, etc., etc., etc.

El público no vería ninguno de estos primores.—El plan de Guillermo era inaugurar la cascada en tanto que José y Brígida estuviesen casándose en el pueblo, á donde no irían ni Julia ni él, por evitar escenas con el Párroco....—Serían, no obstante, padrinos del casamiento, representados por el tío Juan y por su sobrina Antonia.—A la vuelta del Lugar, comerían éstos, los novios y sus padres en la mesa de los Señores, quienes se prestarían á tal llaneza, en señal de cariño al tío Antonio. Y, á la tarde, habría baile, con refresco, en el patio de Palacio, al cual serían invitados todos los moradores del Abencerraje, y en el que tal vez se presentarían por algunos minutos los generosos compadres efectivos.

Julia propuso á Guillermo que se suprimiera el baile, temerosa de algún nuevo desvío de las cortijeras, tanto más, cuanto que sabía que iba divulgándose la especie de que el tío Antonio era el verdadero dueño del Cortijo; pero el joven le respondió ( muy alterado, por la primera vez desde que se trataban ) que, pues los dos habían de vivir allí perpetuamente, era necesario dar la batalla á aquellos atrevidos labriegos, ó más bien á la perturbadora influencia del Cura; y que, si los desaires y ofensas del i de Agosto llegaban á repetirse, debería Julia, en su calidad de señora de la finca, despedir de sus casas y tierras á los más rebeldes y procaces.

—¡Así se hará!....—respondió valerosamente la Pródiga, por no confesar á Guillermo que, á fin de poder darle una hospitalidad medio decorosa, había vendido el Cortijo, y que, de consiguiente, ningún imperio podía ya ejercer sobre sus antiguos colonos y pastores.

Y fué también, sin duda, que la atribulada deidad se reservó influir con el tío Antonio para que obligara á ir al baile á aquellos.... fanáticos, como los denominó el Ingeniero.

De cualquier modo, la resuelta actitud y áspero tono de éste y la irritación y desasosiego moral que revelaba aquella su insisten-da en captarse el aplauso ó la sumisión de los míseros habitantes de la Cortijada, preocuparon hondamente á Julia,—la cual supo disimular todavía y áun mostrarse muy alegre y risueña al ambicioso joven....

Tal era el estado de las cosas cuando llegó finalmente el tan anunciado y calificado y presentido 1.° de Octubre.

LIBRO V.: EL 1.° DE OCTUBRE.

I.: LOS NOVIOS.

Sin que esto sea, ni por soñación, echar mano á última hora del pobre recurso dramático-moral llamado Deus ex machina; pues nada tiene de milagroso, ni áun de extraordinario en nuestro país, el que llueva al comenzar el Otoño (como lo demuestra el nombre de Cordonadzo de San Francisco que se da vulgarmente al casi infalible temporal de la primera semana de Octubre), diremos que aquel tan simbólico y solemne día amaneció nublado y amenazando lluvia....

Pusiéronse, no obstante, en camino, con dirección al Lugar, en cuanto Dios echó sus luces, caballeros en bien pergeñados mulos ó borricas, y con guitarra y algo de comer y beber, los novios, los compadres apoderados, el tío Antonio y el tío Juan, la misma tía Francisca, que al efecto se había sentido un poco mejor, y otras diez ó doce personas de las más notables del Cortijo, ó sea todas las mujeres que tenían mantilla y todos los hombres que tenían capa.

José no había querido montar el caballo de que era dueño desde aquel día por donación de nuestro héroe, sino que, alegando el natural deseo de llevar á Brígida, iba en su antiguo mulo, sobre cuyo amplio aparejo redondo cabían perfectamente los dos catecúmenos de Himeneo; ella, sentada delante, con algo más que los menudos piés á la vista, y él, montado á grupas, rodeando con su brazo izquierdo el primoroso talle de la cerril princesa, y áun estrechándola involuntariamente á su corazón;—de donde resultaba, por ley natural, que el bravo mozo había empezado ya á quererla con toda su vida....—Conocíalo así la novia, y experimentaba como una especie de catalepsis de felicidad.... Ni veía, ni oía, ni hablaba.... Pero en su rostro se leía claramente la conciencia íntima de que era de José, de que José era suyo, y de que aquella unión se perpetuaría hasta la lejana hora de la muerte.

Mucho extrañaron algunos de los convidados que Julia y Guillermo se quedasen en el Cortijo, en vez de ir á la iglesia á desempeñar su oficio de compadres.—¡Ya se ve!.... Los pobres no entendían aquello de la delegación y los poderes, que les explicaba el tío Juan....—Pero lo que sí entendieron todos fué la siguiente salida de una cortijera:

—¡Vaya! ¡Callasus! — j Demasiado trabajo tiene nuestra.... antigua ama con no atreverse á entrar en la casa de Dios, acompañada de.... quien todos sabemos!

—¿Qué quiere decir eso de antigua? (gritó el tío Antonio, desentendiéndose de lo prin-cipal, con pretexto de responder á lo accesorio).—¡La Señora Marquesa es tan ama vuestra y mía como siempre!

—¡Porque V. querrá! (contestó el marido de la preopinante).—Pero el Cortijo no es ya de Doña Julia, sino de V., que se lo ha comprado.—El Notario de la villa se lo dice á todo el que lo quiere oir.

—¡Pues yo no quiero oirlo!.... (repuso el noble viejo).—El Cortijo será de la Señora Marquesa en tanto que ella exista; y, cuando muera, ¡Dios dirá!

Es claro!.... (observó el tío Juan el mulero con mucha sorna).—Cuando la Señora pase á mejor vida, se arreglará todo....—Así, pues, dejemos estas conversaciones...., y ¡á lo que vamos vamos!....—¡ Frasquillo! ¡Trae acá ese tocayo tuyo, y echaremos otra lágrima de aguardiente!....—¡ Allá va, consuegro!.... ¡Á la salud de nuestros retoños!

II

LOS AMORCILLOS DE ZINC.

En tanto que aquella alegre comitiva salía del vallejuelo del Abencerraje,, Guillermo y Julia, solos en el Palacio, donde únicamente había quedado el cocinero, que harto tenía que hacer con los preparativos del banquete nupcial, procuraban reírse mucho, y se reían bastante, colocando sobre el velador de la célebre Glorieta, capital y centro de la recien nacida Isla de Cleopatra, todo lo necesario para almorzar allí, sirviéndose á sí mismos, rodeados de jaulas de pájaros y de innumerables macetas de flores,...

—¡Al fin estamos un día enteramente solos! (exclamaba Guillermo). ¡Solos como Pablo y Virginia, ó como Atala y Chactas!

—En cambio.... (respondió Julia), á la tarde podrá acompañamos demasiada gente....

—¡Eso no importa!—En los cenadores del patio caben todos los moradores del Cortijo.... Allí tendrán vino largo y bizcochos, y, si no quieres asistir á la fiesta, nos quedaremos en esta Isla, celebrando el aniversario de nuestro conocimiento.—Démonos prisa ahora á acabar de ponerla mesa, amiga He-be, ya que están partidos todos los fiambres, y no tardemos en sentarnos á almorzar, pues sólo faltan veinte minutos para las nueve, hora en que el regador echará el agua á la Cascada....—¡Verás cómo el murmullo de la espumante linfa alegra á estos cautivos pájaros y les hace romper á cantar, lo mismo que en el ensayo del otro día!—¿Dónde está el Jeréz?—¡Aquí está!....—Lo tendremos abierto para brindar en el momento oportuno....—Y ¡qué bien te sienta, vida mía, esa corona de flores que han ceñido á tus sienes mis indignas manos!.... ¿ Ves cómo no has hecho mal en admitirla? ¡Pareces la propia Diosa del amor, ó sea la alma Vé-nus de que te hablaba hoy hace un año!....

Por aquí iba Guillermo en su égloga, cuando el cielo se puso más oscuro que boca de lobo, cual si el sol se hubiera arrepentido de salir aquel día y tornado á hundirse en el horizonte. No tronó, empero, ni relampagueó, ni cayeron rayos, como acontece en las óperas siempre que el libretista se propone castigar á algún impío.... Lo que sucedió, de la manera más vulgar y prosáica, fué que de pronto empezó á llover copiosamente y con gran ímpetu, por haber saltado el viento de un cuadranteá otro; que el agua era de costado, y que, entrando furiosa en la Glorieta, golpeó é hizo revolar llenos de susto á los enjaulados canarios y jilgueros, deshojó todas las flores de tiestos y jarrones, mojó las viandas, bautizó el ya escanciado vino, y caló hasta los huesos á nuestros mismos héroes que no podían salir de su.... llamémosla también jaula, sin exponerse á ser derribados por el turbión....

Al propio tiempo llegó á la Cascada la apetecida corriente del canal subterráneo, procedente de la acequia nueva; pero 110 fueron blancas espumas, sino parduscos chorreones de lodo, los que empezaron á caer de risco en risco.... Aquel aluvión traía los turbios y pestilentes légamos del riachuelo salido de madre, y, por consecuencia, una masa de barro llenó muy luego la especie de laguna que había en torno de la Isla de Cleo-patra; con lo que la sucia avenida comenzó á inundar el jardín y hasta la misma Glorieta, y los dos amantes, subidos en sillas, se vieron próximos á zozobrar en un mar de fango....—En cuanto á los amorcillos de zinc, á las pinturas alegóricas y á las estatuas paganas de yeso-mate, sentimos tener que decir que ya no quedaba de todo ello más que la memoria poco lisonjera de una buena intención digna de mejor causa.

Guillermo y Julia reían si había quereir,en medio de aquel naufragio de sus proyectos; pero, á decir verdad, su risa era algo convulsiva: la de Guillermo, porque semejante rebelión ó grosería de la naturaleza lo humillaba como un desaire de la fortuna, ó como una victoria délos ausentes cortijeros, y la de la Pródiga, porque, efectivamente, tenía una especie de convulsión de frío, á causa de estar empapadas todas sus ropas, y quizá también porque su espíritu no se hallaba predispuesto hacía días para reir con tanta violencia.... Así es que las carcajadas de la deidad no tardaron en convertirse en sollozos, y su temblor en contracción nerviosa, que iba ya rayando en verdadera epilepsia....

Cedió finalmente un poco el aguacero, quedando convertido en lluvia mansa de tempestad, y el aterrado joven, que, semilloro-so también, sujetaba á Julia entre sus brazos, pudo conducirla trabajosísimamente al piso de arriba.—Acostóse la enferma, en tanto que él le preparaba no sé qué bebida calmante, y, con esto y á fuerza de abrigo y de dulces palabras, logró al cabo hacerla entrar en reacción y que se durmiera tranquila y sonriendo....

Pensó entonces en sus propias desdichas el infortunado inaugurador de monumentos amatorios: mudóse de ropa: pidió al cocinero algo que almorzar, y almorzó solo en su cuarto, con más tristeza que apetito: encendió luego la chimenea del salón, y calentóse allí largo rato, fijando una mirada, primero indiferente, después curiosa, y por último hambrienta, en la alta pila de cerrados periódicos que había sobre la repisa: levantóse y huyó, para librarse de la tentación de leerlos, y se asomó á todos los balcones y ventanas del edificio, á ver si por alguno descubría un pedazo de cielo raso....; pero halló que el tiempo estaba cerrado en agua para muchos días por los cuatro puntos del horizonte: y, en fin, no sabiendo qué hacerse, y temeroso de renegar del clásico i.° de Octubre, encaminóse de nuevo á la habitación de Julia, en el instante mismo que ella salía diciendo:

—Me siento bien....; y como te suponía muy aburrido y fastidiado, iba á buscarte...

III.: HABLAR POR HABLAR.

A todo esto no eran más que las once de la mañana.

Julia tomó también algún alimento, servida por nuestro héroe, que, decidido á reir mucho aquel día, se echó una servilleta al hombro y dijo mil donaires, afectando ser un mozo de comedor de la villa y corte....—Y cuando aquella graciosa escena hubo terminado entre los aplausos de la doliente beldad, el reloj marcó.... las once y media.

Arrimáronse después á la lumbre: Guillermo dirigió á su amada algunas galanterías que ya le había repetido en varias ocasiones: dióle las gracias por la fina idea de haberse puesto aquel día la bata azul con que se le presentó por primera vez un año antes á aquella misma hora, y, en seguida, bostezó dos ó tres veces mirando á las ascuas.—Entre tanto, las agujas del reloj sólo habían avanzado hasta señalar.... las once y cuarenta minutos.

Sin embargo, el terrible «¿qué hacemos?» no salió de labios del amante, y, seguramente para defenderse de decirlo, y no queriendo tampoco hablar del fiasco de la inauguración, buscó á toda prisa otra materia de coloquio, y tuvo la mala fortuna de fijarse en esta:

—¡Ya se habrá casado el bárbaro de José! —El año que viene tendrá un chico, y á los treinta y ocho años será abuelo....—¡Con qué prontitud y lisura hallan la felicidad estas gentes!,... ¡Dijérase que nacen, viven, aman y se reproducen, como los animales y las plantas, cuando determinan las estaciones!

La Pródiga se sonrió, y luego expuso con afectada indiferencia:

—Verdaderamente, á ti te convendría mucho tener un hijo....

—Di que nos convendría á los dos.... (apresuróse á responder Guillermo).—Yo no quiero felicidad ninguna que no proceda de ti.... — ¡Pero reconocerás que sería muy dulce (hoy, por ejemplo, que no podemos salir de casa) ver aquí, entre nosotros, á un angelote, que la mitad fuera Julia y la otra mitad Guillermo, con quien pasar el día oyéndolo disparatar!....—Y no creas que esto es quejarme de mi suerte.... ¡Con tu amor me basta para ser enteramente dichoso!....—Es hablar por decir algo: ¡hablar por hablar!, como suele decirse....

—Habla, hombre: habla todo lo que quieras.... (contestó pacientemente Julia). ¡Cuanto más claro hables, estaré más contenta y tranquila!—Lo único que podría dolerme, fuera que me ocultases algún dolor.... ¡Tal seguridad tengo en poder curártelos todos, aunque sea á costa de extraordinarios sacrificios!....

—¡Lo sé!.... Pero la conversación toma un giro demasiado triste.... (replicó el joven).— Déjame dormitar aquí un poco, que hoy me he levantado con estrellas, y tengo sueño.... —Verás cómo me despierto de mejor humor....—Si entonces ha dejado de llover, montaremos á caballo, y pasearemos por el valle hasta la hora de sentarnos á la mesa con esos presumidos y estúpidos novios, con los avisados autores de sus días y con la bachillera madrina suplente, á todos los cuales siento ya muchísimo haber dispensado tanta honra y tener que dirigir la palabra....— En fin: ¡te digo que el alevoso temporal de hoy me ha disgustado de un modo atroz!....

—Pero no te marches, vida mía.... Quédate.... y mírame....—¡Ah! ¡Dormir en este sitial, sabiendo que tú me velas en ese otro, no será dormir realmente!.... ¡Será una deliciosa embriaguez de amor!....—¡Qué bonita eres, Julia, y qué buena!....—Si no he despertado á las doce, llámame....—¡Lástima de mis estatuas.... y de mis amorcillos.... y de mis inscripciones!....

Así diciendo, el fastidiado poeta se quedó profundamente dormido.

Julia dejó de mirarlo entonces, y murmuró, cruzada de brazos y fijos los ojos en las cambiantes brasas del hogar:

—¡1.° de Octubre!....

IV.: la vuelta de la boda.

Abismada en honda meditación, que alternativamente le hizo sonreír de un modo siniestro, ó temblar como si recibiera crueles heridas, permaneció mucho tiempo la Pródiga, hasta que, cerca de la una, la sacó de aquel horrible estado el lento andar de muchas caballerías que pasaban por debajo de los balcones, y que al fin se pararon á la puerta del Caserón.

—¡Silenciosa y desanimada vuelve la boda!....—pensó, yendo á asomarse á los cristales.

Y el ruido que hizo al moverse, despertó á Guillermo, el cual se acercó á ella, dicién-dole con ternura:

—¡Qué bien he dormido!....—Por cierto que he soñado que estábamos en Madrid...., y que tu, gran picara, querías á otro....— Pero ¿qué diantres ocurre ahí abajo? ¿Por qué manotean tanto en silencio esos imbéciles?

No se había equivocado Julia: todos los cortijeros regresaban del pueblo muy lúgubres, como si alguna desgracia, amén déla de mojarse, les hubiera pasado.—Había más: José estaba furioso, á juzgar por los golpes que se daba en la cabeza: Brígida lloraba á lágrima viva, y el tío Juan le enseñaba el puño, amenazándole: la tía Francisca cuestionaba al oído con el tío Antonio, y éste no cesaba de hacer enérgicas señas á unos y á otros para que callasen.—Todos los personajes nombrados y la suplente Antonia se habían apeado ya de sus cabalgaduras, mientras que los demás, es decir, los testigos de ambos sexos, seguían montados; y por cierto que se reían irónicamente ó ponían semblante de indignación y repugnancia, según las alternativas del caso....

Pronto comprendieron Guillermo y Julia, por los ademanes y gestos de aquellas gentes, á qué se reducía la cuestión....—Resistíase Brígida á entrar en el Palacio, y quería encaminarse á su casa. Forcejeaba el tío Juan para obligarla á lo contrario. José estaba de parte de Brígida, y le hacía señas de que no cediese. La tía Francisca parecía disculpar ó justificar la oposición de su nuera á subirá ver á los Señores y á comer con ellos. El tío Antonio apoyaba al tío Juan, mostrándose apuradísimo ante la idea de que se hiciese tamaño desaire á su ama, y los espectadores influían todo lo posible, con imponente unanimidad, para que los novios los siguieran al caserío, haciendo al efecto con manos y cara demostraciones de aversión y desprecio á la noble vivienda.

Julia y Guillermo no se hablaban; pero estaban pálidos de terror y de cólera.—¿Á qué obedecía aquella insolente sublevación, aquella ingratitud, aquel insulto, cuando José. Brígida y sus parientes estaban conformes la noche antes en comer con ellos, y hasta parecían muy agradecidos á tal distinción? ¿Por qué se negaban á presentarse á sus efectivos compadres, que tantos regalos les habían hecho? ¿Ni cómo se mostraban tan hostiles los demás vecinos de la Cortijada, después de haberle ofrecido al tío Antonio ir al baile y al refresco?

Preguntándose estaban todas estas cosas Guillermo y Julia, cuando el tío Juan los divisó á través de los cristales, y señaló á dios, como si dijera:

—¡Ya véis que nos están mirando, y que es indispensable entrar!

El argumento surtió maravilloso efecto.

Todos los cortijeros y cortijeras extraños al conflicto se avergonzaron y asustaron, y corrieron á esconderse en sus tugurios, mientras que los convidados á comer penetraron en el Palacio, llenos de terror,—por aquello de que no es fácil ni llano desobedecer ó desacatar de pronto á los poderes que se ha respetado largo tiempo.

Julia se apartó del balcón y se dirigió á la puerta, con aire resuelto y digno, como si fuese á tomar una determinación heroica.

Pero Guillermo la atajó, preguntándole secamente :

—¿Á dónde vas?

—Á hablar con el tío Antonio, y á poner término de una vez á estas majaderías....— respondió la Pródiga, fingiendo dar poca importancia á lo sucedido, al ver la actitud airada de su amante.

—No son majaderías,... ¡Son cosas muy graves, en que yo debo intervenir directamente! (replicó el joven con altivez y despecho).—! Necesito oir de labios del mismo capataz la explicación de la asquerosa lucha que hemos presenciado!—¡Estoy ya harto de aguantar groserías de estos rústicos!—Si te permitiera ir á entender en el nuevo agravio que nos hacen, lo transigirías con tu excesiva bondad, dejándome expuesto á mayores ofensas!....—¡Tío Antonio! ¡Tío Antonio! ¡Suba V. inmediatamente!

Estas últimas voces las daba ya el huésped desde el corredor, á donde había salido muy furioso, desentendiéndose del mudo ruego que Julia le dirigía con las manos cruzadas.

Regresaron luego los dos amantes al salón. La Marquesa, contraída y torva, como presintiendo irremediables desdichas, sentóse en el sitial que acostumbraba, y reclinó la frente sobre una mano, mientras que Guillermo se paseaba con rapidez, ó más bien daba vueltas en medio de la estancia, á modo de enjaulado león en el acceso de la calentura.

V.: ¡Exageraciones !...

No tardó el tío Antonio en preguntar desde la antesala:

—¿Dan los Señores licencia?

—¡Entre V., y déjese de zalamerías!—gritó el joven.

El pobre viejo se presentó más amarillo que la cera, y dirigió á su señora una mirada de suprema angustia.

Pero la Pródiga tenía clavada la vista en el fuego, y no se dió por entendida de la llegada de su antiguo servidor y actual dueño del Palacio y del Cortijo.

—Explíqueme V., sin embustes ni circunloquios (continuó Guillermo, plantándose enfrente del anciano), por qué razón y motivo, ni su mujer de V., ni su hijo, ni su nuera querían subir á vernos, cuando les hemos dispensado el honor de ser padrinos de la boda, y de convidarlos á nuestra mesa..,.

—Señor.... (tartamudeó el tío Antonio, apoyándose en una silla para no caer al suelo): la Señora sabe que yo no digo nunca más embustes que los que S. E. me manda...

—¡Pues la Señora le manda á V. en este momento que diga la verdad! (repuso el joven).—¿No es cierto, Julia?....

—Habla, Antonio.... — pronunció secamente la dama, sin apartar la vista de la lumbre.

El anciano volvió á clavar los ojos en la rígida figura de la Marquesa, cuyo rostro expresaba juntamente desesperación y conformidad, y dos lágrimas corrieron por sus arrugadas mejillas....

Limpióselas luego con los dedos, y exclamó respetuosamente:

—Señorito.... ¡Bien sabe Dios qne quisiera haberme muerto el año pasado tal día como hoy!....—[Bien sabe Dios que preferiría ver amortajada á mi mujer ó comido de lobos á mi hijo á tener que contar delante de mi Señora lo que nos ha pasado esta mañana en el pueblo!....—Pero, en fin, sus excelencias han visto desde el balcón la cara que traían todos los acompañantes de la boda, así como el llanto.de Brígida y de mi mujer, y de nada serviría que yo negase que.... ¡vamos!.... se nos ha aguado la fiesta.—Por consiguiente, lo mejor de todo es no acordarse más de este desgraciado casamiento....

—¿Qué ha sucedido en el lugar? (tronó el joven, disfrazando ya su terror con la ira).— ¡Vamos! ¡Pronto! ¡No tema V. que nos muramos al saberlo!—¿Se ha negado el Cura á casar á José, porque yo no he ido todavía á su muy amada iglesia?

—¡Ave María Purísima!—No, señor.... (respondió el capatáz, entonándose algo). No es eso precisamente....—¿Qué tiene que ver lo uno con lo otro?—¡Dios nos libre!— ¿Por qué había de pagar mi hijo culpas...., digo, faltas..., digo, obligaciones ajenas?— Lo que ha pasado (y por eso venían todos los acompañantes tan prevenidos contra esta casa, y Brígida y mi mujer tenían tanto miedo de subir).... es que el Sr. Cura, después de explicarnos, según costumbre,... (perdónela Señora), que los que no van á misa y viven como casados, no estando casados.... (perdone el Señor), no son.... ¡vaya! no son, como si dijéramos, amigos ni conocidos de la Parroquia...., acabó declarando que no pueden sus excelencias servir de padrinos de casamientos...., ni de nada que tenga relación con Nuestro Señor Jesucristo....

—¿Y qué? ¿No se han casado José y Brígida?—preguntó vivamente Julia, levantándose muy sonrojada.

—¡Sí, Señora!.... ¡sí, Señora! ¡Ya están casados!.... (se apresuró á responder el labriego).—Pero vuestras excelencias no han figurado como padrinos, ni tan siquiera de nombre....—El tío Juan y su sobrina Antonia han sido los verdaderos compadres....

Julia y Guillermo se miraron con horrible tristeza.

—¡Figúrense Vds (prosiguió el tío Antonio, creyendo atenuar el caso) qué no habré yo dicho al Sr. Cura para ver si les evitaba semejante desaire, de que pronto se enteró todo el pueblo, gracias á la mala fe del intrigante Secretario.... — Pero su merced, que es hombre muy atestado y valiente, aunque parece una mosquita muerta, se puso por las nubes, y hasta habló de.... creo que dijo descomulgarnos, y de no darnos ya nunca la absolución, á los que defendiéramos ó tratáramos á los enemigos de Dios y déla Virgen.... (En fin.... ¡exageraciones!.... pues yo sé que la Señora es una santa, aunque ahora esté distraída y no vaya á la iglesia....)—Sin embargo: como estos infelices no han visto el mundo más que por un agujero.... (¡yo estuve en Madrid con el difunto Sr. Marqués, que santa gloria haya!), son tan poquita cosa y tan asustadizos, que comenzaron á llorar y á pedir perdón, y hasta mi propia mujer me faltó al respeto....—En una palabra: ¡ yo no sé qué camino tomar hoy para meter por vereda á esas gentes, y creo que lo mejor será no hacerles caso, ínterin llega el 1 de Agosto del año que viene y los despido á todos!....—En cuanto á mi mujer y á mi hijo y á Brígida, yo respondo con la cabeza de que subirán á comer en cuanto los señores les avisen,...

—¡Que no suban! (exclamó Guillermo con arrogancia, mientras que la Pródiga, falta ya de valor, volvía la cabeza para que no la viesen llorar, y se dejaba caer sobre una silla).—¡Que no suban!—¡Dígales V. que ya no hay comida de boda, ni baile, ni refresco, ni necesitamos volver á verlos jamás!—V. mismo puede retirarse....—El cocinero nos bastará para todo, en tanto que mando por criados á la Capital.

El tío Antonio, el amo del Cortijo, se inclinó hasta el suelo, con más dolor que enojo, y dio un paso atrás para irse, no sin dirigir á la Marquesa otra mirada de amor y compasión.

Julia se levantó entonces: dio á besar su mano al pobre viejo, y, volviéndose hacia el irritado huésped, dijo:

—Mi buen Antonio no tiene la culpa de nada, y merece ser tratado con mayor consideración.—¡Vete, Antonio!.... Luego te llamaré, y hablaremos.—En cuanto á la comida, baile y demás festejos de dentro de esta casa, di que estoy enferma, y que se dejan para otro día....—Celebraré que tus hijos sean venturosos muchos años....

El fiel servidor cubrió de lágrimas y besos la mano de la Pródiga, y se retiró, sin volver la espalda, después de hacer otra profunda reverencia á Guillermo.

VI.: MODUS VIVEÑDI.

Qué piensas hacer? ¿Qué vas á decirle á solas al capataz?—preguntó agria-mente Guillermo á Julia cuando se quedaron solos.

Julia respondió con asombrosa calma:

—Nada pienso decirle de estos asuntos, ni nada tenemos que hacer; pues nada importante nos sucede.—Sin tu fatal inclinación á la popularidad y á la gloria; sin la ambición que te disgustó de Madrid, que á mí te trajo y que aquí te hace remover cielo y tierra para darle alimento; sin tu imprudencia de fijar la vista y buscar admiración y aplauso en el mísero público de una Cortijada, no tendríamos que lamentar la escena del i de Agosto ni la de hoy, pues ni áun el pobre Cura se hubiera acordado de que estábamos en el mundo.... Pero has pedido á la soledad los obsequios sociales, y te ha contestado con todos los inconvenientes de la Sociedad.— Debemos, pues, olvidar lo ocurrido; no volver á pensar en los humildísimos rústicos que nos rodean, y buscar la dicha en nuestra propia alma, en nuestra amistad, en nuestro amor...., si es que todavía te basta eso para ser feliz....

Guillermo inclinó la cabeza con abatimiento, y murmuró después de una pausa:

—¡Execrados por todo el mundo!....—¡Esto no se puede aguantar!—¡Despidamos á esos atrevidos patanes!.... ¡Busquemos nuevos colonos y servidores!

—¡Eso no! (respondió Julia).—Antes me marcharía yo misma que despedir á doce familias de la tierra en que nacieron....—Además: yo no tengo aquí tantas atribuciones como te he hecho creer....

—¡Pues marchémonos á otra casa de campo, donde nadie nos conozca!....—Yo soy rico....

—¡Acabaría por sucedemos lo mismo que aquí, á menos que viviéramos enteramente solos, lo cual únicamente es práctico y hacedero en las novelas!—Donde quiera que vivamos, las leyes y las creencias, y, por consiguiente, los hombres, serán enemigos de nuestra ilegítima ventura....—Ya te lo anuncié hoy hace un año.—Resignémonos, pues, á vivir incomunicados con la especie humana, cosa que á mí no me mortifica de ningún modo y que bien podemos hacer en este Cortijo, sin más que cerrar los ojos al pasar por delante de las cabañas de esos labriegos....— Servidores que lo sean hasta dentro de su espíritu; criados enteramente serviles, ó sin conciencia, podremos traerlos de la capital....—Aquí no los hay.

—¡Otra idea me ocurre! (agregó el joven con la mayor naturalidad).—¡Vámonos áMadrid!....—Allí se tolera todo.... Allí hay libertad: allí hay.... hasta soledad, en medio del bullicio y de la muchedumbre....

Julia lo miró con espanto, y dijo:

—¡También hablamos de eso lo bastante el año pasado para que comprendieras que no debías proponérmelo hoy!....—Además: yo creía que, posteriormente, en la Corte, habrías formado cabal juicio de lo que yo he sido en el mundo, y que estarías al cabo de que la Marquesa Julia de.... no puede volver á la sociedad sin muchos millones con que aplastar á antiguos envidiosos y constantes hipócritas.—¡Desgraciado de tí si fueras á Madrid conmigo!....—¡Los duques y los ministros te tratarían con más horror que estos cortijeros!—Convéncete, Guillermo.... Yo no personifico la sociedad, ni la familia.... ¡Yo no soy más que el amor; el amor natural, el amor libre, sin otros goces que el culto recíproco de dos seres aislados!....—Tampoco dejé de advertírtelo en nuestra primera conferencia...—Así, pues, el día que yo no baste á tu felicidad, déjame y vete, ya sea en busca de otro amor...., ya sea en demanda de tu futura familia, que es lo que lealmente te aconsejo.—Esto es hablarte como cumple hablar á la llamada Pródiga; y, en la inteligencia de que así lo harías, te di hace siete meses mi amor, el resto de mi vida, el resto de mi paz, el aprecio de que aquí gozaba, todo lo que yo era y podía ser en el mundo.... —¡Imagínate ahora cuánto te adorará mi corazón!

Guillermo, á fuer de joven y de impresionable, quedó deslumbrado, al par que lleno de gratitud y lástima, ante aquel abismo sin fondo de generosidad y ternura.... Sobrepúsose, pues, á las tremendas emociones que aún agitaban su ánimo, y exclamó apasionadamente:

—¡Julia mía!,... ¡Dices bien!....—Tú y yo nos bastamos para ser felices.... ¡Donde quiera que los dos estemos, sobrará el mundo, en el cual no debemos fijar los ojos!....—Seguiremos viviendo aquí años y años, sin volver á pensar en las ridiculeces que tanto nos han amargado en el día de hoy!—¡Ven á mis brazos, gloria de mi alma, y perdóname todo lo que te ha hecho padecer mi inexpe-riencial

VII.: CUENTAS ATRASADAS.

Guillermo y Julia comieron solos y opíparamente, servidos por el cocinero en persona, sin que ninguno de los dos se rebajase á preguntar qué era entre tanto de los novios y de sus afligidos padres y asustados amigos.

Terminada la refección á cosa de las tres, y visto que seguía lloviendo, decidieron jugar á las damas.

La partida comenzó con mucho entusiasmo y palabrería; pero no tardó el joven en observar que su hermosa antagonista jugaba mejor que él, y que procuraba ocultarlo y no ganar, por no herirle en el amor propio.... —Aburrióse, pues, el poeta ingeniero, y, pretextando dolor de cabeza, dijo con visible mal humor:

—¡Qué juego tan soso!....—Si te parece, lo dejaremos....

¡Verdaderamente, el pobre estaba algo febril por resultas de las contrariedades de aquel infausto día!

Al cabo de un momento, se puso á tocar el piano.—Pero era tal la crispatura de sus nervios, que no acertó á darse gusto, y áun incurrió en muchas faltas de ejecución material....

Volvió, por tanto, al lado de Julia; y, no sabiendo cómo pasar la tarde, tuvo la desgraciada ocurrencia de decirle:

—Suponías hace poco que yo habría oído contar en Madrid tus aventuras....—En efecto: allí me han referido versiones muy distintas....—Y, pues nada mejor tenemos que hacer en este momento, podrías narrarme tu verdadera historia, en la seguridad de que yo la oiría con indulgencia y mansedumbre.... en todo lo que hiriese mi vanidad de amante....

—¡Mi historia no es para contada, sino para olvidada!.... (respondió la Pródiga con mal disimulado enojo).—Y ahí tienes otro de los inconvenientes de amar á deidades que no son niñas ni han sido santas....—¡Mucho, muchísimo siento, vida mía, que no te pertenezca ni pueda lisonjearte mi pasado!.... ¡Pero esta es la verdad!.... ¡Sic fata voltie-runt!

Guillermo se picó á su vez, aunque conociera que él había estado inconvenientísimo; y, atendiendo más á unos tardíos y retrospectivos celos que á toda consideración de hombre galante, replicó ferozmente:

—Declarar que tu pasado no me lisonjea, quiere decir, cuando menos, que lisonjea tu memoria....—Sepa yo, pues, hasta qué punto he sido aventajado, y así podré corregirme....

—Tú estás malo....—¡No hablemos más hoy!—repuso Julia, temblando de vergüenza y de desprecio.

Y, en seguida, se echó á llorar.

Guillermo se aterró al ver las consecuencias de su falta, no menos que se había complacido en cometer la falta misma, y consoló prolijamente á la Marquesa, parafraseando estos conceptos:*

—Efectivamente,estoy malo....—Perdona que tenga celos hasta del aire que respiraste antes de yo conocerte....—Todo lo que yo pueda decirte desagradable es amor, y sólo amor....—Procuremos pasar contentos las últimas horas de este malhadado día, en que tan felices esperábamos ser....

Julia perdonó á su rendido amante, ó, por lo menos, le sonrió con inagotable dulzura.

VIII: SIN MÚSICA.

Así llegó la noche, cuando apenas eran las cinco y media.

Seguía diluviando.

Nadie hubiera dicho que en aquella Cortijada había una boda, y boda tan importante como la del hijo del capataz de la finca.—En el caserío rústico reinaba profundo silencio, sólo turbado por el continuo llanto del temporal.—Ni la guitarra, ni los platillos, ni las castañuelas, ni las palmadas y coplas del baile de rigor habían sonado en toda la tarde, ni era ya de esperar que sonaran....—¡Tristes desposorios los de José y Brígida!

Aquel silencio, acusador y depresivo, ya se le juzgara voluntario, ya se le considerase forzoso, pesaba como un remordimiento sobre el espíritu de Guillermo y Julia, que no podían olvidar la terrible causa que lo había motivado. Figurábaseles que era una tácita confirmación de las censuras del Párroco^ que, por tal medio, seguían desairándolos y huyéndoles todos los moradores del Cortijo.—«Vivierais dentro de la ley.... «(parecía decir la soledad á la Marquesa y al »madrileño); estuvierais casados; formarais »parte déla sociedad humana, y el vetusto «Palacio estaría resonando á estas horas en «risas y alborozo, y vosotros seríais los hé-«roes déla fiesta, y vuestros nombres figu-«rarían en todas las coplas, y correría el vino «de mano en mano, y danzarían los jóvenes, «y llorarían de felicidad los viejos, y no ce-«sarían las bendiciones á vuestras excelen-«cias los generosos compadres de la bo-»da!....—Pero habéis preferido vivir desver-«gonzadamente en la Cortijada, como si fue-»ra un desierto...., y el desierto creado por «vuestro feroz egoísmo os presenta ahora to-«das sus esquiveces, toda su mudez, todo su «desamparo....»

Callaban, pues, nuestros amantes en las densas tinieblas, sólo esclarecidas, cerca del hogar, por los rojizos destellos de la lumbre....—Ni ¿cuál podía ser en tal noche el asunto de su conversación?—¿Cabía hablar de lo pasado?—¡ En manera alguna!—¿Habían de comunicarse lo que pensaban en aquel momento?—¡ Imposible de toda imposibilidad!—Y, respecto del porvenir, Guillermo se había cansado de formar planes en voz alta sobre lo que harían aquel invierno, dentro del caserón, cuando la lluvia ó la nieve les impidiera gozar del campo....

—Estudiaremos el alemán.... (había dicho).—Pero ¿para qué, si nunca hemos de volver al mundo?—¡Mejor será poner un gimnasio en el entresuelo!.... ¡Trabajando en él, nos libraremos de reumas por falta de ejercicio!....—Si tuviéramos algunos millones, convertiría en un verdadero lago navegable, con sus lanchas y todo, la parte baja del valle...., á cuyo fin me pasaría el invierno haciendo los planos del muro de contención, del embarcadero, etc.—¡Pero estas son ya palabras mayores!....—Me contentaré con trazar un camino subterráneo para ir desde el Palacio á la Vega sin pasar por el Caserío; pues no quiero volver á ver á esas gentes....— Ó, si no, te retrataré al óleo; que para eso traje lienzos, caballete y paleta....—¡ En fin, habrá que matar el tiempo de cualquier modo, en tanto que vuelven los días de gala de la Naturaleza!....

Julia no había contestado ni una palabra.

Y entonces fué cuando Guillermo comenzó á callar también....

—¿Duermes, vida mía?—preguntó al cabo de media hora el amado á la amada.

—No, señor; no duermo.... (respondió ella con graciosa ironía). ¡Lo que estoy haciendo desde que te callaste es admirar el poder y la actividad de tu espíritu!....—Pero bueno será decir ahora que traigan luz, á riesgo de que se desvanezcan tantos fantasmas como acaba de crear tu insoportable horror al ocio.

Acababa Julia de pronunciar estas palabras, cuando sonaron pasos en la galería, entró alguna claridad por debajo de la puerta, y se oyó la voz del tío Antonio que preguntaba desde la antesala:

—¿Dan sus excelencias permiso?

—Pasa, Antonio....—respondió la Pródiga.

—¡Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar!—¡Tengan sus excelencias muy buenas noches!....—añadió el viejo, entrando con dos lámparas encendidas y colocándolas sobre la chimenea y en el velador.

En seguida hizo un reverente saludo, y dijo á su ama con voz que hubiera ablandado las piedras:

—Señora: Los novios están en mi casa, muy afligidos; y, antes de marcharse á la suya, piden permiso para subir, con el tío

Juan, á verá sus excelencias....—Mi pobre mujer ha tenido que volver á meterse en cama....—Conque ¿perdonan los señores á mis hijos?.... ¿Les digo que suban?

—Mañana, Antonio.... Mañana los veremos.... (respondió la Marquesa).—Esta noche no me siento bien.—Diles que les deseamos muchos años de felicidad...., y que desde ahora mismo pueden bailar y cantar cuanto gasten, así ellos como todos los habitantes de la Cortijada, en la nueva casa de José y Brígida, ó donde les parezca....—Márchate tú también con los novios...., y procura desaturdirte un rato, que buena falta te hace.—Dile al cocinero que nos suba la cena á las nueve....

—Yo no pienso cenar..,.—interrumpió Guillermo.

—Ni yo tampoco.... (se apresuró á añadir Julia).—Por consiguiente, puede también el cocinero irse al baile.—Que se mejore Francisca, y adviértele á José que, aunque se haya casado, le arrancaré las orejas siempre que me acomode....—Más claro: ¡dile que sea bueno con Brígida, como tú lo has sido con tu mujer!....

—Señora.... ¡es vuecencia la santa de siempre!.... (exclamó el tío Antonio, poniéndose de rodillas).—¡Permítame que le bese otra vez la mano, y perdone que se la manchen las lágrimas de este pobre viejo!

—Anda con Dios, hombre.... Anda con Dios....—respondió Julia muy conmovida.

—Ya subirá luego Frasco el pastor con el periódico, y los Señores le dirán si deciden tomar algo....—Las noches son ya muy largas para acostarse sin cenar!....—Beso los piés á sus excelencias.

Así dijo el anciano, y se retiró andando hacia atrás y haciendo muchas cortesías á Guillermo,—quien no se dignó contestar á ninguna de ellas, ni lo había mirado un solo instante.

IX.: CON MÚSICA.

Pronto comenzó á sonar á lo lejos gozoso y animado toque de guitarras, castañuelas y platillos, seguido de palmadas y coplas..,.

Todo ello, armonizado por la distancia, y destacándose entre el rumor de la lluvia, formaba agradabilísimo concierto, cuya cadenciosa melodía, al par alegre y triste, recordaba los cantos árabes ó las bíblicas pastorelas.—Había además en aquel eco de remota zambra con que se festejaba el matrimonio de la rústica virgen y del fanático mancebo, algo de patriarcal y de sagrado, cuyo regocijo contrastaba agriamente con el tedio que en el nobiliario salón sentían Guillermo y Julia.... Sobre todo, el agudo y perpetuo retintín de los metálicos platillos parecía encargado de repetirles sarcásticamente verdad tan amarga y de hacerles envidiar los bienes y provechos de la familia desde las áridas rocas del concubinato....

Hasta qué punto era capaz el joven de comprender su desventura, ya lo especificamos al verle reverenciar en las humildes viviendas del Cortijo los afectos domésticos de que se creía privado para siempre; pero la misma desesperación, su orgullo recientemente herido y la presencia de la Pródiga le impidieron aquella noche reconocer la santidad de la institución ó sacramento que, en todos los climas, en todos los siglos, en todas las civilizaciones, y áun en los pueblos más in-cultos y salvajes, funda la casa, legitima la familia, vincúlala propiedad, normaliza la propagación de la especie y da cuerpo y organismo á las colectividades llamadas tribus ó naciones, y después sociedades ó Estados.... Y así fué que, prestando más oídos á su rabioso despecho que á aquella noble envidia, exclamó sardónicamente:

—¡Cómo retozan esos animales! jQué ruido mueven para que no ignore el mundo que una virgen va á dejar de serlo! ¡Qué presumido y sandio será hasta la consumación de los siglos el bípedo que nació sin plumas!

—¡Tú estás malo, mi querido Guillermo! (volvió decirle la desterrada,—en cuyos tristes ojos y ceñuda frente se leía que estaba siguiendo las desconsoladoras reflexiones de su amante).—Tu corazón y tu entendimiento valen mucho más que todo lo que la ira y la calentura te han hecho decir hoy....—¿Por qué no te acuestas?

—¡Eso es! (respondió el joven con desagrado). ¿Por qué no me acuesto á las seis y media de la noche, que es como si dijéramos á media tarde?

Julia inclinó la cabeza, agobiada por el inmenso fastidio del pobre ingeniero.

X.: EL INDULTO DE «LA ÉPOCA.»

Una hora después llegó Frasco el pastor con el periódico.

—¡Tan temprano!—le dijo Guillermo, cogiendo el papel maquinalmente.

—Sí.... señor.... (respondió el montañés). —Me fui con tiempo al Lugar, y he vuelto muy de prisa para disfrutar un poco del baile...., en el caso de que los Señores llegaran á conceder su venia, como veo que la han concedido....

—Pues anda con Dios.... ¡ y que te diviertas!....—repuso el joven con acento de sangrienta burla.

Y, luego que el pastor se hubo marchado, comenzó á dar vueltas entre las manos al cerrado y fajado número de La Época, ó á servirse de él como de pantalla para defenderse de las llamaradas del hogar.

Era la primera vez, desde que estaba en el Cortijo, que cogía el aristocrático diario.

Julia lo miraba de reojo, disimulando á duras penas su inquietud y su angustia.

De pronto, Guillermo soltó una breve y falsa carcajada, y exclamó con mal fingida indiferencia, mientras que su vista devoraba el doblado papel:

—¡Diantre! ¡ Qué casualidad!.... ¡Tengo puesto el dedo casi encima del nombre de mi amigo Enrique....—¡Ya recordarás!.... De los dos que vinieron aquí conmigo, el más delgado.... ¡ Un mal sujeto, tan envidioso y presumido como tonto!....—¡Mira! ¡mira lo que dice de él!....—«No se le jpuede disputar al Sr. Pérez y López (D. Enrique).,..»— —Este doblez no me consiente leer más.... Pero antójaseme que bien puedo faltar á una antigua promesa, con el santo fin de saber qué es lo que no se le puede disputar al más fatuo de los mortales....

Y, así diciendo, le quitó la faja al periódico.

Julia sintió como un sudor de muerte; pero disfrazó su emoción, aparentando grande júbilo, y tartamudeó estas palabras:

—¡Gracias á Dios que se rompió el hielo! ¡Llegó el día del indulto para La Época....— ¡Lee!.... ¡Lee eso que le pasa á tu amigo Enrique!....—¡También tengo yo curiosidad de saberlo!

—¡Que atrocidad! (exclamó el joven, sin oir á su querida). ¡ El necio de Enrique va á ser Ministro de Fomento!....—¡España está dejada de la mano de Dios! ¡Ministro el que plagiaba mis discursos!....—Pero.... ¡calla! ¡también leo aquí mi nombre!.... Me llaman «¿/malogrado Guillermo de Loja! ...» Por lo visto, en Madrid me han dado por muerto.... —Oye, oye el párrafo; que es curioso:— «Próxima la reapertura de las Cortes, no se *le puede disputar al Sr. Pérez y López {D. Enrique) la cartera de Fomento, que y»en mal hora usurpó D. Lucas de la Guary»dia al que de derecho la había ganado en »buena lid, almalogrado Guillermo de Loja»—Bien podemos calificar así al insigne ora-»dor que,justamente indignado ante la mala »pasada del actual Presidente del Consejo deMinistros, dejó la vida política, en que tan »brillantemente entraba á la edad de veintr »seis años, y abandonó para siempre esta Villa y Corte.—íntimo amigo particular y apolítico del ilustre Loja, el Sr. Pérez Ló-»pezy cuyo elocuente discurso sobre enseñan*\a, pronunciado en la anterior legislatura, »recordarán nuestros lectores, parece muy »natural que reemplace hoy en el Gabinete ^al pobre D. Lucas, que tan desairado papel »hi\o en el banco a\ul la legislatura pasada yypor su falta absoluta de talento, de instrucción y de dotes oratorias

—¡Sí que es curioso el párrafo! (contestó Julia, cuando Guillermo acabó de leer en voz alta). Y de él se deduce.... que, si mañana salieras para Madrid, dentro de tres días serías Ministro de Fomento, en lugar de Enrique.... *

—¡Líbreme Dios!.... (murmuró el joven, sin dejar de leer para sí, y demostrando el ansia del hidrópico que ha probado el agua). ¡Dios me libre de disputar carteras á nadie, y menos al pedantísimo Sr. Pérez!....—¡Ah! iQué Madrid! ¡qué Madrid!....—¡Pero esto es mejor!....—¡Qué escarnio! ¡qué vergüenza!....Oye.... oye lo que dice la Revista de Salones:—....«También se asegura que la »joven Duquesa viuda de Almuñécar, cuyo y»luto está ya en el período de alivio, recibirá y»este invierno á los amigos que considera «corno de familia, y que sus reuniones, más ^artísticasy literarias que de vano galanteo, »acabarán en patriarcales cenas á la antigua española.»—¿Sabes tú quién es la Duquesa de Almuñécar?—¡Pues es una niña, hija de los Marqueses de Pinto, que, en el espacio de siete meses, ha sido: i.°, virgen ideal, amantísima de la pintura ascética; 2.0, mujer de un viejo septuagenario muy rico; 3.°, dolorida y enlatada viuda; y^0, viuda.... de alivio, que, por lo que se ve, anda ya buscando novio con quien disfrutar, en unas nuevas nupcias, de los millones que le dieron en dote como precio de su cuerpo y de su alma!....

—¡Qué ardor! ¡qué vehemencia! ¡Con qué indignación hablas de esa joven!.... (exclamó sardónicamente la Pródigaj.—¡Cualquiera diría que eras sobrino del difunto Duque!

—¡Es que si tú hubieras conocido á Pura, esto es, á la poética hija de los Marqueses de Pinto, te causaría horror tanta ferocidad!.... —repuso el cándido Guillermo.

—Conocí á sus padres, al Duque de Al-muñécar y á otras muchas gentes, que ahora serán tan viejas como yo....—Pero á las ni- • ñas poéticas de tu tiempo no las conozco, y, por consiguiente, no puedo celebrarlas ni zaherirlas....

El tono acerbo con que Julia pronunció estas palabras, al parecer indiferentes, y la mortal palidez de su semblante hicieron recapacitar al joven en la crueldad de aquella escena; y, soltando el periódico, dijo:

—En fin.... ¡allá ellos!—¿Qué tenemos que ver ya nosotros con los ministros ni con los duques?—¿Sabes jugar al ecarté? ¿Habrá por ahí una baraja?

La Marquesa no contestó.

—¡Vigésimos-quintos monos del día de hoy! (añadió Guillermo en actitud de mártir).—¡Si lo sé, no leo el periódico!—¡Pero me habías suplicado tantas veces que lo leyera, que, al ver el nombre de Enrique, no creí ofenderte repasándolo!....—¡Será el última número á que le quite la faja!

En esto se oyó en el cañón de la chimenea uno de aquellos lúgubres alaridos con que el viento anuncia los largos temporales.

Julia se estremeció, y siguió callando, cada vez más pálida y contraída; hasta que, de pronto, lanzó un grito agudo y desgarrador* cual si hubiera visto delante de sí algún horrible monstruo.... ó el espectáculo de su propia muerte.

—¿Qué es eso, Julia mía? ¿Qué tienes? ¿Qué te ocurre?—gritó el joven, precipitándose hacia ella con gran terror.

La Pródiga se llevó las manos á la frente, como si despertase, y dijo, procurando sonreírse:

—Nada....—¡Ya ha pasado!....—Una visión...., un repentino ensueño....

—Pero tú estabas despierta....

—Sí: tenía abiertos los ojos.... Y ¡ya ves!....

He delirado repentinamente....—Por fortuna, pasó....—Conque hablemos de cosas formales....—Siéntate cerca de mí, y óyeme sin chistar....—¡Más cerca, Guillermo mío, más cerca!.... ¡ Porque has de saber que tengo miedo...., mucho miedo!....

—Miedo.... ¿de qué?—interrogó el joven con toda su alma, temiendo que Julia se hubiese vuelto loca.

—Miedo de ese viento que ha comenzado á zumbar en lo alto de la chimenea.... (respondió la pobre mujer estremeciéndose).—Y ¿sabes por qué?—¡Porque he reconocido la voz del Invierno!.... ¡del Invierno, que para ti será insoportable en esta soledad, con sus ásperos días, con sus eternas noches!....— ¡Seis meses, Guillermo de mi alma! ¡Seis meses de tristezas como las de hoy!—¡Ah!.... ¡tú no podrás resistirlos!....—Llegó, pues, el instante anunciado: llegó el momento de que yo te diga:—¡Vete, Guillermo!.... Nuestros amores han terminado para siempre.

—¡Julia!.... ¿qué dices?—exclamó el joven con estupor.

—¡Lo que has oído!.... (replicó ella, tranquilizándose á medida que hablaba).—Te dije, cuando viniste en mi busca, que yo señalaría la hora de tu vuelta á Madrid, y que serían vanos cuantos esfuerzos hicieras por librarte del decreto fatal.... ¡Recordarás que hasta juré que lo cumplirías sin dilación!....—Pues bien: ya ha sonado esa triste hora: ya está pronunciado ese decreto....— Mañana te irás, amor mío.

—¡Imposible! Julia.... ¡Imposible!....¡Tú sigues delirando! (prorrumpió Guillermo, con lágrimas en los ojos y una tempestad de encontrados sentimientos en el alma).—¡Ni tú puedes desear eso, ni yo puedo cumplirlo!— ¡Yo te adoro, Julia!....

—Es muy verdad....—Y, porque lo es, quiero que te marches antes de que me aborrezcas.

—¡Yo aborrecerte!....—¡ A_h! ¡No digas sacrilegios contra nuestro amor!....—Yo te idolatraré toda mi vida....

—Como idolatra á un dios cruel y sanguinario el indio señalado para víctima....— ¡También él se presta, dócil y hasta contento, á morir al pié del ara!.... ¡También se deja sacrificar en honor de su ídolo!....—Pero yo no soy esa divinidad feroz é implacable.... ¡Yo no quiero víctimas; ó acaso he nacido más bien para serlo!....

—Julia.... No te canses.—Es inútil cuanto digas en ese punto....—¡ Guillermo de Loja no te abandonará jamás!

Así dijo el animoso joven con frialdad y entereza, cual si aquella conversación le pareciese indigna, insultante, absurda....

Y, apartándose de la Pródiga sumamente ofendido, fué á sentarse en el otro sillón y se cubrió los ojos con la mano.

—¡Leo en tu noble alma!.... (expuso ella al cabo de un momento). ¡ La más generosa compasión te mueve á detestar la idea de dejarme!—«¿Qué sería de esta pobre mujer, si yo me fuera?»—te preguntas lleno de misericordia.... Y crees que no podría seguir viviendo aquí, después de todo lo acontecido con esos labriegos....—¡Pues te engañas!.... Yo recobraré la estimación que me tenían cuando viniste.... Yo volveré á aquella vida de paz y de quietud....

—¡No mientas! (interrumpió Guillermo con sentida voz). ¡Tú sabes demasiado bien que vivirías desesperada y maldiciéndome, mientras que yo me moriría en Madrid de vergüenza y remordimientos; si ya 110 es que estaba aquí de vuelta ocho días después de marcharme!....

—¡Eres el hombre hidalgo y caballeroso que yo me he complacido en amar y que amaré siempre!.... (replicó Julia, llevándose una mano al corazón, como para acallar sus latidos de júbilo). ¡Mucho, muchísimo te agradezco lo que acabas de decirme, pues sé que hablas con entera sinceridad!....—¡Pero mi resolución es irrevocable!—También me precio yo de generosa.... Tampoco soy yo egoísta....—La soledad te ahoga; el ocio te consume; la sed de gloria te enloquece; tu inteligencia y tu ambición rugen desesperadas al verse sin empleo, sin público, sin recompensa....—¡Oh! sí: el corazón te pide á voces afectos legítimos y fecundos.... La vida que llevas fuera de la sociedad y de la ley te humilla y te abochorna.... ¡Quieres tener hogar, esposa, hijos, categoría en la especie humana....—Además: ya lo has leído.... ¡El mundo te reclama! ¡la patria te necesita!— Todo esto lo pensabas tú hace algunas semanas, y hoy lo han proclamado á gritos tu desesperación y ese periódico....—¡Ah! Yo no he dejado de observarte ni una sola hora desde que vives conmigo.... ¡Yo te he visto pensar!.... Y, cuando esta noche oías los remotos cantos de la boda de José, y callabas lúgubremente, yo sabía que estabas haciendo el resumen de tus desdichas.... —«¡No mientas/» me toca á mí decirte ahora. ¡No me niegues lo que he visto..,., lo que yo también he sentido!....—Te marcharás, pues, mañana, quieras ó no quieras.

—No me marcharé, Julia....—(contestó Guillermo con entera tranquilidad).—Es todo lo que tengo que responder á tu discurso.

La Pródiga experimentó una especie de terror como el que antes le hizo dar tan agudo y pavoroso grito, y, poniéndose de pié, balbuceó estas palabras con voz siniestra :

—¡Olvidas sin duda que el año pasado juré solemnemente que te irías...., en cuanto yo creyese que te estorbaba!....

—Te he dicho que no me estorbas.... Te he dicho que te amo....—Y, por consiguiente, ¡no me iré!—replicó Guillermo sin mirarla.

—En tal caso...., me iré yo....—articuló penosamente la sin ventura.

—¡Y yo me pegaré un tiro!—contestó el joven, retrepándose en el sillón y clavando los ojos en el techo.

—¿Quién? ¿tú?.... (gritó desolada la Marquesa, poniéndole las manos sobre la frente). ¿Mi Guillermo?—¡Ah! no....—¡Yo no quiero que tú te mates!....—Mírame....—¡Júramelo!....—Dimeque no harás eso nunca,...— ¿Ves cuánto te amo?....—¡Ya desisto de mi pretensión!.... Ni yo me iré, ni tú me abandonarás....—Olvidemos todo lo que hemos hablado....—¿Me perdonas?

Guillermo, cuya noble cabeza, inclinada hacia atrás, estrechaba la Pródiga entre sus manos, cubriéndola de maternales besos, acabó también por condolerse, y dos silenciosas lágrimas corrieron por sus mejillas.

—Te perdono, sí.... (murmuró al fin el joven, cuando la emoción le dejó hablar).— ¡Pero no vuelvas á insultarme diciéndome que te deje!.... No vuelvas á ser injusta conmigo....—Yo soy incapaz de cometer la infamia de irme....

Julia lo miró atónitamente al oirle pronunciar esta última frase, y dejó de acariciar su cabeza....

Retiró luego poco á poco las manos, para que aquel repentino apartamiento no revelara cólera ni desdén; y, sonriéndose de un modo indefinible, pálida como la muerte, y con los ojos llenos de reprimidas lágrimas, comenzó á andar hacia atrás, mientras que su voz, rápida y nerviosa, le decía con tanta dulzura como imperio:

—¡Quieto ahí!.... ¡quieto ahí!....—¡Termine con estas paces el i.° de Octubre!— ¡Tú eres incapaz de cometer la infamia de irte/....—¡Esto me basta!.... ¡Ya sé cuanto necesitaba saber!.... ¡No hablemos más hoy!— Me siento fatigadísima, y voy á acostarme.— Déjame descansar.... ¡No estoy buena!—Re-tírate á tu cuarto, y arregla allí nuestro plan para mañana.—¡Adiós, Guillermo mío!.... Adiós.... Adiós....

Así dijo la Pródiga, y desapareció, cerrando con llave la puerta que daba á sus habitaciones.

Guillermo, desconcertado y confundido por aquellas raras actitudes y afables palabras, había hecho un movimiento como para seguirla ó detenerla, y el caso fué, en definitiva, que la dejó marchar sin levantarse del sillón, y que luego sintió pena el verla desaparecer y oir que se encerraba con llave....

Cogió, pues, el malhadado periódico y lo estrujó con furia, haciendo ademán de arrojarlo á las llamas....

Pero arrepintióse en el acto; lo desarrugó cuidadosamente, y se puso á leerlo....

Y tanto le interesó su lectura, que, terminado aquel número, buscó en la repisa de la chimenea el del día anterior, y después el del precedente, yen seguida otros muchos, hasta que, cerca ya de las tres, comenzaron á agonizar las lámparas....

Volvió á colocar entonces en su sitio todos los periódicos, no sin ponerles antes su faja respectiva, para que no se conociera que los había leído, y se retiró á su cuarto muy quedamente, á fin de no despertar á Julia....

Veamos nosotros si la Pródiga dormía ó velaba á aquellas horas,—en que ya habían pasado cuatro ó cinco desde que dejó de sonar la música y el baile en el caserío de la escondida Cortijada, albergue en tal noche del honradísimo dios Himeneo.

XI.: CARTAS Y RETRATOS.

No bien penetró Julia en sus habitaciones, después de dar á Guillermo aquel adiós tan repentino y amistoso, cuya trágica solemnidad no adivinó el insensato amante, abandonáronla completamente las fuerzas, y dejóse caer en un sofá, lanzando un mal comprimido lamento de dolor y egoísmo....

Sofocó luego sus sollozos, y permaneció allí algunos segundos llorando silenciosamente en la sombra, piadosa amiga de los desgraciados que no aguardan consuelo.... La oscuridad que en aquel aposento reinaba tenía algo de la mudez y discreción del sepulcro, y Julia no vaciló en confiarle el secreto de sus miserias, su amor á la vida que iba á perder, su miedo á la muerte, su pena de dejar á Guillermo, su despecho al verse desamada....

Pronto, empero, terminó su angustia. Un fuerte suspiro, como de resolución ó descanso, dió á conocer que la conformidad y la entereza habían vuelto á su espíritu; y, después de breves instantes de meditación y sosiego, levantóse enteramente resignada, encendió luz en el aposento que le servía de gabinete, reavivó la lumbre de la chimenea, y púsose á abrir y registrar papeleras y cómodas y á colocar sobre una mesa-escritorio varios legajos, paquetes y estuches.

Preparó en seguida papel, tintero y lacre, dió cuerda al reloj que pendía de su cintura, no sin reirse irónicamente de tal acción; miróse algunos segundos, cara á cara y con torva fijeza, en el espejo de un armario, cual si se despidiera de sí misma ó se asegurase de su propio valor y arresto, y, sentándose, por último, delante del pupitre, murmuró con la sencilla tranquilidad de una heroína griega: —i Pobre Guillermo! |Qué mal día va á pasar mañana!

Pronunciada esta frase, cogió la pluma y escribió los siguientes renglones:

«Mi muy amado Guillermo:

»Si, al menos, en esta suprema y última hora de mi vida, acertaras á leer dentro del corazón de la que fué tu Julia, verías que lo que más siente al morir es pensar en el dolor que va á causarte.... Pero sírvate de consuelo, bien mío, saber que no te dejo por cansancio, por tedio, por desamor, sino porque, como te dije la infausta noche en que llegaste de Madrid, «te amo más que á mí misma, i»más que á mi propio amor, más que á mi y»infeli{ alma

»No me acuses tampoco de ferocidad ni de locura al verme tomar esta resolución.—Piensa, por el contrario, que te la he anunciado muchas veces, y que hoy es ya absolutamente necesaria.

»Te la anuncié aquella noche, y formó parte de nuestro contrato amoroso, cuando te dije: « Vienes á colocarte y á colocarme centre dos abismos....,y á mí me toca ser la víctima.»—También recordarás los fúnebres gritos que me había arrancado tu presencia.... —« ¡Insensato! ¡ Insensato!» (exclamaba yo, previendo el suicidio á que me arrastrarían tu demencia y mi generosidad). —Y, después, al aceptar la muerte que me ofrecías con tu obstinado amor, añadí lúgubremente: — «/Estaría escrito!.... ¡Era fatalidad de mi estrella!»—Tampoco habrás olvidado, mi buen Guillermo, que, cuando te negabas á prometerme que te marcharías tan luego como nuestras relaciones fuesen para tí una cadena, pronuncié estas solemnes palabras:—«Pues bien: ¡yo, la Pródiga, apongo á Dios por testigo de que no te pesaré ni un solo día, de que no me aborrecerás ni y una sola hora, de que no estorbaré á tu gloria ni á tu felicidad ni un solo instante!....»

» Ya ves que tengo buena memoria! No es culpa mía,si tomaste esos juramentos por románticos expedientes de mi flaqueza ó por trámites artísticos de mi caída....—Yo te hablaba con sinceridad. Yo te anunciaba desde luego que no inmolaría tu juventud y tu honra en aras de mi pasión, como cualquier mezquina pecadora entrada en años, de esas que, á título de esposas ó de queridas, son oprobiosa carga de pusilánimes ó demasiado generosos mancebos; sino que, por el contrario, te sacrificaría mi amor y mi vida para que recobrases la libertad cuando la necesitaras.

»Y que ya la necesitas, Guillermo mío, es indudable: lo sabes tú como yo; lo comprueba todo el día de hoy; lo atestiguan escenas ocurridas anteriormente....; [debió revelártelo hace una hora aquel horrendo grito que di al oir sonar el primer aullido de un nuevo invierno!—¡Ay!.... ¡sí!.... El espectro de mi premeditado y ya indispensable suicidio surgió ante mis ojos en aquel instante; porque en aquel instante fué cuando comprendí que tú no puedes ya permanecer ni un día más lejos del mundo, sin aborrecerme, sin execrarme, sin maldecirme!

»Si lo dudas, recuerda alguna de tus palabras y acciones de este funesto aniversario.... Recuerda la noble envidia con que te quejabas de no tener hijos.... Recuerda el dolor y la desesperación con que, al ver que un Cura de aldea y unos labriegos anatematizaban nuestra conducta ilegal y anti-social, gritaste poco después: — «¡Execrados de todo el munido!.... ¡Esto no puede sufrirse/....» Recuérdala ferocidad, hija del fastidio, con que me has invitado á contarte la historia de mis dolores y afrentas.... Recuerda que hemos llorado.... Recuerda que has leído con ansia voraz el boletín de las delicias y grandezas de la Corte.... Recuerda, en fin, las espantosas frases con que has respondido á mis súplicas de que te marcharas....—«¡No vuelcas á insultarme diciéndome que te deje!.... »(has exclamado con desaliento). ¡Yo soy incapaz de cometer la infamia de irme/....»

»¡Esto, esto me has contestado!—Es decir, Guillermo, que, no el amor, sino la compasión; no el cariño, sino la hidalguía; no el placer, sino un punto de honra, te retiene ya á mi lado....—No te recrimino por ello: antes bien, agradezco tu generosidad....—¡Pero la Pródiga no puede admitir ese sacrificio!....

—Prefiere sacrificarse ella, y se sacrificará sin odio ni amargura!....

»Ya estás curado de lo que llamé hace siete meses tu excesivo odio á la sociedad y tu exagerado amor á mi persona.—La lluvia de hoy.... (no te lo digo con ironía....) y el miedo al mal tiempo que ha de seguir ahora, te habrán convencido de que me confundiste con la Naturaleza, atribuyéndome amenidades y delicias que eran del campo y de las estaciones....—Yo contaba con ello.... Yo estaba segura de que, al nublarse el cielo, se nublaría también tu amor....—Eres joven; eres poeta; necesitas más vida de la que yo puedo darte.,..—Vete,pues, dueño mío; vete, y sé dichoso; vete, y....»

Por aquí iba Julia en la redacción de su v carta, cuando se detuvo de pronto, arrojó la pluma, y exclamó con varonil entereza:

—¡Qué mezquindad! ¡Donosa manera de sacrificarme! ¡Bizarro modo de contribuirá la ventura del infortunado!—¿Qué haría esta carta sino llenar de eternos remordimientos su corazón?—¡Oh!.... no: no es así como debo escribirle.... ¡Tengo que ser completamente generosa!.... Necesito sacrificarle, no sólo mi vida, sino también mi amor; libertarlo hasta de mi memoria; escribirle tal carta, que me abomine, que se marche, que no llore mi muerte, ¡que pueda, en fin, ser enteramente dichoso en brazos de la futura compañera de su vida, de la madre de sus hijos!....

Dichas estas palabras, rompió en menudos pedazos cuanto había escrito, y los arrojó á la chimenea.

Enjugóse luego las lágrimas, y dijo:

—Más tarde escribiré la sacrilega carta que habrá de hacerme aborrecible á sus ojos.... —¡Ahora no puedo!.... ¡Me faltarían fuerzas para vivir tres ó cuatro horas, después de haber escarnecido mi noble amor!....—Liquidemos antes con el resto del mundo.... Escribió entonces una especie de testamento, en que declaraba, con generosa falsedad. haber recibido los ocho ó diez mil du-ros que aún le debía el capataz por pago de la Cortijada y del Palacio, y en que legaba á Brígida todas sus ropas y alhajas y á José los muebles, la jaca y las palomas.

Reunió en un paquete todo el dinero que tenía, y escribió sobre él: «Para mi entierro, y lo sobrante para los pobres más necesitados del Cortijo

Metió el testamento y el paquete en una cajitade palo de rosa, que envolvió en papel y lacró con mucho cuidado, y puso encima: «Para que Antonio la abra cuando yo muera.»

La colocó, por último, en sitio muy visible, y al encaminarse otra vez hacia el escritorio, donde aún tenía papeles y cosas que arreglar, se detuvo de pronto y dijo para sí:

—¿Qué hará todavía en el salón?—No lo he sentido entrar en su departamento....— ¿Si me estará aguardando? ¿Si se quedaría ofendido, y esperará á que yo me apiade de su larga vigilia y vaya á quitarle el enojo?— De todas maneras, quiero verle otra vez, sin que él lo note....

Encaminóse, pues, de puntillas hacia la puerta que antes aseguró tanto, y púsose á mirar por la cerradura....

Trabajo le costó á la infortunada Pródiga contener el gemido que brotó de su corazón al ver á- Guillermo rodeado de un mar de periódicos abiertos, que yacían por tierra, cubrían el velador, y casi lo tapaban á él;— ¡á él, cuyos ávidos ojos devoraban rápidamente columnas y columnas del extensísimo diario, como buscando el complemento de interesantes noticias que ya hubiera leído....

Pesarosa de su espionaje, y herida de nuevo en mitad del alma, replegóse otra vez al ya casi mortuorio aposento en que disponía su evasión del mundo y de la vida....

—¡Indudablemente.... (se dijo, llena de pavor),la fatalidad tenía decretado acabar esta noche su obra!.... ¡Véase, si no, con qué maravilloso instinto nuestro adorado Guillermo comienza á fortificar su alma para soportar el disgusto que habrá de causarle mi muerte!....—¡Oh pérfido Eneas!.... (añadió con magnánima burla): ¡Cómo preparas, sin darte cuenta de ello, las velas que han de llevarte á Madrid!....—Pero mañana no tendrás que hacer á escondidas esos preparativos.... Mañana no tendrás que leer á traición los periódicos.... ¡Mañana serás libre, y podrás volver, sin mengua de tu misericordia, al mundo que ya te quita el sueño, y averiguar por ti mismo qué ha sido de la cartera que otra vez ambicionas, y si piensa ó no contraer segundas nupcias aquella du-quesita contra quien tan indignado hablabas esta noche!—¡ Pobre Guillermo mío! ¡ Cuánto te conviene que yo me quite la vida, ya que tú eres incapaz de cometer la infamia de dejarme!—¡Aprende á amar de la Pródiga!.... Podría retenerte años y años, abusando de tu dignidad y á costa de tu ventura, y te suelto.... Podría amargar toda tu vida, apellidándote mi verdugo y suicidán-dome en tu presencia; y aquí me tienes que, en vez de tomar esa venganza de tu veleidad, me afano por que no sientas mi muerte!— Pero ¡ay! ¿qué sabe el ambicioso, qué sabe el poeta, qué sabe el egoista, qué sabe el hombre lo que es amar?.... ¡Amar es complacerse en la felicidad ajena!.... [Amar es gozarse en padecer por el objeto amado!.... i Amar es morir para que los demás vivan!....

Como si este último concepto hubiese recordado á Julia algo que con él se relacionase, buscó rápidamente, entre los objetos testamentarios que había colocado sobre el escritorio, un estuche de terciopelo carmesí; lo abrió con mano trémula y cariñosa; se llevó á los labios el retrato en miniatura que contenía, y luego se puso á contemplarlo llena de amor y júbilo.

Representaba la miniatura á un hombre como de treinta años, vestido á la griega moderna, y hermoso y gallardo sobre toda ponderación. — Era indudablemente aquel Príncipe candiota que se suicidó al verse obligado á separarse para siempre de Julia....

—Perdone mi inconstante Guillermo (murmuróla sentenciada á muerte), si yo también hago una pequeña iraición á nuestro cariño en esta fatídica noche.... Perdone si, antes de morir, dedico un recuerdo á mi pasado....—¡Oh noble y heroico Andrea! ¡Mejor puesta en tí, que en el cruel por quien lloro loca de amor y desconsuelo, hubiera estado la pasión que me mata!.... ¡Nadie me ha amado como tú!.... ¡Nadie! ¡Nadie!—Dirás que luego he profanado tu memoria....—Pero ¡harto bien te han vengado mis desventuras!.... ¡Breves, muy breves han sido mi infidelidad y nuestra separación!.... Dentro de pocas horas nos cubrirá á los dos la fría y muda tierra; y.... ¡quién sabe!.... ¡ Quién sabe si, más allá del sepulcro, hay, como tu creías, una patria común para las almas!....—Hasta luego, ó hasta nunca, mi querido Andrea.

Dicho esto, sacó el retrato del estuche, y lo arrojó al fuego.

Lo mismo hizo con otros dos (sin más que haberlos mirado indiferentemente) y con muchos papeles, cintas, pañuelos, flores secas y otros miserables restos de amorosos naufragios....

—¡Triste, y baja historia la mía!.... (pensó entonces). ¡Ya era tiempo de que le pusiera fin!....—¡Ah! ¿porqué no me fué dado cifrar toda esta riqueza de amor y ternura en un solo hombre, digno del alma que me arrancaron al casarme con aquel monstruo de ordinariez y crueldad?.... ¿Porqué nací destinada á ser ave de paso, que nunca tornó á hallar el antiguo nido? ¿Por qué he cruzado tantos horizontes, sin verdadero hogar para el alma?—¡Oh tardía advertencia!.... ¡Cuán estérilmente he prodigado los tesoros de mi corazón ! Y ¡qué vencida y afrentada me veo, al cabo de esta larga lucha con las leyes de la sociedad!.... ¡Yo sí que envidio á las fieles esposas, á las afanadas madres, á las piadosas viudas, á las heroicas vírgenes! —¡Ay de mí, que no tengo más compañero ni ídolo que el oprobio, suma definitiva de mis recuerdos y esperanzas!

En esto miró el reloj.

—Las dos y media.... (dijo).—Me quedan todavía tres horas de vida....—Sin embargo, creo que esta es la mejor ocasión de escribirle á Guillermo....—¡Ahora, que acabo de revolver todo el fango de mi tempestuosa existencia, me costará menos trabajo retratarme con negros colores!....

Así hablando, cogió la pluma y trazó vertiginosamente estas palabras, sin atreverse á leerlas mientras las escribía, como horrorizada de su propia obra:

«Mi estimado Guillermo:

«Siento mucho tener que decirte toda la verdad; pero es absolutamente preciso, ya que tu müy disculpable amor propio no la adivina cuando te la digo á medias....

»Me pedías esta tarde que te refiriese la dramática historia de mis amores, y te la voy á resumir en pocas palabras.—Mi historia, como la de Manon Lescaut, es el apólogo de la veleidad.... ¡Negóme Dios la virtud de la constancia, y, siempre que me he cansado de una cosa ó de una persona, he preferido los mayores contratiempos á la incomodidad de sufrirla!....

»Ahora bien, mi pobre Guillermo: tu malhadada Pródiga se ha cansado de su quinto amante, y va á poner fin á su fastidiosa existencia para librarse á un propio tiempo de la melancolía que pueda causarte su desamor, de la vejez, de la pobreza, de la soledad, de su mala reputación y de los desdenes de estos fanáticos campesinos....—Perdona, pues, si mortifico en algo tu soberbia, y recibe un adiós cordial y franco de tu mejor amiga....»

—¡Ah! ¡No! ¡No! ¡Esto es espantoso! ¡Esto es sacrilego!.... (gritó Julia, deteniéndose, al tiempo de firmar).—¡Piense bien ó mal de mi triste muerte!.... ¡Pero yo no quiero calumniarme dentro de su alma; yo no quiero hacerle dudar de este inmenso amor que me cuesta la vida; yo no quiero renunciar á su recuerdo, á su estimación, á su gratitud, á sus lágrimas!....

Y, hablando así, rompió también aquel escrito, y arrojó los pedazos al fuego.

—¡Á sus lágrimas!.... (añadió en seguida con despecho y sarcasmo).—¡De un modo ó de otro, no durarán muchos días! ¡Es lo bastante cruel y ambicioso para olvidarme por sí mismo, sin necesidad de que yo le ayude á ello, suicidándome dos veces!....— ¡Bien rota está, pues, mi segunda carta, y alégrome mucho de no imitar, ni tan siquiera en la forma, el repugnante sacrificio de la.... no muy Dama de las Camelias!—¡Oh! No.... —i Yo no soy la Traviata! ¡Yo soy la Marquesa Julia, y no debo escarnecer el único acto digno de una noble sangre que habré ejecutado en mi triste vida!.... ¡Harto haré con no escribirle nada! ¡ Harto haré con no recriminar al ingrato á quien adoro, para que ni la conciencia ni la hipocondría lo mortifiquen largo tiempo!....—¡Porque lo adoro, sí!....—¡Lo adoro más que nunca!....—¡Lo adoro, por lo mismo que temí siempre que mi cariño no fuera bastante á labrar su dicha, no pesara tanto como su ambición, no lo retuviera perpetuamente en esta soledad!....—¡Ah desdichada Pródiga! ¡Más te valiera no nacer, que haber nacido para amar demasiado!

Púsose de pié, temerosa de volver á afligirse, y comenzó á pasearse á todo lo largo del gabinete.

En este mismo instante (las tres de la madrugada), el bueno de Guillermo se retiraba de puntillas á su dormitorio, sin caer en la tentación de llamar á las habitaciones de Julia, bien porque la supusiera profundamente dormida, bien por miedo á suscitar á aquella hora nuevos altercados....—¡De suceder las cosas de otro modo, de haber llamado el joven á aquella puerta, para enterarse de la salud de la afligida Pródiga, tal vez cambiara por entero la suerte de los dos amantes!....— Pero la sentencia estaba escrita, y el fatigado poeta no llamó.

Muy lejos de ello, fué tal el sigilo con que se recogió en su cuarto, para ocultar que había pasado la noche leyendo los periódicos, que la vigilante Pródiga no oyó ningún ruido....—Solamente media hora después, cuando, impulsada de nuevo por el amor y la curiosidad, volvió á acercarse á la que ya iba siendo puerta de su sepulcro, para observar si el cuitado seguía leyendo, y aun para complacerse en verlo todavía una vez...., las tinieblas del salón le dijeron que ya se había retirado, á descansar tranquilamente y á soñar con Madrid, aquel insensato que no debía de volver á verla...., aquel por quien ella iba á dar la vida....

—¡No ha pensado (exclamó acerbamente la antigua deidad) en mi dolencia de esta mañana, ni en que esta tarde y esta noche ha padecido horriblemente mi espíritu! ¡No ha pensado en que á estas horas podía estar llorando ó muriéndome!.*.. ¡No ha sido siquiera para tocar á la puerta y preguntarme si estaba mejor!....—¡No me ama!

De lo que pensó y sintió Julia desde aquel momento hasta que amaneció, pudiéramos escribir muchos capítulos; pero nos limita-remos á indicar brevemente el giro que fueron tomando sus ideas.

Después de pasearse largo tiempo por el gabinete, consultando el reloj cada vez que pasaba por delante de la luz, como si cada minuto le pareciese una hora, abrió las maderas de un balcón que daba á Levante, y se puso á mirar el nublado cielo, con ansia vivísima de ver clarear el alba.—Conocíase que tenía prefijado, como casi todos los suicidas, la hora, el sitio y el modo y forma de su muerte, y que su inteligencia era ya esclava de aquella determinación hasta en sus pormenores más insignificantes.

Había dejado de llover; pero no se vislumbraba ni una estrella. La oscuridad de la tierra y del firmamento era absoluta. Di-jérase que en aquel cristal en que la Pródiga apoyaba su encendida frente, terminaba la creación y empezaba el caos, ó acababa la vida y comenzaba la eternidad.

—¿Dónde está Dios, que no lo veo en este supremo trance? (preguntó á las tinieblas la descreída aristócrata).—jSilencio y oscuridad como siempre!....—¡Ay! yo no he visto jamás á ese Dios en parte alguna....—¡Verdad es (añadió al cabo de un rato) que tampoco lo he buscado nunca con afán!—Enseñáronme desde niña á pensar más en la tierra que en el cielo, y yo no olvidé la lección cuando le fué útil á mis pasiones y apetitos....—¡Qué claramente se explican unas á otras, al borde del sepulcro, las cosas de la vida!..,. Mi padre había sido volteriano en su juventud, como casi todos los nobles de su tiempo, y no creía en nada....\¡Me parece estárselo oyendo proclamar, en sus graciosos altercados con mi aya Lucy...., cuya cabecita de albina le gustaba no poco al ya impedido viejo!—De mi madre apenas guardo memoria; pero sí recuerdo que ella fué quien me enseñó á rezar.... con los labios; y yo rezaba, en efecto, maquinalmente, cuando soltera, y también recé durante mis cuitas de casada, y hasta un año más, ó sea mientras estuve en el convento....—Pero ¿qué es rezar?—¡Yo rezaría también ahora, como rezaban aquellas monjas automáticas y sin imaginación!....—Mas el caso es creer; ¡y á esto.... no me han enseñado nunca!....—¡Aciago fué sin duda el día en que nací!....—«¡No hay Dios, Julia de mi alma!.... (me escribía mi infeliz hermano pocos minutos antes de levantarse la tapa de los sesos): ¡No hay Dios,y por eso me mato! —/Si creyera en Él, me haría fraile cartujo!—Sal de ese convento, ya que ha muerto el bárbaro de tu marido, y goza y triunfa, mientras tengas dinero....—Cuando dejes de tenerlo, ha\ lo que yo: ¡mátate!»—¡Pobre Alfonso!.... ¡No fueron tus palabras; fué la voz de aquel adorable demonio, cuyos versos trastornaron todo mi ser; fueron los poemas del terrible Byron los que me arrastraron al abismo de la duda!.... Leyendo sus obras, dime cuenta de que tampoco yo tenía fe en la Providencia divina, de que nunca me había parado á meditar en la razón ni en la eficacia de mis rezos, de que no era cristiana más que en el nombre....—Y ¡á qué terribles consecuencias me llevaron entoncesla absoluta ingenuidad de mi carácter, mi temeraria valentía, mi arrogante sinceridad!....— «¿Por qué respetar las leyes humanas, si no se fundan en preceptos divinos?» (me pregunté denodadamente)....—Y tremolé bandera corsaria contra la sociedad, y declaré la guerra al mundo en nombre de mi soberano albedrío!....—¡Desventurada!....—En fin,... ¡cómo ha de ser!....—Dentro de dos horas sabré la verdad de todo.... Dentro de dos horas sabré si me he equivocado en cuanto á la otra vida, como reconozco haberme equivocado en cuanto d esta.... Y, si es cierto que hay un Dios que piensa en los hombres; si la palabra de Cristo es su Ley; si allí me aguarda Jesús para juzgarme, habrá de reconocer que harto castigada me he visto en el mundo por haberme separado de su doctrina!...,— ¡Ah! sí.... ¡muy castigada, al darme tan desastrada muerte, después de una vida de horrores y miserias, que en este momento me abochornan, y de que no puedo...., ó no sé, ó no me vale ya arrepentirme! —Digo más; y lo digo con toda la energía de mi alma: ¡hubiera yo tenido fe en Dios, y no habría delinquido!....—¡Porque no comprendo que haya quien crea y delinca á un propio tiempo! ¡Porque, para mí, los que pecan deliberadamente no creen en realidad, aunque se llamen cristianos y parezcan devotos! ¡Porque es imposible ver á Dios y faltarle! ¡Porque el pecado no es más que la sombra de la duda!—¡Y también proclamo, en esta mi última hora, que si yo creyera que todavía vives, ¡oh Jesús mío!; si yo temiese tu cólera, como admiro y reverencio tu ley de amor y de caridad, me abrazaría á tus piés como la Magdalena, y los bañaría con mi llanto, y los enjugaría con mis cabellos, y sería penitente, seria mártir, sería santa!.... —Pero yo no sé engañarme á mí misma...., como tampoco he sabido engañar nunca á los demás....—j Yo no creo en tu divino poder, y por eso me suicido!....—Es decir: que he venido á parar á la terrible fórmula de mi hermano.

Tal fué la confesión de la Pródiga

Acercóse luego á la luz, y, abriendo un guardapelo que figuraba entre los dijes de su reloj, contempló el retrato de un joven muy parecido á ella, aunque no de expresión tan noble y digna, y exclamó con sarcástica naturalidad :

—¡Ah, mi buen Alfonso! (No contaba yo con seguir tu ejemplo!....—¡Para ello ha sido necesario que un hombre fatal, á quien amo con toda mi alma, venga á ponerme en la alternativa de labrar su desventura ó morir!....

Cerró el medallón, y tornó á sus paseos.

Ya eran las cuatro y media.—Los gallos habían cantado varias veces, y un leve estremecimiento de los árboles del jardín, cuyas ramas podían tocarse con la mano desde aquel balcón, anunciaba que se había alzado el viento precursor del amanecer.—Arriba, en la Torre, volvían á arrullar las tórtolas y las palomas, por cuenta ya del futuro día, después de haber callado una hora ó dos, como descanso del día precedente.

Aquel monótono canto de las amorosas y pacíficas aves enterneció á Julia.

—¡Vuestros arrullos de hoy durarán más que mi triste vida!....—se dijo, suspirando por la existencia que iba á perder....

Pero muy luego recobró su habitual denuedo; y, sacudiendo la cabeza con arrogancia, comenzó á abrir y cerrar cómodas y armarios.

Vistióse entonces de amazona, no sin poner gran esmero en su tocado y atavío: calzóse la espuela: dispuso sobre su velador el sombrero varonil, los largos guantes y el lá-tigo, y se acercó de nuevo al balcón.

Ya clareaba el día.... Entre el encapotado cielo y la oscura tierra veíase, en la línea del horizonte, una amarillenta faja de claridad, que, más que la alegre sonrisa de la aurora, parecía el galón de oro de un paño fúnebre....

Los pajarillos del jardín no saludaron aquel amanecer. El mismo cielo negóse á reflejarla luz del nuevo sol, y, extendiendo sus crespones de nubes, borró la faja de claridad crepuscular....—Dijérase que se habían vuelto á cerrar las puertas del día....—Comenzó entonces á llover sosegadamente, como cuando la lluvia va á durar largo tiempo; y, pasada otra especie de noche, ó sea algunos minutos de renovada oscuridad, filtróse al cabo por la nublada atmósfera la bastante luz para que se distinguieran unos objetos de otros;—con lo que ya pudo decirse que había principiado en aquel valle el 2 de Octubre, primer día siguiente al del casamiento de Brígida.

Por lo demás, en todo el Cortijo, y áun en el piso bajo de la noble vivienda, sonaban, hacía ya rato, varios ruidos de vida y actividad humana.—Oíase, por ejemplo, abrir y cerrar puertas; cerner; dar voces dirigidasá las bestias y á los muchachos); el agrio chirrido de la garrucha de tal ó cuál pozo; y, por supuesto, el repiqueteo de muchos almireces, como señal de que las madrugadoras cortijeras estaban haciendo ya las cotidianas gachas de caldo encarnado....

—¡Lo mismo que todos los días!....—¡Felices gentes!—pensó Julia, poniéndose el sombrero y cogiendo los guantes y el látigo.

Despidióse en seguida, con una rápida ojeada, de aquellos muebles y de aquellos muros, únicos testigos y confidentes de su dolorosa determinación; suspiró con pesar, al ver que nada ni nadie la detenía, ni podría ya detenerla...., y salió en fin en busca déla muerte.

XII: EN EL QUE JOSÉ VUELVE Á LLEVAR EN BRAZOS A JULIA.

Serían las nueve de la mañana cuan do Guillermo, que dormía profundamente, sintió llamar á la puerta de su cuarto, y oyó la quejumbrosa voz del tío Antonio, que gritaba con respeto y angustia:

—¡Señor!.... ¡Señor!.... ¡Abra por María Santísima!.... ¡Abra, y perdone que le moleste!

—¡Temprano empiezan hoy los dramas campesinos!.... (pensó el joven, restregándose los ojos).—Continúan por lo visto las groserías de ayer....

—¡Señor!.... ¡No tarde!—exclamó el capataz, golpeando de nuevo la puerta.

—¡Ya voy! ¡Ya voy!.... (gritó destempladamente el trasnochador, echándose al suelo de muy mala gana).—¡Tenga V. un poco de paciencia!

Dicho esto, abrió el balcón, y, al ver que llovía, murmuró, mientras se ponía la bata:

—¡Otro día de cárcel! ¡Dios me dé fuerzas, para soportarlo!....—A la verdad, me he metido en un callejón sin salida.... ¿Qué voy á hacerme aquí años y años?....

—¡Señor!.... ¡Que la Señora no parece!.... (se atrevió á añadir el anciano).—¡Que alguna desgracia le ha debido ocurrir!

—¡Cómo!.... ¿Qué?.... ¡Julia!.... (gritó Guillermo, abalanzándose á la puerta, y abriéndola lleno de terror). ¡Hable V., por Cristo!—¿No está la Señora en casa?

—No, señor.... (respondió el cortijero, hecho un mar de lágrimas).—Al amanecer ordenó á un mozo que le ensillase el caballo negro, y, aunque llovía á cántaros, partió.

—¡Ah, Julia!.... ¡Julia!.... (exclamó el joven con tanto despecho como pena): ¿Qué te he hecho yo para que así me abandones?.... ¡Inmediatamente!.... Salgamos todos en su busca.... (añadió, vistiéndose mientras hablaba).—¡Que ensillen todos los caballos y mulos, y me preparen á mí el alazán!....— ¡La Señora estará todavía en alguno de los pueblos inmediatos!....

—¡Ah!.... no.... ¡no, señor! (repuso el pobre viejo). ¡La Señora debe de haber perecido!

—¿Qué dice V., infortunado?....—tartamudeó Guillermo, sintiendo el frío de muerte.....

—¡El caballo que montaba ha vuelto solo, ó, mejor dicho, se lo ha encontrado un pastor, corriendo espantado por el secano grande!....

—¡Jesús!.... ¡Jesús mil veces!....—¡Corramos nosotros!....—Hay que seguir todas las pisadas del caballo!....—dijo Guillermo.

—A eso ha salido José....—Mas, como no cesa la lluvia, están borradas casi todas las huellas....

—¡Verá V. cómo no lo están para mí....— ¡Sin duda la ha tirado el caballo!....—¡Pobre Julia mía!—¡Verá V. cómo vive!....—¡Ay, Dios mío de mi alma! Yo no quiero pensar que haya muerto....—¡Julia! ¡Julia!....

Con tales razones y quejas expresaba el joven su dolor, bien que no sus íntimos y atroces presentimientos, en tanto que bajaba apresuradamente la escalera, seguido del viejo capataz, '

En el patio hallábanse reunidas y llorando y gritando todas las mujeres de la Cortijada: mas, al ver á Guillermo, se convirtió su pena en sombrío y acusador enojo, y abriéronle paso sin saludarlo y hasta volviéndole la espalda....—Los hombres habían salido á recorrer el valle y el monte en busca de Julia.

Por sí mismo enjaezó su caballo el aborrecido forastero, cuya zozobra era cada vez mayor, y ya iba á montar, cuando oyó que, á la parte afuera del edificio, gritaban algunos muchachos, con la falta de aliento de quien ha corrido mucho:

—¡Ya ha parecido!.... ¡Ya ha parecido!.... —¡José la trae!.,.. ¡José la ha encontrado!

—¿Cómo?.... ¿Dónde?....—exclamaron todas las mujeres, agolpándose al portal.

—¡Todavía viene lejos!....—Pesa mucho, y José se ha empeñado en que nadie le ayude....—¡Dice que no es la primera vez que la ha cogido en brazos! ¡Dice que él la bajó un día del palomar!

—Pero, ¿cómo viene? ¿Dónde estaba?— gritó Guillermo, desencajado y con los cabellos de punta, abriéndose paso entre las afligidas mujeres.

—Viene muerta....—Estaba en esa balsa grande que V. ha hecho....—le respondió un chico.

—¡Muerta! ¡Muerta!—sollozó Guillermo, saliendo á pié y como loco en dirección al pantano. -

—¡Jesús! (gritaban entre tanto las mujeres, dirigiéndose también hacia aquel sitio, para ver llegar el cadáver de Julia).—¡Conque no la ha matado el caballo!.... ¡ Conque se ha matado ella misma!....—¡Tal vida le daría ese hereje, ese mal hombre!....—¡Lástima de señora! ¡Malhaya sea el que vino á quitarle la honra y la vida!—¡Malhaya su Presa,y su Canal, y su Lago del amor/....—¡Él mismo le ha cavado la sepultura!.,..—¡Líbrele Dios de seguir viviendo aquí!—¡Váyase pronto, si no quiere morir á nuestras manos!

En esto descubrieron á José, que llegaba ya al caserío, trayendo á Julia en los brazos, y seguido de seis ú ocho labriegos....

Andaba el mozo con el lento y firme paso de un Hércules, y su ruda cabeza, tirada atrás, tenía tal sello de dolor, de autoridad y de cólera, que infundía espanto....

Al divisar á Guillermo, se paró, y áun hizo ademán de volverse y retroceder con su dulce carga.

—¡Julia! ¡Julia!.,..—gritó, en cambio, el infeliz amante, llegando desalado al fúnebre grupo, y tratando de apoderarse del cuerpo de su querida.

—¡No le toque V.! (rugió el campesino con voz de trueno).—¡Ya es otra vez nuestra!

—¡No le toque V.!....—repitieron los demás labriegos, sujetando con sus rudas manos á nuestro joven....

—¡Bárbaros!....; ¡soltadme!....—¡Soltadme, si no queréis morir!....—exclamó el mísero con tanto furor como pena.

—¡De eso de morir.... hablaremos tú y yo más tarde! (respondió José).—¡Ahora se trata de dar tierra á la que ya ha muerto!

El osado tuteo de José dió tales alas á los otros rústicos, que tres ó cuatro empujaron á Guillermo hacia adelante, diciéndole: —¡Vamos! ¡Vamos! ¡Lo primero es enterrar á la Señora!—¡Fuera de conversaciones! —¡José la ha sacado del agua, y José debe sepultarla en la tierra!—¡Conténtese V. con que no lo arrojemos también al estanque!

Guillermo se cubrió el rostro con las manos, llorando amargamente.

En esto llegó allí el tío Antonio, y, comprendiendo todo lo que ocurría, se abrazó al desamparado joven, y le dijo:

—¡Nada tema V.!....—Sígame....—Yo lo acompañaré al Palacio, y prepararé su fuga....

—¡Es que yo no quiero huir ! ( respondió el joven, abrazando tiernamente al noble Antonio).—¡Yo no quiero apartarme de mi Julia! ¡Yo quiero ser enterrado con ella!

El anciano levantó los ojos al cielo, como exclamando:

—Eso no es tan fácil de hacer como de decir....

Y condujo á Guillermo al Palacio por fuera de camino, á fin de que no tropezara otra vez con las cortijeras.

XIII.: EL PERRO Y EL LOBO.

El cadáver de Julia no fué depositado en el Palacio.—Opúsose á ello José, y lo llevó á su nueva casa, jurando y perjurando que Guillermo no volvería á ver á la que había sido víctima de sus infames amores.

Se avisó al Lugar inmediato, para que el Alcalde, el Médico y el Cura entendiesen en aquella tragedia; y el Alcalde y el Médico, acompañados del Secretario, estuvieron efectivamente en el Cortijo, donde se instruyeron las oportunas diligencias en comprobación del suicidio....—En cambio, el Cura, cumpliendo también con su obligación, tuvo suficiente valentía para responder que, por la naturaleza de tan sacrilego atentado, y por tratarse de una persona incomunicada con la Iglesia hasta el extremo de la contumacia y la rebeldía, no podía dar sepultura eclesiástica al cadáver de doña Julia.

Mucho asustó y horrorizó este anatema postumo á aquellos devotos labriegos.... Pero al cabo pudo más que el pavor religioso el inmenso cariño que tenían á su ama (sobre todo, desde que la habían recobrado, bien que difunta, de manos del judío que la hi\o vivir y morir en pecado mortal), y encargáronse ellos de darle tierra, á fin de que no fuese pasto de los buitres.—Además: sabedores ( por concienzuda declaración del tío Antonio) deque la Marquesa había dejado cerca de mil duros para su entierro y para los pobres del Cortijo, decidieron gastarlos todos en misas por su alma, si el Cura no tenía inconveniente en decírselas, ó, caso contrario, por las Animas-benditas en general*

El cadáver, muy adornado de flores, cintas y tules, permaneció veinticuatro horas expuesto en casa de José, y fué sepultado en la huerta, debajo de un sauce, no sin quedar comprometido el tío Antonio á rodear aquel pedazo de terreno con una tapia de yeso y piedra, que tendría su correspondiente puerta con llave y todo.—De nada valieron los ruegos y amenazas del capataz, á fin de que se permitiese á Guillermo presenciar el acto de enterrar á Julia.... El mismo José, que estaba como loco, dijo á su padre que antes se dejaría matar que consentirlo.

Por nuestra parte, renunciamos á pintar el dolor, la humillación y la furia del infortu-nado prisionero durante los tres días que aún permaneció en el Palacio del Abencerraje.... —Sólo referiremos, por vía de resumen, lo que le aconteció al tiempo de salir de aquella romántica tierra.

A las cuatro de la madrugada, y gracias á los buenos oficios del tío Antonio, Guillermo partió muy secretamente del Cortijo...., después de haber llorado largo tiempo, entre las sombras de la noche, sobre la sepultura de Julia....-—Un arriero de la villa inmediata había llegado pocas horas antes, por el lado de la huerta, y vuelto á hacer las tres famosas cargas de equipaje....—Creíase que nadie estaba enterado en el caserío ni en el Palacio de aquellos preparativos de marcha....—El tío Antonio no se había fiado ni tan siquiera de su mujer, y muchísimo menos de su hijo....

Al llegar el día, cruzaba el joven (enteramente solo, pues el arriero se había quedado atrás con las cargas) la erguida sierra que sirve de límite superior al valle, cuando, al tiempo de volver los llorosos ojos á la comarca de que iba á salir para siempre, sintió silbar una bala por encima de su cabeza, y casi al mismo tiempo oyó el estruendo de un tiro.

—Me tiran á mí....—murmuró, parando el caballo y mirando alrededor suyo.

Entonces vió en lo alto de unas peñas, á quince ó veinte metros de la vereda por donde él caminaba, la esquiva figura de José, que seguía con la escopeta terciada y como examinando si había logrado herirlo.

—No me has dado, José.... (gritó Guillermo, volviendo hacia él el caballo y soltando las riendas).— ¡Carga otra vez, y tira!— Toda la razón está de tu parte.

Y, dicho esto, se cruzó de brazos con más desesperación que arrogancia.

José lo miró algunos momentos; hizo un ademán de altivez é indulto; se echó la escopeta al hombro, y desapareció lentamente por entre aquellos riscos.

XIV.: Epílogo

pocos años después se casó Guillermo con una joven de su clase, tan linda y alegre como temerosa de Dios y honrada, de la cual tiene muchos y muy hermosos hijos. Por arte del diablo (ó sea por intrigas de cierta duquesita viuda), Enrique logró ser ministro de Fomento antes que él....; pero no con tanta gloria propia ni para tanto bien de la Patria....—El nombre de Guillermo de Loja pasará á la posteridad como el de Somodevilla, Floridablanca, Martínez de la Rosa y algunos otros héroes de la paz.

José y Brígida han reunido también larga prole, y son completamente felices, no sólo porque están muy ricos, gracias á las famosas obras hidráulicas del ingeniero poeta, que han quintuplicado el valor de la Cortijada, sino porque tienen la conciencia tranquila y gran confianza en ir desde la tierra al cielo.

De nuestra heroína no ha vuelto á hablar nunca nadie.—No se habló al principio, por cristiana deliberación de no recordar sus graves errores; y no se ha hablado después, por natural olvido de todos y cada uno de los personajes de esta historia, que harto han tenido y tienen en qué pensar con sus cuidados propios ó con los de la Nación, con las siembras y las cosechas, con los discursos y las revoluciones, con los males de los hijos pequeños, con la entrada en quintas de los grandes, con el casamiento de las zagalas, con la carrera de los bachilleres, y con todas las demás incumbencias de los buenos ciu-dadanos y padres de familia....—Unicamente los gorriones y alondras de la huerta saltan alguna vez las tapias del enterramiento de la Pródiga y están enterados de que sobre su humilde sepultura nacen todas las primaveras cardos silvestres, ortigas y jaramagos.— Fué, por tanto, inútil dispendio y pura necedad poner á aquel recinto una puerta.... que todavía no se ha abierto para nadie, ni se abrirá probablemente mientras el mundo sea mundo.

Appendix A Fin.

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José Calvo Tello

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TextGrid Repository (2024). Corpus of Spanish Novels from 1880-1940. La pródiga. La pródiga. The CLiGS textbox. José Calvo Tello. https://hdl.handle.net/21.T11991/0000-001D-9B31-B